Entre otras cosas, el arte siempre ha sido provocación. Lo escribía en este periódico Peio H. Riaño hace un par de semanas: el arte es la imagen invertida que desvela la hipocresía de la corrección; el arte altera, agrede y trastorna; el arte desquicia la normalidad. Y ello, en numerosas ocasiones, sucede tanto si esa era la intención del autor como si no.
En 1541, cuando Miguel Ángel terminó de pintar El juicio final en el ábside de la Capilla Sixtina, algunos obispos de la Iglesia católica lo consideraron inmoral. La representación explícita de los genitales de algunas figuras y la postura de algunas parejas provocaron el escándalo de la curia vaticana y parte de la sociedad civil.
#OTGala1 Becky G cantando la versión CENSORED de Mayores 😤 pic.twitter.com/ex5yTKWy2m
— Hola Sálvame (@HolaSalvame) 30 de octubre de 2017
Veronese habló de actitudes que la religión no podía inspirar. Pietro Aretino argumentó que la pintura era “más propia de unos baños públicos que de la más grande capilla de la cristiandad”. Hasta El Greco, años más tarde, pediría que se limpiase la pared y se dispusiese para un tema más apropiado. Finalmente, a la muerte de Miguel Ángel, el papa Pío V terminó ordenando a Daniele da Volterra que cubriese las partes pudendas del mural. Demasiada provocación para un fresco, fuese intencionada o no.
El arte de la provocación —y la provocación del arte— siempre ha estado ligada al sexo. Desde sus manifestaciones más explícitas y activas hasta su versión más ingenua o platónica
El arte de la provocación —y la provocación del arte— siempre ha estado ligada al sexo. Desde sus manifestaciones más explícitas y activas hasta su versión más ingenua o platónica. No es sencillo determinar, por ejemplo, si la intención de Manet con su Almuerzo sobre la hierba era buscar la provocación, más allá del propio desafío académico, estilístico, estético, pero su picnic entre dos hombres vestidos y una mujer desnuda generó la gran controversia del momento cuando la obra fue expuesta en el célebre Salon des Refusés en 1863.
Fue Salvador Dalí quien dijo que el que quiera interesar a los demás tiene que provocarlos. Una máxima que el artista de Figueres supo llevar hasta sus últimas consecuencias incluso en la dimensión sexual de la provocación, como se aprecia en esa parte de su obra que algunos han dado en llamar “pinturas eróticas” —Guillermo Tell y Gradiva, Homenaje a Millet (Estudio para La estación de Perpiñán), El chulo, El grifo, etcétera—. Que se lo digan al “peligroso revolucionario” Gustave Coubert —"si dejo de escandalizar, dejo de existir"—, al “pornográfico” Gustav Klimt o a su discípulo Egon Schiele.
De 'Instinto básico' a 'La vida de Adéle'
Pero no sólo de la pintura viven la provocación y el sexo en el arte. Hubo un tiempo en el que el mundo del cine al completo contuvo la respiración cuando la asesina Catherine Tramell cruzó lentamente las piernas durante la escena del interrogatorio en Instinto básico. En la actualidad, Sharon Stone acusa a Paul Verhoeven de haberla engañado en cuanto al plano y el director se defiende alegando que "cualquier actriz sabe lo que se va a ver si le pides que se quite la ropa interior y apuntas ahí con la cámara". Si Coubert asistiese hoy en día a esta polémica probablemente se volvería a morir de un ataque de risa.
Las actrices Adèle Exarchopoulos y Léa Seydoux confesaron durante una entrevista a The Daily Beast que, antes de comenzar el rodaje de La vida de Adèle, no sabían que las escenas de sexo serían tan largas y, sobre todo, tan explícitas. Creían que se trataría de una grabación coreografiada, como es lo habitual; que la acción se cortaría y se reanudaría, "desexualizando el acto". Lo que quería en realidad Abdellatif Kechiche cuando les pidió que tuviesen "confianza ciega en él" es que mantuviesen una auténtica relación sexual delante de las cámaras. Libre e intensa. Para la escena de sexo de diez minutos de duración estuvieron diez días rodando, desnudas en una cama, adoptando todo tipo de posturas sexuales. Y luego que si a Sharon Stone se le veía o no se le veía el instinto.
Para la escena de sexo de diez minutos de duración de 'La vida de Adéle' estuvieron diez días rodando, desnudas en una cama, adoptando todo tipo de posturas sexuales
Que el cine siempre ha tenido mucho de provocación sexual lo descubre uno cuando ve por primera vez la escena en la que Bom —Alaska— orina sobre Luci —Eva Silva— y, una vez ha terminado, se sienta a su lado y le pregunta: "¿Tú de dónde eres?". A lo que Luci contesta: "Yo de Murcia". Pero éste es también el caso de la literatura. Sirvan como ejemplo los muchos y precisos pasajes que uno se puede encontrar en La vida sexual de Catherine M., "el libro más explícito sobre sexo que jamás haya escrito una mujer", en palabras del escritor Edmund White. O las peripecias sexuales de Mony Vibescu, el protagonista de Las once mil vergas de Apollinaire.
El nombre del pene
Aunque puede que el culmen de la provocación sexual y literaria lo alcanzase D.H. Lawrence con la famosa escena de El amante de Lady Chatterley en la que Mellors, el protagonista masculino de la novela, se dirige directamente a su pene, al que apoda “John Thomas”, mientras está echado en cama con Constance, Lady Chatterley, a cuyos genitales llama cariñosamente “lady Jane”:
—¡Sí! —dijo por fin—. ¡Sí, muchacho! Ahí estás bastante bien. ¡Sí, levanta bien la cabeza! Ahí, por tu cuenta, ¿eh?, ¡y sin hacer caso de nadie! ¿Qué vas a hacer por mí, John Thomas? ¿Eres mi jefe? Pues eres más insolente que yo y hablas menos. ¡John Thomas! ¿La quieres a ella? ¿Quieres a milady Jane? Esa que me está liando otra vez, ya me ha liado. Sí, y vienes tú sonriendo. ¡Pregúntale entonces! ¡Pregunta a lady Jane! Dile: Levanta los capiteles de tus puertas para que pueda entrar el rey de la gloria… Un coño, tras eso andas. Dile a lady Jane que quieres coño.
La novela, escrita en el año 1928, fue prohibida y no pudo publicarse en el el Reino Unido hasta 1960.
Y como no podría ser de otra manera, la música no constituye una excepción. Todos recordamos a aquella Madonna de Erotica y de Sex, a principios de los años 90. Y a Kurt Cobain gritando "viólame" en el estribillo de Rape Me, canción censurada en los MTV Video Music Awards de 1992. O a Los Rodríguez lamentando que «aquí no podemos hacerlo». O a las Vulpes cantando Me gusta ser una zorra en el programa de TVE Caja de Ritmos, lo que provocó la cancelación del programa y la dimisión de su director, Carlos Tena, debido a la presión ejercida desde el diario ABC, la querella por escándalo público que presentó el fiscal general del estado y las protestas del Partido Demócrata Popular de José María Álvarez del Manzano, Javier Arenas, Jaime Mayor Oreja y José Ignacio Wert.
Ahora, en el año 2017, el sexo, la provocación y la música vuelven a encontrarse con los difusos límites de la censura debido a un tema de la cantante y compositora californiana Becky G
Ahora, en el año 2017, el sexo, la provocación y la música vuelven a encontrarse con los difusos límites de la censura debido a un tema de la cantante y compositora californiana Becky G que ha logrado producir algún que otro escalofrío en la moralidad de algunos. Jugando con los dobles sentidos, la letra del estribillo de la canción, titulada Mayores, comienza diciendo: “A mí me gustan más grandes, que no me quepan en la boca”. Un verso que hace que nos preguntemos a qué se refiere Becky G y que encuentra respuesta en la segunda parte de la frase: “Los besos que quiera darme y que me vuelva loca”. Qué pillina. Se refería a los besos. A lo mejor DH Lawrence también.
Tan obsceno como Miguel Ángel
Lo curioso es que a estas alturas, después de todo lo expuesto, todavía quede alguien a quien le escandalice lo más mínimo una letra así. La provocación ha ido madurando con nosotros, se ha vuelto más vieja y más astuta, y esta clase de juegos picantes de palabras, propios de un recreo de la ESO, han terminado perdiendo su efecto. Me gusta que no me quepan en la boca. ¿El qué? Los besos. Considerar obscena esa frase es como considerar obscenos los genitales de El juicio final en la Capilla Sixtina. Tal vez hace unas cuantas décadas. Tal vez en la preadolescencia. Pero ya no, Becky. Ya no.
Y sin embargo los hay que creen que es demasiado. En La 1 y en Telecinco, sin ir más lejos, el tema no ha pasado el filtro. En ambas cadenas le pidieron a la cantante que utilizara una versión edulcorada: “A mí me gustan más grandes, que con un beso en la boca me haga volar en el aire y que me vuelva loca”. Que con un beso en la boca me haga volar en el aire. Semejante ñoñería sí que es ofensiva.
Que a todas horas escuchemos en la radio y en la tele a Maluma, sin embargo, se explica porque las letras del muchacho son pura metáfora poética
En TVE han explicado que, a pesar de que la actuación era en horario nocturno, su obligación es emitir un contenido apto para todos los públicos —esta noche, la del viernes 16 de febrero, emiten En tierra hostil, no apta para menores de trece años—. Por su parte, Mediaset argumentó que se trataba del horario de tarde y podía haber menores viendo el programa. Se conoce que nunca han sintonizado su cadena durante la emisión de Sálvame.
Pero lo comprendo. Entiendo que el doble sentido del estribillo, a pesar de su puerilidad, puede herir las sensibilidades de los más pequeños. Que a todas horas escuchemos en la radio y en la tele a Maluma, sin embargo, se explica porque las letras del muchacho son pura metáfora poética. O a Cali y El Dandee. O a Enrique Iglesias. Hasta no hace mucho, el bombardeo con su canción Duele el corazón era continuo. Su estribillo dice que si te vas, él también se va. Que si le das, él también te da. La estrofa seguía un patrón parecido al de Becky G: “Solo en tu boca yo quiero acabar / todos esos besos que te quiero dar”. Por lo que se ve, los chicos provocan menos que las chicas. Pobrecitos. Quién se lo iba a decir a Dalí.