Una de las polémicas más incómodas del fin de semana ha sido la protagonizada por el dúo musical Andy y Lucas por sacar en medio de un concierto una camiseta con el rostro del niño Gabriel y la rúbrica “Justicia ya”: una iniciativa que no contaba con el conocimiento ni la aprobación de los padres de la víctima. Patricia Ramírez y Ángel Cruz explicaron en un comunicado que sienten ese acto como “una invasión” e interpelan a los músicos: “¿Quién os ha dado permiso para subir la foto al escenario?”. Sin embargo, lejos de achantarse, Lucas González lanzó un vídeo a las redes donde aseguraba estar “muy enfadado”: “¡Qué vergüenza! No se preocupe señora, ya no sacamos la imagen de su hijo. Pero después no pidan firmas a los ciudadanos. Sólo quiero decir que somos famosos desde hace 16 años y no usamos la imagen de nadie, y menos políticamente”.
Eso último no es cierto. Los años dorados de Andy y Lucas arrancaron en 2003 -cuando arrasaron con su primer disco- y coletearon hasta 2007 -con el proyecto Ganas de vivir-, pero su segundo trabajo no cumplió las expectativas generadas en los comienzos. No pudieron emular ni repetir un rosario de himnos populares como Tanto la quería, Son de amores o Y en tu ventana, canciones que llenaban los conciertos, los institutos y los romances de barrio. Quizá por eso ya en 2010 recurrieron al populismo y se engancharon, por primera vez, a un crimen mediático con una fuerte carga emocional, por tratarse también la víctima de un menor, de una persona vulnerable.
Primer rédito: Marta del Castillo
Su disco Pido la palabra -un trabajo “mucho más maduro” a la vez que “comprometido y social”- recibió ese nombre por el tema que le dedicaron a Marta del Castillo. “Pido la palabra de ese padre que perdió en Sevilla / un día lo que más amaba; esa madre que desde aquel día / libra una batalla, injusticias del vivir”, cantan. “Si tú volvieras te queda aquí tu cuarto recogido solo para ti, un marco con tu foto lleno de amor, y una charla pendiente con aquel que te creó”.
Concretaban más en estos versos: “Esa calle que no tiene nombre, porque ya no pone Marta, esa calle sin ilusiones...”. Andy y Lucas acostumbran a acompañar sus conciertos con proyecciones de imágenes de esta joven asesinada, junto a otra víctima como Diana Quer. Esta iniciativa entronca con su visión vital de la música, más bien alejada del activismo y de la conciencia social, como deslizaba Lucas en su vídeo de contestación a la madre de Gabriel: “¿No ve que nosotros vivimos de los Ayuntamientos, cómo vamos a decir que somos de izquierdas o derechas?”, lanzó, tirando por tierra la visión de la cultura como herramienta visionaria y libre que señala las grietas del poder. Es obvio que existen productos culturales cómodos para el sistema -los que no lo cuestionan, los que no participan en causas políticas-, y hay otras iniciativas artísticas que avanzan preñadas de activismo, de mirada crítica, de deseo de reflexión y de avance.
El primer grupo se decanta más por el entretenimiento: el segundo, por la educación. Conociendo de esto, Andy y Lucas han optado por intervenir en el debate social pero sólo con los temas que no puedan resultar espinosos ideológicamente. No son molestos, no chirrían a ningún poder. Prefieren doblegarse, guardar silencio para que su discurso ciudadano no afecte a su bolsillo ni a sus contrataciones, justo en estos tiempos en los que la libertad de expresión sale siempre derrotada -con raperos condenados a prisión y titiriteros encarcelados-. Es la actitud que criticaban los Riot Propaganda en una de sus letras: "Intento contar lo que otros prefieren obviar para tocar en ayuntamientos de su ciudad...".
La técnica de Andy y Lucas es apropiarse de las cuestiones que cohesionan tanto a la derecha como a la izquierda: el terror, el crimen, la violación, el asesinato de menores. No hay fallo: ese dolor hace caja seguro. Es sensacionalismo artístico y su target está en todas partes.
Rozalén, la elegida por la madre de Gabriel
En el otro extremo tenemos casos como el de la cantautora Rozalén: fue la madre de Gabriel la que pidió a todos los españoles que mostraron su dolor y solidaridad con el caso de su hijo que escuchasen Girasoles, el tema favorito del crío y uno de los últimos que bailaron juntos. “Habla de la gente buena y del sentido común. A nuestro hijo le gustaba mucho. Que pongan Girasoles en su nombre”. La canción es un himno a la esperanza, es un guiño amable a la humanidad y a la generosidad.
“El mundo está lleno de mujeres y hombres buenos”, reza la letra. “Así que le canto a los valientes que llevan por bandera la verdad. A quienes son capaces de sentirse en la piel de los demás, los que no participan de las injusticias, no miran a otro lado, los que no se acomodan, los que riegan siempre su raíz”.
Rozalén nunca exprimió esta circunstancia ni se puso ninguna medalla: la causa tomó su música, pero su música no se apropió de la causa. Ahí la gran diferencia. Otra fundamental: esta cantante sí es un ejemplo de compromiso social en sus letras, y no precisamente por engancharse a los dolores de las víctimas de crímenes mediáticos. Las historias que cuenta en sus canciones son Historia de España: familiares en fosas -en su tema Justo-, abuelas que acogen a vascos rebeldes en años de dictadura -El hijo de la abuela-, padres curas que se salen de la Iglesia por amor -ojo a Amor prohibido-, juicios rápidos en los pueblos pequeños, fantasmas que se te quedan mirando cuando escribes. Se ha mojado también en temas de feminismo -ahí La puerta violeta-. Rozalén es dulce, dialogante y está llena de buenas energías, pero su lucha es social y a muchos les chirría.
Sin embargo, nadie podría acusarla, como a Andy y Lucas, de sumarse a las causas emocionales que no tienen discusión, como la del niño Gabriel o Marta del Castillo: una mujer que escribe sobre ETA es una mujer valiente, capaz de perder público y oportunidades laborales por llevar hasta el final su mirada crítica. En ella la cultura -como artefacto de pensamiento y de progreso- vuelve a recuperar su nombre.