Tiene a España esperando: cada paso artístico de la cantante catalana conserva a la grada inquieta. Después de Malamente y Pienso en tu mirá, extractos del potentísimo Mal querer, Rosalía presenta Di mi nombre, hecha en base a las melodías tradicionales de tangos de La Repompa de Málaga, antes del concierto de mañana al aire libre en la Plaza de Colón de Madrid. Este vídeo acumula menos símbolos que los dos anteriores: el primero estuvo centrado en una estética cañí modernizada, al más puro estilo Bigas Luna; y el segundo saltó de icono en icono para representar las fases oscuras de una mujer que padece un romance enfermo de celos, hasta, finalmente, sacudirse la relación tóxica y liberarse de los fantasmas. Ahí: “Cuando sales por la puerta pienso que no vuelves nunca, y si no te agarro fuerte siento que será mi culpa”.
En su nueva entrega pasa directamente al capítulo 8 de su Mal querer, el Éxtasis: aquí Rosalía tumbada en una cama, como La maja vestida de Goya renacida en 2018 -en la habitación hay lámparas encendidas, cojines dorados, una chimenea, unos neones rosas, algunas macetas y un cuadro de corte eclesiástico-. Igual que la mujer del cuadro original, viste un traje claro rematado con un cinturón rosáceo. “Di mi nombre cuando no haya nadie cerca”, canta. “Que las cosas que me dices no salgan por esa puerta”. Pero, a diferencia de la hembra pintada, Rosalía enloquece y golpea con furia verso a verso. Sale del inmovilismo, de la pose, para arrebatarse con las manos, con el rostro y con las piernas.
“Y átame con tu cabello a la esquina de tu cama, que aunque el cabello se rompa, parezca que estoy atada”, pide, mientras agita su larga melena negra y deja caer la cabeza hasta el suelo. Poco a poco va enloqueciendo, agarrándose con rabia al cabecero, haciendo el pino-puente, como la mismísima niña del exorcista. No halla la paz: está loca de amor. Se despeina, grita, desafía a la cámara. Se tira al suelo y lo araña con las uñas en plena coreografía. Conforme avanza la canción, va soltando todo el cuerpo, va entregándose al furor, entre el arrebato sexual y la expiación, entre lo erótico y lo religioso.
La maja de Goya ya no es de Goya -esa “maja” que comenzó siendo “gitana”, ese óleo sobre lienzo de 1980-, la hembra se ha independizado del cuadro. Y del pintor. Y de la mirada del hombre. Nunca se pensó que esta maja fuese un retrato, porque sus rasgos genéricos son aquí más evidentes que en su hermana desvestida. Quizá por eso Di mi nombre. Quizá por eso el dotar de identidad a esa mujer anónima. Ambas -la desnuda y la vestida- fueron reclamadas en noviembre de 1814 por el Tribunal de la Inquisición al considerarse “pinturas obscenas”.