Astronauta, es, sin duda, uno de los discos del año. La compositora Zahara viene más fiera, más poética, más feminista, más maternal y más social que nunca: esta es la propuesta de una artista que crece en libertad y en carácter creativo. Busca imágenes aquí en la tierra y en el espacio, como un animal complejo que a veces se siente inadaptado, como cuando era niña y observaba el panorama con cierta distancia mientras masticaba ideas para dominar el mundo. Por eso Astronauta: porque el presente es siempre un lugar extranjero. Porque estamos todos un poco perdidos. Y porque, ahora sí, cada pequeño paso para la mujer es un gran paso para la humanidad.

Lo mismo saca versos del Café Verbena donde gozan los abuelos al caer la tarde -“Nuestras almas viejas / se dejan llevar por las piedras / buscando la sombra (…) Los vecinos octogenarios / bailan como Michael Jackson”- que del amor que se derrumba -“Se alzó entre nosotros un muro / de mierda gigante / sobre cimientos de sangre (…) Qué triste será dejar de conocerte-.

Le canta al niño que protege entre sus brazos y a la persona que desea que sea: “He perdido mi gran colección / de temores. / Sólo quiero ayudarle a ser / un buen hombre”. Y a los políticos sonrientes que quieren comerciar con bebés: “Si eres tan valiente / préstame tú tu vientre. / Véndeme los hijos / que tengan tus hermanas. / Déjame que beba / un poco de tu sangre. Sácate los ojos, / alquílame tu carne”. A partir de mañana, pueden tener esta joya entre sus orejas -ahí donde dicen que está el corazón y el orgasmo-. 

Dices que el nombre de este disco lo inspiró cierta soledad. Al principio tu amiga llamaba “astronauta” a tu hijo pero, finalmente, la que se sintió astronauta fuiste tú. 

Sí. Durante el postparto viví unos momentos muy extraños. Esos momentos que, por mucho que te cuenten, hasta que no te ves ahí no entiendes cómo son. Una noche estaba con mi hijo de pocos meses en mi regazo, amamantándole, y me sentí cansadísima. Estaba medio dormida. Mi marido dormía al lado en el sofá y yo estaba ahí, rodeada por ellos, pero a la vez completamente sola. Sola por no poder gritar lo que me dolía. Por no poder gritar cómo me sentía, por creer que nadie podía comprender en ese momento lo duro que era, por muy emocionante que fuera a la par. Es una soledad extrañísima, porque no la has vivido nunca antes y eso hace que sea más desoladora. Cuando más tarde hablas con otras madres y te cuentan situaciones muy similares, te das cuenta de que es necesario hablar más, comunicarse más y expresarse más claramente. 

El single, Hoy la bestia cena en casa, fue un guantazo político y social contra la gestación subrogada. ¿Cómo te decidiste a tratar un tema tan importante y a la vez tan delicado en este momento en el que los artistas tienen miedo a expresarse por la polarización y las campañas de acoso que existen? ¿Puede uno posicionarse políticamente sin que le coman?

Yo también tengo miedo, eh. Mucho. De hecho, la noche de antes colapsé de la tensión que tenía, precisamente porque soy consciente del momento social que vivimos. Pero a la vez tenía la necesidad de hablar de ello, de decirlo sin tapujos, de gritar algo que me empezó a doler hace unos años y que necesitaba sacar. Al final todas mis canciones surgen así, de esa búsqueda de la catarsis. Las canciones hacen de psicólogas y componerlas liberan. Igual que otras veces lo había hecho con mis emociones, cabreos o tristezas, esta vez tenía que hablar de esto y dejar a un lado mi ego, mi “ay, que igual no me quiere todo el mundo si digo esto” y soltarlo. Porque también pensé: la gente que me quiere o a la que le gusto está ahí por quién soy, y lo interesante es que las cosas se hablen, no que nos autocensuremos continuamente por miedo a no gustar.

¿Sientes que los artistas tenéis responsabilidad social?

No creo que sea algo intrínseco. No va con el contrato interno de dedicarse al arte, sea cual sea; al menos, no ahora. Pero sí creo que como música que se dedica a esto, como parte de la sociedad, como persona que quiere dejar un legado en el mundo… sí que es importante que represente el mundo en el que estamos. No es fácil, ya lo decía antes. Pero hay que hacer el esfuerzo de contar no sólo lo que estamos sintiendo, sino lo que estamos viviendo. 

A menudo intuyo en tu discurso destellos críticos con el sistema. Cuando mencionas tu época gris trabajando con Universal o con el mismo tema que hablábamos, la gestación subrogada. ¿Zahara es anticapitalista?

Cuando naces en una sociedad capitalista es muy difícil serlo. Pero intento ser anticapitalista. Me cuestiono lo que hago, no lo doy por hecho continuamente. Creo que es lo mínimo que puedo hacer y a la vez lo más difícil. Damos por hecho todo lo que vivimos. Que los hombres tengan puestos de poder, que los niños no jueguen con muñecas o que comprar en Zara sea lo fácil sin cuestionarnos qué nos ha llevado a todo esto. El primer paso es pararse a pensar antes de hacer algo, porque socialmente hemos nacido en el momento en el que estamos, pero luego viene la pregunta de: ¿realmente queremos esto? Cuesta muchísimo. Yo crecí en una familia con unos valores muy alejados del capitalismo y aún así, completamente integrada en él. Lo que más puedo agradecerles es darme herramientas para hacer autocrítica, para replantearme mis hábitos y mis pensamientos continuamente.

Entonces, Albert Rivera no ha estado cenando en tu casa.

(Risas). Qué pena. No. Ojalá. Me haría gracia. 

¿Qué le dirías si le tuvieras delante?

¿Te he dicho que nos seguimos en Twitter? A veces me dan ganas de mandarle un privado. Pero no sé si a él o a otros que me encajarían en el papel de “bestia”: preferiría tenerles delante, en mi casa. Quiero decir: me gusta esa imagen en la que los siento y les canto las cuarenta, les digo lo que pienso y los zarandeo metafóricamente. Precisamente una de las cosas que más me cuesta es enfrentarme a las bestias, por eso hice la canción. Para que una parte de mí se sintiera feliz sabiendo que lo ha hecho en algún plano existencial.

¿Confías en algún político?

Me cae muy bien Alberto Garzón. Él, como persona. Su planteamiento vital. A él sí que lo invitaría a cenar a mi casa y le haría pollo a la cazuela, súper rico, y luego comentaríamos series y libros. Eso me haría mucha ilusión (esto es un llamamiento a Garzón para que se venga)-

¿Cómo condicionan a una artista sus padres y cómo sus hijos?

En el caso de mis padres he tenido mucha suerte porque siempre me han apoyado, entendido y cuidado para que pudiera dedicarme a esto. Cuando terminé la carrera, ellos querían que hiciera oposiciones (estudié Magisterio), como cualquier padre de esa generación, pero entendieron que quisiera tener un año “sabático” para intentar dedicarme a la música. Me ayudaron pagando el piso en Granada, pero mis gastos corrían por mi cuenta, así que tenía cierta presión a la hora de buscar conciertos. Funcionó muy bien. Al acabar el año, vivía de la música y me sentía realizada habiendo hecho lo que quería. Nunca me han pedido que vuelva a estudiar oposiciones (risas)

Ambos son muy creativos. Mi padre toca la guitarra y canta y mi madre pinta y escribe cuentos. En mi casa, desde niña, se fomentaba y se valoraba la creatividad. Si había preparado un teatro todos se paraban a verlo. No hay mayor recompensa que saber que estás agradando haciendo algo artístico. Retroalimentaron esa felicidad de verme expuesta artísticamente. Cuando compuse mi primera canción, mi madre se puso a llorar y me di cuenta de que había ahí algo potente. Tenía 12 años, pero descubrí que con la música se conseguían cosas. Y ese era el primer paso para dominar el mundo, que era mi fin último en la vida (risas)

En cuanto a mi hijo: por un lado, tengo menos memoria. Y es horrible, porque tengo miedo en todos los conciertos de que se me olvide la letra. Pero bueno, a veces pasa y me río. Y el público también. Ya está, todo bien. Me conocen y me quieren como soy. También me hace estar cansada de una forma inhumana. Termino el concierto y sólo quiero irme a casa, a dormir y a estar con él. Físicamente está siendo muy duro, pero poder dedicarme a esto y luego tener un muñeco en casa tan divertido y majo acaba compensando. 

En El astronauta, la canción que dedicas a tu hijo, cantas un verso muy hermoso: “Sólo quiero ayudarle a ser un buen hombre...”. Ahora que el feminismo está revisando el modelo de masculinidad y los valores que antes estaban en alza, quería preguntarte: ¿qué es ser un buen hombre?

Ojalá sea una persona empática. Creo que falta mucho de eso hoy día. Que sepa escuchar antes de gritar su opinión. Que se agache a hablar con los animales y con niños y niñas pequeños, cuando él ya sea un hombre. Que sea amigo de sus amigos aunque no tengan la misma opinión política, que no grite a los peatones desde el coche, que no cuente sus quejas en Twitter. Que sepa cocinar, porque cuando cocinas desarrollas ese deseo de cuidar a los demás, de darles algo bueno de ti. Y que se esfuerce por aquello en lo que cree y siente. 

En mi opinión, tú haces poesía. ¿Cómo puede resistir la poesía en una España que llena Vistalegre de simpatizantes de Vox? Esos dos mundos tan opuestos…

Bueno, Vox lo petó en Madrid, pero Madrid es un espejismo. Es como con la música. Yo puedo llenar dos Rivieras en Madrid, pero fuera de aquí no tengo tantos fans. Los hay, y muy majos, por cierto, pero no son tantos. Es decir, no porque hayan llenado Madrid significa que haya tantos repartidos por el resto de España. Quiero pensar eso, al menos. 

Creo que estos contrastes de los que hablas van a ir a más. Y cada vez va a ser peor. Con este disco lo pensaba: grababa un disco en directo con una banda estupenda, me preocupo por el formato físico, me invento unos planetas, un viaje de una astronauta… y a la par hay grupos o artistas que ya hacen discos sin preparar ni siquiera grabar nada. Esto va a ir un poco así. El mundo de la música, de las ideas, del arte… evolucionará hacia un minimalismo emocional. Luego resistiremos los románticos que creemos que se pueden hacer algunas cosas, no todas, como antes. Y no es porque tenga miedo al futuro, creo que en ese futuro convivirán ambos mundos, pero cada vez más separados y extremos.

¿Qué sabe Zahara del amor hoy que no sabía con 16 años?

Que existe. De hecho, tengo una carta que me escribí a esa edad en la que me imaginaba ahora y me decía que sería lesbiana, que no tendría pareja y que tocaría en los bares. Ah, y sin hijos, claro.

¡Casi!

(Risas). Casi… Era una adolescente muy complicada. Como todas, ¿no? Pero me encantaba hablar con gente mucho mayor que yo, sentirme superior al resto de mi generación. No porque lo fuera, sino porque sentía que ellos estaban en otro lugar distinto. Yo contemplaba, ellos sólo vivían.

¿Y del sexo, qué sabes ahora que no sabías entonces o que nadie te explicó?

Que no duele. Que no hay orgasmo vaginal. Y que la “pistolita” [la masturbación del hombre hacia la mujer con los dedos rectos, en mete-saca] está mal. Y que se puede decir a un chico lo que no te gusta que te hagan sin que se rompa la magia. De hecho, al contrario. 

Una de mis canciones favoritas de este disco es Diluvio Universal. “A ti te gustaba follar los días de lluvia; y a veces, cuando llueve, recuerdo el amor que se hacía. Quisiste proteger lo que no era de dios ni de nadie”… Es lírica y transparente. Incluso empleas palabras como “follar” o “mierda”. Es increíble que aún siga siendo sorprendente que una compositora no utilice eufemismos como “practicar el coito” o “hacer el amor”, ¿no? 

Total. Fue la primera canción que compuse del disco y estaba precisamente ahí: cuando yo creo es el momento de imaginar, no juzgo. Sólo hago. Después es cuando viene el análisis y el “uy, no sé si debería decir esto”. Pero esa imagen es tan real, es tan lo que era, que no podía encubrirla. En este disco me he liberado más que en Santa. No sólo en el tema social con la bestia, sino en lo emocional. Menos metáforas, más verdad y transparencia. Y creo que eso viene un poco con la edad. Con Santa tenía 30 y mucho más pudor, más “qué se espera de mí y qué soy”. Ahora es como: “Mira, bastante que sigo haciendo esto, no me jodáis” (risas).

Llevamos toda la vida escuchando a los hombres decir que están “hasta las pelotas”. ¿El feminismo ha conseguido que las mujeres podamos decir que estamos “hasta el coño” sin perder crédito o sin que parezca que estamos desbarrando?

Creo que una de las cosas buenas de este siglo es que las mujeres nos expresamos con mayor libertad. Y eso es bueno. Además, se nos toma más en serio. El feminismo abre el telediario y ya no lo cierra como una anécdota de cuatro locas con pelos en los sobacos. Ahora somos importantes, quizá porque está de moda el tema. El clickbait lleva a los medios a sacar noticias aunque realmente no crean en ellas, y está bien. La moda nos llevará a un lugar más saludable donde ya no lo sea y se convierta simplemente en una realidad.

Hablemos de El fango. “Nunca hablamos en plural. No fuiste nada para mí. Me dio igual verte marchar. No me hiciste más feliz. Nunca me acuerdo de ti...”. 

¿Sabes esa relación en la que tú nunca llegas a estar del todo pero la otra persona cree que sí? Hace sus castillos de naipes aunque tú seas clara. Se tiene en tan buena estima que no concibe que no vayas a ser para él, porque él te ama y eso debería ser suficiente. Pues esta canción le habla a esa persona y le dice exactamente la verdad como es: no voy a ser quien te cuide, ni tú me cuidaste a mí, ni me importas, ni pensé en nosotros de esa manera, y si no lo viste fue porque no quisiste. Tu ego no te dejaba ver el bosque.

Alguien se preguntará cómo una mujer como tú, con una vida aparentemente plácida, feliz, ordenada… puede seguir escribiendo letras tan descarnadas. 

Es que lo jodido siempre deja una huella imborrable, por desgracia. Me decía la gente: “Jo, Zahara, ahora harás un disco alegre, joder...”. Y yo les decía: “Tranquilos, tengo pantano de tristeza para cuatro discos más. Y además, dentro de la paz en la que vivo y en la felicidad, también hay oscuridades. Siempre las hay. Lo que pasa es que soy de esas personas que no las comparte en Twitter.