Juancho Marqués tiene la mirada inescrutable: hay algo ahí dentro que nunca se termina de decir, como en los cuentos de Carver. Fuma lento en la plaza de Tirso y charla con el cantaor gitano que reparte coplillas por las terrazas. A veces tintinean sus anillos en la mesa. Escribe poemas pero no quiere llamarse “poeta”, compone y le da vergüenza bautizarse de “artista”, observa el panorama entre el escepticismo y la benevolencia, pero le queda una asignatura para acabar Sociología. La verdad es que ahora estudia más que antes y bebe la vida mientras los demás duermen: es animal nocturno y a las tres de la mañana le clava el colmillo a Gramsci, a Marcuse o a Bauman.
En sus canciones mantiene las conversaciones que no termina de abordar en la vida. “Tiendo a expresar cosas de las que no hablo en mi vida privada. No he sido una persona muy comunicativa, con mi familia o mis amigos… nos pasa a todos, vamos un poco con la máscara”, relata. “Mi idea es soltar en las letras todas las miserias, para que lo que venga después ya sea positivo, como de sorpresa. Para que no haya expectativas”.
Si no se hubiese dedicado a la música, habría sido profesor. “Una persona adulta está contaminada y es difícil enseñarle algo. Al niño es fácil darle motivación, valores, referencias...”. Ha trabajado más de diez veranos con chavales. Se desvive en los problemas de otros -a veces quedándose él mismo por el camino-, pero no quiere ahondar en ese tema. La bondad no se pregona. La solidaridad es incompatible con el márketing.
No sabe sonreír en las fotos: dice que si no es natural, las comisuras no le funcionan. En los ojos carga algo hondo, algo lúgubre, algo extraño. Cuenta que es una persona “distinta cada día”, y desde fuera se le distingue el espíritu del talento. Removiendo, coleteando, como un pájaro negro en el pecho. Hasta un ateo lo vería. “Ahora estoy desprendiéndome, cambiando cosas… Como el machismo o el neoliberalismo, que son algunos de los comportamientos que más critico pero que todos hemos tenido. Por ejemplo, dentro del rap, cuando eres más pequeño y actúas por imitación, normalizas cosas propias de la cultura como vanagloriar el dinero. Al principio entras por ahí, pero después te das cuenta de que no eres así y te vas encontrando. Mi entorno me ha servido para eso, a veces me han dicho ‘no te reconozco’ o ‘esto es una puta mierda’. Yo no quiero que mis canciones hablen de dinero. Quiero que mi hermano se sienta orgulloso”.
El rap, la suerte y la muerte
¿Qué tiene Juancho Marqués de madre y qué de padre? “De mi padre tengo la racionalidad, la capacidad analítica, el prever las cosas y anticiparlas antes de que ocurran… a veces es dañino, porque te limita o te puede frenar a la hora de experimentar. También te evita otros males, es positivo o negativo. De mi madre tengo la sensibilidad, pero no porque sea mujer, sino porque ella tiene ese aspecto… escribía y pintaba. Mis padres son Leo los dos, y yo también. Somos fuego todos”. Cuando él empezó a empuñar el boli y la libreta, en su pueblo nadie se dedicaba a hacer rap. “Escuchaban techno y comían pastillas siendo menores. Ponías rap y te decían: quita esta mierda. Allí yo encajaba por una parte, pero por otra era como… ¿rap? Ya en la universidad conocí a un chaval que sí estaba en eso y se dieron las condiciones para desarrollarlo”, explica.
No se lo confía todo a la buena estrella. “La suerte es un rato”, sonríe. “El 90% es trabajo. En Suite Soprano nos hicimos conocidos por un tema viral. Si hubiese sido en 2016, que el bruto de personas en internet es mayor, el impacto habría sido mayor. La viralidad en un momento dado es fácil, pero sobrevivir en la música es otra cosa”. Escuchando a Juancho Marqués, uno no entiende bien si lo odia todo o lo quiere todo. Es esa dualidad del hipocondríaco, del que cree que va a morir súbitamente: debajo de la fragilidad y las angustias se esconde, en realidad, un amor voraz por el mundo.
-Me obsesiona el tema de la muerte. Es recurrente en mí, seguramente porque perdí a mi hermana cuando era muy pequeño. Me preocupa cómo afronta la muerte la sociedad occidental, me aterra. El proceso de duelo, ese regocijarse en el dolor… en otras sociedades se hace de forma diferente. El luto es consecuencia del catolicismo.
-Ojalá entendiéramos, al perder a alguien, que hemos tenido suerte de coincidir.
-Exacto. Hemos estado aquí, hemos sido felices… pero la gente, cuando se te muere alguien, no es capaz ni de preguntarte cómo estás. Se esconde al muerto, se esconde el tema. No nos han educado para ser felices. Nos han dicho que tenemos que trabajar, que tenemos que conseguir dinero… pero nadie se pregunta: oye, ¿qué puedo hacer para que seas más feliz?
Poesía (política)
Ya en Suite Soprano, su primer grupo, recogían destellos poéticos en sus letras -como el guiño al “Si estoy en la ciudad, meriendo tarde a secas” de Ángel González-, y a Juancho le sobreviven dentro esas imágenes redondas y palpitantes, esas músicas secretas. Si a sus textos se les quita el instrumental, golpean con la misma fuerza. “Paso por tu calle y se me encienden los faroles, porque te quise como Manuel a la Lole”, canta en Química, o “Todavía tengo vida, todavía tengo excesos, carne suficiente para alimentarme en tierra de tus huesos”, como avisa en Nos vamos a comer el mundo. A veces sus versos parecen escritos por un anciano que habita el cuerpo de un hombre de treinta años, a veces parece que traen memoria de otro tiempo: algo de poso flamenco, algo de espiritualidad, algo de psicoanálisis. Otros ratos regresa a 2018 y se barniza de modernidades. Lo dice él: fluctúa.
“Empecé a tener conciencia política cuando descubrí a Miguel Hernández. Fue una cosa personal. A mi padre yo no lo había visto llorar nunca, y la primera vez fue en un viaje en coche que hicimos a Málaga. Él ponía el disco de Serrat que le gustaba, y me acuerdo que siempre intentaba explicarnos a mi primo y a mí de lo que hablaba El niño yuntero. Imagínate, yo con 9 años… nos partíamos la polla, en plan, ¿qué me estás contando? Estás pasadísimo”, sonríe. “Mi padre nunca me había hablado de la muerte de mi hermana. Nunca habíamos tenido esa comunicación… y menos a nivel emocional, tal vez por eso de la masculinidad tóxica que tenemos los tíos, eso de ‘no llores, mis cojones’, testosterona todo el rato. Es una mierda. Nos hace daño y nos limita. Pero un día me explicó la Elegía a Ramón Sijé y se puso a llorar, me dijo que le recordaba a mi hermana. A partir de ahí me puse a investigar. Lorca, Miguel Hernández, hasta Ángel González… tienen ese toque oscuro que me llama mucho”.
También recuerda, entre sus primeros coqueteos con la política, el debate de Aznar y Felipe González. “Mi padre empezó a hablar mal de Aznar y esa fue mi primera referencia. Luego con mi padre tengo mil diferencias, pero me influyó… pensé: mi padre está diciendo que esto está mal, a ver qué es”. Juancho Marqués tiene conciencia de clase. “Es un estado mental. A mí me gustaría empoderarme. No tengo ningún problema en ganar dinero, siempre he dicho que prefiero tener yo el dinero porque lo voy a utilizar mejor para con mi gente cercana, ¿sabes? Mi objetivo en la vida no es hacerme rico. Quiero dinero para vivir normal. No necesito el coche más caro ni una piscina”, cuenta.
¿Ni un chalé en Galapagar? “A Pablo Iglesias lo entiendo a nivel personal por el acoso al que está sometido, es inhumano lo que le hacen. Normal que quiera irse a un búnker, pero yo soy más de Anguita en ese sentido. Si tú eres político tienes que dar ejemplo a pesar de tu existencia, a pesar de ti mismo. Yo admiro mucho a la gente que es capaz de renunciar a su propia vida por sus ideales. Hay muy pocos políticos capaces de eso”.
Humanismo, microcambios y amor
Entre misántropo y humanista, se dice humanista. “En realidad las dos opciones son posibles. De las cosas que más me joden de la sociedad capitalista… no es sólo el dinero, sino el punto de mira. Hoy todo tiende a la individualización y parece que la culpa recae sólo en el individuo, pero yo siento que hay estructuras y condicionantes por arriba que influyen más que el propio ser humano”, relata. “Pienso en los chavs, en Inglaterra. De ellos hablaba Owen Jones en La demonización de la clase obrera. Antes de Margaret Thatcher, la sociedad industrial estaba fuerte, tenían mucho poder sindical… pero cambió la estructura y se empobrecieron. Thatcher lo basó todo en mercados, en especulación, en Bolsa, etc. Los hijos de esa generación son consecuencia de eso. Y la gente los culpa de forma individual. Por el alcohol, las drogas, las peleas. Yo considero que eso deviene de algo que está por encima, por eso es tan importante la educación para mí, por eso es lo más importante”.
Aquí la metáfora vital: “Es como si todos fuésemos de plastilina, unos más densos, otros menos… pero siempre hay tornos que nos van moldeando, da igual lo grande que seas, que si te golpean fuerte, te van a reventar”. Se detiene. “Es fácil reventar una generación y muy difícil que se regenere. De alguna manera sí, soy humanista, y creo en los microcambios. Porque si el entorno fuese humanista, la sociedad tendería a eso, pero si el entorno es hostil, competitivo y no se basa en lazos de solidaridad… todos acabaremos siendo misántropos”.
¿Qué sabe del amor Juancho Marqués que no sabía con 15 años? “Que no tiene nada que ver. Pensaba que era conocer a tu media naranja, casarte, tener hijos, estar toda la vida y enseñarles que eso es lo que hay que hacer. Mi idea era el amor romántico, pero ahora lo entiendo diferente”, explica. “Ya no soy capaz de entender el amor desde la posesión. Nadie es de nadie. Yo puedo ser mucho de ti, pero tú no vas a ser mía nunca. Lo entiendo como si todos fuésemos círculos que están en movimiento. Vamos confluyendo con otros círculos, pero el amor romántico, tan de absorber al otro, hace que dos círculos se junten tanto que al final sólo queda uno y los dos se hacen más pequeños”.
Lo que viene
Quiere quitarse ese lastre de la educación emocional recibida: eso de que los celos son normales, eso de rasgarte las vestiduras porque tu pareja tenga deseos sexuales hacia otra persona. “No deberíamos enfadarnos por eso, es natural y nos pasa a todos. Hay que reeducarse. Hay que tener la capacidad interpretativa para decir: esto está mal, voy a borrar este pensamiento porque sé de dónde me viene. Y deja de doler. El amor romántico es tóxico y tiende a la penumbra, como la religión: tapar la carne, rechazar el cuerpo… como si la vida estuviese en otra esfera, cuando está aquí. Es un castigo”.
Ahora amasa un nuevo tema que será el single de su nuevo disco. La canción saldrá en diciembre, el trabajo completo, en febrero. Colabora con él María José Llergo, flamenca purísima, talento de raza. “Ella está muy interesada en hacer algo con esencia, en no perpetuar la idea del amor romántico, en romper con el machismo y cantar cosas reales, que sirvan para cambiar estereotipos y mentalidades. Con ella tengo dos temas”. El single es de esas canciones para expiar, para acunar. De esas canciones en las que uno quiere quedarse a vivir, de desgarro atemporal. “Se guarda los problemas para casa, no es de confiar en nadie, pero aprieta cuando abraza”, canta.
“No conocía otra forma de rezar. Les habla cada vez que se quiere matar, incluso le llegaba a funcionar (…) Ahora se encuentra con ellos en los sueños, les abraza y están fríos, despierta en el suelo. Después sale a la calle como si ná”. El mejor Juancho Marqués sólo empieza. Apaga el último cigarro de la conversación. Ya es de noche. Se despide con aprecio y se aleja por las callejas con su esqueleto largo y complejo, con su cráneo privilegiado, como decía Valle-Inclán. No lo va a ver como los demás. Nunca ha sío como los demás.