Se quita las pieles y se forma la gozadera: tiene algo de Cristo trash, gafas gruesas y dos jirafas tatuadas en el pecho. Hace twerking vuelto del revés, menea el coxis con el viejo rollo de Mick Jagger, saca el donut glaseado y se lanza a la lírica de la calle, al lenguaje ferozmente urbano, fresco, desafiante. Es un showman, un producto revelación, hueso y cráneo de la canción del verano. No conoce el pánico escénico. Bebe de Las Bistecs, Astrud y Alaska. Alejandro Robles no es un iluminado, no ha triunfado de rebote, no ha parido un tema que ha caído en gracia de forma azarosa -como sucede tantas veces en el espectro virtual-. Detrás de Cómeme el donut, el hit que presentó con su prima LaPili en Factor X, hay seso, intención y estudio. El malagueño se graduó en Filosofía y ha crecido escribiendo poemas. Se define como “artista transdisciplinar” y avanza en la escena sacudiéndose los esnobismos: toda aquella caspa de la “alta” y la “baja cultura”.
Andaba metido de lleno en la construcción del verso y en el imaginario poético hasta que en 2015 se fue a hacer un máster a Barcelona, y allí “descubrí el baile y su capacidad de empoderamiento”: “Desde adolescente siempre me interesó mucho el rap femenino. Me gusta en un sentido puramente lírico. No es algo en lo que haya acuerdo, pero hay corrientes que hablan de una poesía femenina que tiene más que ver con lo intimista. Mira Alejandra Pizarnik: son voces que no hablan de la megalomanía, de ‘yo soy más que tú’, sino de temáticas más psicológicas, emocionales, mitológicas… es un producto menos relacionado con el hip hop y el underground y más unido a la poesía”, comenta.
Contra el ego poético
Allá en Cataluña comenzó a aprender twerk y a aburrirse del fenómeno poético. “El círculo que mamé en mi adolescencia ya no me interesa. Los poetas modernos hablan siempre desde su experiencia, se endiosan en una figura de poder y se sienten legitimados con la verdad… ahora mismo siento mucho pudor hacia todo eso. No quiero avalar ninguna verdad. ¿Por qué le va a interesar a nadie mis emociones o mis pasiones?”, reflexiona Robles.
“Hay mucho ego. Lo que sujeta el interés hacia la mayoría de los poetas es el aura que se han montado. Luego no se toman en serio ellos mismos, ni desde las instituciones, ni nada por el estilo. Las lecturas de poemas actuales se hacen con el libro delante: no se preocupan por aprenderse el texto ni por la puesta en escena. Cuando yo trabajaba en lo poético me sentía orfebre de la palabra, me interesaba que cada verso tuviese un toque retórico, imágenes, y que el lenguaje tuviese su marca propia. Todo eso lo he reciclado ahora para hacer letras. Las frases pueden parecer tontas, pero están elegidas buscando la polisemia, no casarme con ningún significado y lanzar mensajes abiertos”.
Cómemelo (sin sexismos)
Ahí está el secreto de Cómeme el donut: que puede representarlo todo. “Nació como una coña entre mi prima y yo, pero luego entendí que era una idea interesante porque era una expresión no sexista. Lo puede decir cualquier persona: hombre, mujer, trans, gays… sin centrarnos en orificios ni falocentrismos. También puede ser un ‘vete a la mierda’”. Con LaPili arrastra sacos de buen rollo, de convivencia, de alegría y parodia.
Él siente que un verdadero artista tiene que tener “capacidad para entender el presente” y el “dominio de muchos lenguajes diferentes, cosa que está muy lejos de un poeta… por no hablarte de la producción”: “Un poeta tiene que estudiar 10 años para escribir ‘Cómeme el donut’”. Tanto funciona ese efecto que lo mismo pone a bailar a críos de tres años que a señoras de noventa. Abrazó esta capacidad, eso sí, casi de forma fortuita: en un concurso en el Contenedor Cultural de la Universidad de Málaga que consistía en una batalla de gallos entre raperos y poetas. “Yo me presenté como poeta, y al final eran dos raperos contra mí. Así que le propuse cambiar la disciplina y hacer una improvisación. Allí me arranqué con otro tema, Pussy Fire, y la gente se vino muy arriba”.
El alterego
¿En qué se parecen y en qué se diferencian Alejandro Robles y Jirafa Rey? ¿Vive ya con eso, como decía Carlos Barral, de “pensar a través de un personaje”? “Bueno, durante la época universitaria estuve estudiando cómo desarrollar un juego de rol. Un nuevo tipo de texto no lineal, nada relacionado con la novela. Es algo a lo que le he dedicado mucho tiempo y ha participado muchísima gente. Ha sido un proyecto creativo intenso, y ya ahí jugaba con la idea del Rey Jirafa como alterego, una especie de superhéroe… lo tengo tatuado en el pecho. El rayo de Bowie es como si fuese el emblema de ese héroe, de su energía”, explica.
La fama no le interesa demasiado, pero sí vivir de su arte. “He sobrevivido con algunos proyectos, a veces mejor y a veces peor, pero Factor X nos ha dado mucha más difusión para vivir cómodamente de lo que hacemos. Mi objetivo no era la ultraviralidad. Lo que sí es verdad es que hay una intelectualidad muy premeditada debajo de este proyecto: yo me tiro dos meses pensando cuál quiero que sea el concepto del tema. No es esto que dicen algunos raperos de ‘me dan el beat y te lo monto’. No. Necesito una idea relevante de lo que quiero… me pongo a escribir y a escribir… y al final me quedo con el 5%”. Ya están cerrando fechas de conciertos. El boom es imparable. Larga vida al Rey.