Uno de los motores creativos a los que más partido les saca la industria del entretenimiento es la imitación. La repetición de modelos que funcionan. La copia, en definitiva. Invertir en nuevas fórmulas, esto es, apostar por lo original, conlleva ciertos riesgos. Son las pequeñas producciones las que normalmente se lo juegan todo a una carta. Las que encomiendan su futuro al todo o nada. Las grandes compañías —que son las que realmente podrían hacerlo— pocas veces se arriesgan. Y no lo hacen, precisamente, porque no necesitan dar en la tecla. Les basta con copiar lo que ya existe.
Lo hemos visto en el cine, por ejemplo. A principios de este siglo alguien se dio cuenta del éxito que habían cosechado los biopics más recientes —de esa época son Man on the Moon, Huracán Carter, Erin Brockovich, Frida y Ali, entre otros—, así que, de pronto, las pantallas de cine comenzaron a ser pobladas con la vida y milagros de docenas y docenas de personajes históricos. Llegó a resultar abrumador. Sólo entre los años 2000 y 2005 se produjeron en Hollywood más de ciento treinta películas biográficas. Veintipico al año. Por fortuna, el IVA cultural todavía no estaba al 21%.
Con la música siempre ha sucedido lo mismo. No es casualidad que alrededor del éxito de Oasis y de Blur a mediados de los años 90 se levantase todo un nuevo género musical. Ni que hoy en día, en España, los cantantes que más venden sean Pablo López y Pablo Alborán. Hubo una época en la que el éxito de Ricky Martin provocó el ascenso de gente como Chayanne o Carlos Baute y cortó por el mismo patrón a todos los concursantes masculinos de las primeras ediciones de OT. El sistema siempre es el mismo: si Fulanito de Tal está pegando fuerte, busquemos al siguiente Fulanito de Tal.
Manufacturar un nuevo 'Despacito'
Hace unos cuantos meses, Latinoamérica le metió un golazo épico a Estados Unidos con Despacito de Luis Fonsi, la canción más reproducida de la historia. Una industria, la estadounidense, que gastando tantos en millones en producir en serie éxitos autóctonos comprendió que no podía verse arrollada de ese modo por semejante tsunami. Así que se pusieron manos a la obra y decidieron que el siguiente Despacito, el siguiente Luis Fonsi, el siguiente éxito de la música latina, que tan bien está funcionando entre el gran público, debería ser un producto patrio. De tintes latinos, pero patrio. Que nadie diga que América no puede ser great again con acento hispano.
Y parece que por fin lo han encontrado. De repente, como por arte de magia, ha aterrizado en las emisoras de medio mundo el primer disco de Camila Cabello, una chica de veinte años nacida en Cuba y criada en Estados Unidos que, después de pasar por el casting de The X Factor y de formar parte del girl group Fifht Harmony, se ha colocado directamente en el número uno de casi todas las listas de ventas imaginables.
Cabello es, desde Adele, la primera mujer en ser número uno en las tres listas más importantes de Billboard
Pero no sólo eso. Cabello es, desde Adele, la primera mujer en ser número uno en las tres listas más importantes de Billboard, es decir, Billboard 200, Billboard 100 y Artist 100. Y por si fuera poco, lo es simultáneamente, algo muy poco frecuente. Para que se hagan una idea: las últimas que consiguieron ser número uno al mismo tiempo en Billboard 200 y Billboard 100 fueron Britney Spears y Beyoncé, no sé si les suenan sus nombres.
Su disco es, además, líder de ventas físicas, descargas y reproducciones en streaming en países como Estados Unidos, Canadá, Noruega, Suecia o Holanda. Pero también lo es en España, ya que aquí acaba de superar al quinteto imbatible que formaban Alejandro Sanz, El Barrio, el recopilatorio de OT, Pablo Alborán y Pablo López, ocupando de golpe el primer puesto de la lista de discos más vendidos. O lo que es lo mismo, Camila Cabello es un huracán dispuesto a arrasar con todo. La nueva apisonadora de la industria musical estadounidense. Con toda su maquinaria detrás.
EEUU (como producto latino)
Porque esa es la realidad. Aprovechando la inercia, intentando exprimir al máximo la estela de Despacito, a Camila Cabello se la está vendiendo como el nuevo gran fenómeno de la música latina. Por su origen cubano, se la está comparando con Gloria Estefan. Incluso se habla de ella como la nueva Jennifer López. La intención es presentarla como la respuesta femenina a Despacito, una canción nacida en Latinoamérica, compuesta por músicos latinoamericanos, enmarcada en un género netamente latinoamericano y con todos los ingredientes de la música latinoamericana. Pero en el disco de Camila Cabello no hay nada de eso.
Como he dicho antes, se trata un producto estadounidense. De tintes latinos, pero estadounidense. Basta con una escucha superficial de su disco para darse cuenta de que lo que tiene de América Latina es un mero souvenir. Es Latinoamérica vista desde la terraza de un centro comercial en California. No se trata de música latina, sino de lo que Estados Unidos entiende por música latina. Una serie de clichés con forma de arreglos típicos —bien adaptados a la armonía, eso sí— sobre una base musical que bien podría haber constituido la sección rítmica del último single de Christina Aguilera o Katy Perry.
Y poco más. Si considerásemos el disco de Camila Cabello como música latina, deberíamos incluir en la categoría otros sucedáneos como Smooth, aquel single de Santana con Rob Thomas, La Isla bonita de Madonna o el extraño álbum llamado Rei Momo que le dio por publicar a David Byrne en los 80. Que tienen tanto que ver con América Latina y su música como yo con un cupcake.
La copia de la copia
Esto no quiere decir que el disco sea malo, ni mucho menos. Al contrario, opino que es un muy buen trabajo. De hecho, me llevé una agradable sorpresa cuando lo escuché por primera vez. Pero el hecho de contener esporádicamente algún ritmo de son cubano o de reguetón no implica que se trate de música latina. Es pop estadounidense se mire por donde se mire. Por mucho que Camila —que es coautora de todas las canciones junto con otras cinco o seis personas más— naciese en Cuba y viviese en La Habana y Ciudad de México hasta los siete años.
Me temo que el nuevo fenómeno de la música latina, por tanto, no es tal cosa. Es un proyecto perfectamente bien armado y nacido, muy probablemente, de la imitación. “La copia de una copia de otra copia”, que diría Chuck Palahniuk. ¿Tiene eso algo de malo? Pues no necesariamente. Pero que se ha disfrazado a Camila Cabello de gran promesa de la música latina para así no desperdiciar la enorme ola que todavía recorre la industria desde aquel monstruo llamado Despacito parece de lo más evidente. Veremos si finalmente termina convirtiéndose o no en la nueva Fulanita de Tal.