Mónica Naranjo no es solamente uno de los miembros del jurado de Operación Triunfo. No es solamente alguien que se coloca los cascos para comprobar la precisión con la que se arma una interpretación magistral en directo y asiente al final reconociendo el mérito. No es sólo alguien que juzga severamente a los concursantes si no salen al escenario a hacer las cosas, como mínimo, lo mejor posible, exigiéndoles que no ofrezcan menos de lo que son capaces de dar. Mónica Naranjo es todo eso, pero sobre todo —y quizá precisamente porque no podría ser de otra manera—, Mónica Naranjo es Mónica Naranjo.
Estos días he leído algún artículo en el que se criticaba la dureza con la que la cantante realiza a menudo sus evaluaciones cuando los concursantes abandonan el escenario. En el que se reprobaba su actitud inflexible, su elevado nivel de exigencia y la rigidez de sus veredictos. Como si su labor, en realidad, debiese consistir en ser indulgente con unos chavales que pueden estar jugándose su carrera musical en cada actuación.
Se reprobaba su actitud inflexible, su elevado nivel de exigencia y la rigidez de sus veredictos. Como si su labor debiese consistir en ser indulgente con unos chavales que pueden estar jugándose su carrera musical en cada actuación
Como si disculpar los fallos fuese lo que se espera de quien tiene la obligación de señalarlos. Yo creía que el motivo por el que Oficial y caballero se emitía tres o cuatro veces al año en alguna cadena española era que todos comprendiésemos que Zack Mayo nunca habría llegado a ser oficial si el sargento Foley no le hubiese obligado a pelear contra sí mismo. Veo que me equivocaba.
No ser un "gris notario"
En un concurso de talento, sea éste del tipo que sea, un jurado al que se la traiga todo sin cuidado, al que baste con otorgarle una cartulina en la que pueda señalar objetivamente qué nota concede al aspirante, un jurado que se limite a emitir su fallo desapasionadamente no es más que un gris notario de lo que allí sucede. Su posición es la de un tercero. Es ajeno a la realidad que tiene delante. Pero un jurado que se emociona con una actuación o que censura la falta de implicación de alguno de los concursantes sobre el escenario es alguien que se involucra. Y se involucra porque le importa lo que le suceda a aquellos cuyas aptitudes y destrezas se dedica a juzgar.
Mónica Naranjo ya ha pasado por ahí. Es una mujer que tuvo que emigrar a México con veinte años en busca de un porvenir en la industria musical. Que con su segundo disco se convirtió en el nuevo centro de todas las miradas de la escena española al vender más de dos millones y medio de copias. Que en el año 2000, con Sobreviviré, se mantuvo siete semanas seguidas en el top 3 de las listas de ventas —cuatro de ellas como número uno—. Que ha cantado junto a Pavarotti. Que ha trabajado con Phil Manzanera. Que está considerada una de las mejores voces del mundo en su género. Si ella sabe cuánto deben exigirse esos chicos a sí mismos es porque también sabe perfectamente cuánto les van a exigir los demás.
Un jurado que se emociona con una actuación o que censura la falta de implicación de alguno de los concursantes sobre el escenario es alguien que se involucra
Como miembro del jurado, ella es uno de los responsables de que en esta edición esté ocurriendo lo que está ocurriendo. De que los concursantes, en sus actuaciones, estén alcanzando cotas tan elevadas de calidad. Porque, entre otras muchas cosas, saben que cuando se bajen de ese escenario será ella quien se encargue de juzgarlos.
Cuando le ofrecieron formar parte del jurado de Operación Triunfo, Mónica Naranjo pudo haber elegido ser solamente un jurado más. Alguien que se dedica a evaluar asépticamente a quien ha sido seleccionado para participar en el concurso. Por fortuna, eligió ser algo más. Eligió ser Mónica Naranjo. Con todas las consecuencias.
Y menos mal. A la vista están los resultados.