Esta edición de Operación Triunfo ha roto con el vahído general que le provocaron al público las anteriores: los concursantes de 2017 han conquistado a España por su talento y la magia de sus actuaciones -alguna digna de pasar a la historia de la televisión-, pero también por el retrato generacional que imprimen. Hay esperanza en los cuestionados millenials cuando al espectador ibérico le llegan, desde la cadena pública, mensajes de solidaridad, feminismo, normalización LGTBI, visibilización de la ansiedad, superación del bullying e interés por el plurilingüismo y la diversidad en todas sus facetas. Un paisaje alentador y ejemplarizante para derribar el discurso rancio de los dinosaurios sobre la revolución de la juventud: señores, los millenials no son seres superficiales pegados a una pantalla y obsesionados con el consumo rápido de la vida. Tienen discurso, tienen valores, tienen visión artística y una huella que dejar en este país gerontofílico.
Sin embargo, todo este componente emocional y este reguero de entusiasmo que deja Operación Triunfo es un arma de doble filo: al final el concurso terminará y los participantes tendrán que luchar por hacerse un hueco en la industria musical, una jungla ferozmente competitiva donde ya no estarán aupados por el formato televisivo. Las audiencias son crueles: un día te elevan y al siguiente te olvidan. No es lo mismo ser un artista que resulta atractivo en el 24h de OT -y que interpreta canciones ya probadas, que son himnos y cuya acogida está asegurada- que competir en una industria que no hace favores, que necesita un sello personal del cantante y que lanza singles al público para tomarle el pulso. Si se falla en ese primer intento, difícilmente vuelven a confiar en tu potencial.
A día de hoy el perfil que mejor cala en la industria es el del compositor, porque su personalidad y sus letras conectan con el fan de forma directa, sin artificios, y así la discográfica se ahorra mucho tiempo y dinero
Así lo cuentan diferentes profesionales de márketing musical a EL ESPAÑOL. Jorge Vinuesa, responsable del máster Digital Music y experto en management, confía en el potencial de Alfred como producto: "Antes las compañías discográficas invertían en cualquier producto que pudiese funcionar, en un artista que no fuese un compositor, por ejemplo, si sí funcionaba por su imagen. Pero a día de hoy el perfil que mejor cala en la industria es el del compositor, porque su personalidad y sus letras conectan con el fan de forma directa, sin artificios, y así la discográfica se ahorra mucho tiempo y dinero", explica. "Es más, en muchas discográficas, si no tienes producto propio, no interesas. La tendencia de consumo y las corrientes en España están contadas: te tienes que adaptar a lo que la gente te demande, y el estilo de música que conecte con esa demanda es el que más posibilidades tiene de triunfar".
Pone algunos ejemplos. "Yo a Agonei y a Ana Guerra los veo más cómodos en lo comercial, en canciones de tendencia bailable y explosivas. Ellos son muy versátiles, y según mi parecer tienden hacia el estilo del pop internacional. El problema es que ése es un producto de explotación a corto plazo, porque en España no hay casi mercado para un artista que cante en inglés y quiera ser el boom. A la larga no pueden competir con Rihanna y Justin Timberlake. Igual les hacen un single y lo petan, pero es difícil tener más trayectoria".
Miriam es de las que más le convence. "Ella se defiende mejor en castellano, en un estilo más parecido a la canción de autor, con influencias sureñas del tipo Alejandro Sanz, Vanesa Martín o India Martínez. Cuando canta una canción comercial la veo totalmente disfrazada. No era su estilo, pierde esencia". Vinuesa explica que "las discográficas tienen catálogos de canciones que pueden funcionar, por ejemplo de artistas que ya están vendiendo y a los que les sobran canciones, así que las ceden en explotación a los nuevos talentos, a modo de test para ver si funcionan o no: se prueba con un single y conforme se ve el feedback se invierte más o no".
Encontrar el estilo propio
"Alfred es tal vez de los mejores productos porque compone, a día de hoy es casi imprescindible, porque invertir en producción musical y promoción es mucho dinero, y si la idea es intangible no van a estar seguros de arriesgar. El proceso de composición de un disco para alguien es largo, pasa por un letrista... y si todo eso lo hace el mismo artista, la discográfica se está ahorrando el diseñar un producto que le encaje. Además, el artista lo va a defender bien sobre el escenario porque es lo que él quiere expresar, no una canción ajena e impuesta". Señala el caso de éxito de Pablo López: "Él ha trabajado desde cero, ha defendido su producto y ha calado bien porque es lo que pide la demanda: si López hiciese un estilo de trap o rap en inglés, por mucho que fuese suyo, no funcionaría. Aquí funciona la composición en castellano".
Cree que el problema de Alfred "es que en ese formato no puede sacar bien su identidad propia": "Se mete a teatralizar demasiado el papel, se pone muy intenso y le perjudica. Fuera despuntará. También porque estos programas están enfocados a que el concursante sea muy versátil, pero esto en la industria musical no vale para nada, porque ahí el artista se tiene que concretar en una marca, en una diferenciación".
Sostiene que el joven tiene más posibilidades que Amaia Romero, la gran favorita. "Ella artísticamente es muy potente pero no tiene un estilo muy decidido y tampoco compone. Aunque la coja Sony, Warner o Universal, una de las tres grandes compañías, tiene que acertar con las primeras canciones, porque si le pones una canción mediocre a una artista tan buena como Amaia, el fracaso también es posible", reconoce. En cualquier caso, Zahara ya ha comentado que si Amaia va a Eurovisión, le gustaría escribirle la canción, lo que tiene a los espectadores tranquilos porque cualquier cosa que la de Úbeda toca se convierte en joya.
Aitana también tiene potencial en la industria según Vinuesa, porque "tiene una voz como de niña y llega a registros que no son habituales. Ese tipo de voces en producciones modernas de pop dan un juego impresionante, así que si la enfocan bien, le irá genial". El experto cree que a estos chicos les hace falta aún "pisar el barro" y experimentar lo que es la vida "después de la televisión": "Es un golpe muy duro, no es lo mismo ser un producto televisivo que un artista con una carrera musical larga".
El efecto Rosa López
José Cantero, consultor especializado en márketing e industria creativa y formador en industrias culturales (consultora Arteting), también teme por el futuro de Amaia en la industria: "Está muy arropada por el concurso, y yo realmente no veo que haya una gran diferenciación entre ella y el resto de artistas que hay ahí fuera compitiendo. Tendrán que estudiar qué estilo quiere crear", relata. "Amaia afronta muy bien todos los estilos que se le plantean, pero ¿cuál es el suyo? Tiene que diferenciarse en el mercado, y con su perfil hay muchas". Recuerda que "ha habido otros exconcursantes que han tenido mucha notoriedad en el concurso y después han pasado desapercibidas, como Chenoa o Rosa": "A Amaia le vendrá, al salir, la prueba de fuego de los seis meses o máximo un año después del concurso: ahí veremos qué puede pasar. Yo recomendaría, quizá, explotar el formato dúo con otro concursante, como con Alfred".
A Amaia le vendrá, al salir, la prueba de fuego de los seis meses o máximo un año después del concurso: ahí veremos qué puede pasar. Yo recomendaría, quizá, explotar el formato dúo con otro concursante, como con Alfred
Cantero ve con más posibilidades a Alfred: "Componer es un plus, te abre muchas puertas. Tenemos el caso de Pablo Alborán, él empezó componiendo sus propias canciones, lo que supone un producto de branding más personal y con más notoriedad de cara al mercado. Hay una inflación de artistas y de programas musicales. De esta edición, no sé si llegarán a tener carrera musical uno o dos, no más". Subraya que "el mundo ha cambiado mucho" y que "la gente ha dejado de comprar música en sí misma, ahora la experiencia es ir a un concierto, y no es lo mismo que te sigan desde un programa de televisión que que paguen para ir a verte y que esa relación se fidelice". Ojo, un consejo: las redes sociales. "Es mejor que alguien les asesore".
Dani Aragón es creador de estrategias de márketing musical para artistas independientes (Musicalizza). Ha trabajado con artistas como David de María o Antonio Orozco. Advierte, en cuanto a Amaia Romero, de los peligros de la sobreexposición: "Tenemos el caso de Rosa, que fue la mujer más popular de España en su momento pero no llegó a despegar como artista. Hay que saber frenar, incluso saber esconderse y alejarse a tiempo", reflexiona. "Observemos también casos como el de Bisbal, Chenoa o Bustamante, que, sin dudar de su capacidad artística, también han sobrevivido por convertirse en personajes públicos y dar conversación también por sus relaciones personales; en el caso de Bustamante, por Paula Echevarría".
Pablo López, el ejemplo: lento pero seguro
El ejemplo a seguir le parece Pablo López: "Él ha estado años trabajando y ha ido a tocar a Barcelona a una sala pequeña con 50 personas. Ahora, sin embargo, ha agotado miles de entradas en pocas horas. Es una carrera de fondo". Alaba la capacidad de componer, aunque no le parece una condición sine qua non. "El problema es que el mercado no es lo que era en la primera edición de OT. Antes al público podías colarle cualquier canción y a fuerza de repetírsela en radio y televisión se la metías en el cerebro, pero ahora cualquiera tiene 40 millones de canciones en su teléfono gracias a Spotify, por ejemplo, y ya no se convence al consumidor de manera tan fácil".
Él mismo lidera un curso que arranca hoy, el Congreso Online Vivir de la Música. "Un aspecto fundamental para cualquier producto musical es llamar la atención en redes sociales, tener capacidad de viralizar. Y, por supuesto, emocionar o divertir con tu actuación. No es lo mismo ser un rostro popular que obtener el reconocimiento en la mente de las personas y que estén dispuestos a pagar para consumir tu música".