Diez días antes de la apertura de puertas al caos, ni los organizadores, ni el Ayuntamiento, ni la Comunidad de Madrid sabían cómo iban a mover hasta IFEMA las “240.000” personas que el festival quería recibir el pasado jueves, viernes y sábado. Era un indicio de lo que se estaba cocinando: el Mad Cool es el festival de música peor organizado de la historia y el más afortunado, porque a pesar de todo lo denunciado y sucedido, el susto no ha pasado de lipotimias, gracias sobre todo a un público sobresaliente.
La alcaldesa Manuela Carmena permitió a los promotores trasladar de La Caja Mágica a Valdebebas el evento y asegurar al Mad Cool multiplicar por dos el aforo y los ingresos. Las cuentas de la empresa en 2016 hacen sospechar que necesitaba una buena inyección de dinero para seguir respirando: tal y como aparece reflejado en el balance del registro mercantil -al que ha tenido acceso este periódico-, la firma de José Javier Arnaiz López facturó 8,6 millones de euros, pero perdió 2,9 millones de euros. Y acumuló una deuda de 10,4 millones de euros (en un año de vida). Tras estos tres fatídicos días ha quedado claro que la organización no ha crecido tanto como para crecer el doble.
Miedo a la salida
El 25 de junio, el coordinador municipal de Seguridad, Daniel Vázquez, escribe a la Comunidad para advertir del problema que se les venía encima: no sabían cómo trasladar de IFEMA (Valdebebas) a la ciudad a esa masa de gente. A las 4.30 de la noche no hay servicio de Metro y veían con preocupación las consecuencias “en materia de movilidad y seguridad”. Los refuerzos de Metro no se activan para eventos privados. ¿Nadie había pensado en esto antes?
Caos a la llegada
Nadie había pensado cómo sería la salida del IFEMA, ni cómo la llegada. Un viernes, hora punta de regreso de los vecinos de Valdebebas y miles de coches camino del recinto. Los accesos al parking estaban mal señalizados y habían sido reducidos a una entrada. El acuerdo con Uber para entrar en preferente fue una filfa y las retenciones paralizaron las vías colindantes y afectaron a los barrios de alrededor, donde las aceras amanecieron tomadas por los coches. La organización y la Policía reconocieron falta de protocolo para resolver una situación de llegada “inesperada”. Al parecer, el Mad Cool no esperaban que el público acudiera al evento a primera hora de programación. ¿En serio?
Transporte desbordado
Siete días antes del comienzo, se pacta la nocturnidad del Metro: hay que pagar 180.000 euros, repartidos en un 25% pagado por la Comunidad, otro 25% por el Ayuntamiento y el 50% por Mad Cool (94.000 euros). La línea cubre hasta Nuevos Ministerios, con trenes cada cinco minutos, unas 10.000 personas a la hora. Insuficiente. Así que se montaron lanzaderas con autobuses que unieron IFEMA con Plaza de Castilla. Uno de ellos se salió y quedó colgando de un puente cuando regresaba a por más público. Las quejas se repitieron los tres días: los autobuses fueron insuficientes y el servicio estaba desbordado. El público ya había pagado por utilizarlo, pero la recogida era a sálvense quien pueda sin comprobar los billetes.
El público es ganado
Habíamos denunciado la vida indigna de los músicos de festivales de verano y las consecuencias de una contratación en precario, pero se ha creado una nueva estirpe que está formada por un público humillado, vejado y estafado. Bajo la excusa de que el año pasado Mad Cool trajo 33,3 millones de euros de ingresos para Madrid y que este año logrará un retorno de 50 millones de euros, la organización se ha creído con la potestad de asaltar el bolsillo de sus clientes, sin mirar por su seguridad, su tranquilidad y su disfrute. Y si quieren comer o beber tienen prohibido no comprarlo a precios abusivos sólo en los puestos de la organización.
¿Seguridad? ¿Dónde?
Tal y como informó El Mundo, la Policía Municipal estuvo superada en todo momento por el festival “más grande de la historia de España”, tal y como se anunciaba desde hacía meses. Uno de los agentes comunica por la emisora del cuerpo que “Madrid se va a colapsar entero”. No había agentes suficientes como para garantizar la seguridad del público, dice otro. Si el caos para controlar el tráfico fue absoluto, una vez dentro, el acceso (debido a la caída de una red contratada menos potente de lo que se debería haber contratado) al recinto fue agónico.
El Ayuntamiento, responsable
Ha quedado claro que el diseño de producción ha sido de primaria de festivales. Pero, ¿dónde estaba el Ayuntamiento para comprobar que todos los protocolos estaban controlados y meditados? ¿Cómo es posible que no se haya auditado cada paso a una empresa con un muerto en su currículo? ¿Cómo es posible que con un pasado como el de esta ciudad, con cinco muertos en el Madrid Arena, se hayan permitido errores garrafales -largas filas en plena solana y tumultos en túneles- que sólo por casualidad no han tenido más consecuencias que la del maltrato al público? ¿Qué responsabilidades ha pedido el Ayuntamiento a Mad Cool por los 700.000 euros en subvenciones que les ha dado este año?