Tiene una hermosa costumbre Vega de bajar del escenario y mezclarse con sus fans al acabar los conciertos. Avisa siempre antes de terminar: "Oye, si al acabar no tenéis prisa, os atiendo a todos luego". Y no se alarga mucho, lo que da para un cigarro y que ella se seque el sudor. Al cerrar con Sally su acústico de este viernes en la sala El Sol de Madrid la artista cordobesa, el pincha se pegó un homenaje de siete u ocho seguidas de los Beatles -quizá celebrando los 50 años del Doble Blanco o tal vez puro placer culpable-, y a la cuarta pieza ya estaba ella en el stand de merchandising vendiendo un poco y sonriendo mucho.
Es licenciada en publicidad, así que de esto sabe. Pero o imposta muy bien la Reina Pez en aras de mantener fieles a sus vasallos o de verdad disfruta en ese momento de contacto con el público. Suele invertir en ello alrededor de una hora, y en este caso era después de dedicar casi dos a repasar todo su repertorio de 16 años sacando discos al mercado. "Creo que he perdido cuatro kilos hoy", confiesa en un aparte mientras reparte besos y felicitaciones navideñas. Después, al llegar a casa o al hotel, se repasará el Twitter y dará like a todas las menciones.
Y es que, aunque llevaba "mucho tiempo" queriendo traer un show desenchufado a la capital, la energía que desprendía desde arriba de las tablas se parecía muy poco a lo que uno suele imaginar de un recital sin guitarras eléctricas, bajos a tope ni cajas de batería. Era como si quisiera "sacarle el brillo que tienen estas canciones" con las cuerdas tensas de las guitarras con resonancia pero a base de aporrearlas y cantar más entregada que nunca.
La cosa había empezado con guiños a la concurrencia y el Grita de hace ya 15 años, porque Mercedes, la chica que hay detrás de la artista, se empeñó en preparar una setlist como las de las floklóricas de toda la vida, pasando por cada una de las etapas de su carrera. Acompañada de Kike Fuentes a las guitarras -compositor junto a ella de casi toda su música- y de Laura Gómez a la voz y el teclado, Vega fue desgranando piezas como Circular o Wolverines -"ésta no necesita presentación... o sí, porque no digo el título en toda la pieza, ¿no? Bueno, os la sabéis"-.
También sonó Cuánta decepción, que a pesar de ser una composición ya con una década de vida suena completamente actual, y que levantó los cuellos de los asistentes para gritar bien el "idiota" con el que se fustigaba la artista al componerla. Al poco, Vega introdujo Que no te pese, recordando "agradecida" que la pudo "compartir" con Carla Morrison.
Y es que la cantante y compositora no pierde ocasión de presumir de sus colaboraciones. Pero como ha confesado en más de una entrevista, no lo hace por orgullo mal entendido, sino por "la suerte que he tenido en mi carrera, me lo curro mucho, sí, pero que te elijan estos artistazos para trabajar juntos es emocionante".
Así, subió al escenario Budiño, y recibió abrazos y besos emocionados de la artista. "El artista invitado que tengo hoy para vosotros", había introducido Vega, "es luminoso y además, con 20 años en esto, ha querido estar aquí a pesar de estar de estreno". Es cierto que el artista gallego acaba de publicar Fulgor... "y si de verdad os gusta la música y os habéis emocionado alguna vez con la canción que vamos a hacer juntos, escuchadlo". Apoyado en un taburete y a los mandos de una flauta de madera noble, el instrumentista y la cantautora interpretaron Santa Cristina, una pieza de su último trabajo, La Reina Pez, publicado en abril con enorme éxito.
"Es oficial, éste es mi último concierto con treinta y tantos", anunció para dar paso a la canción que escribió cuando los comenzaba. Su ejecución fue como el soplido de las velas, el culmen de una fiesta privada.
El recital siguió con momentos de éxtasis como el de la presentación de Puede ser, "porque no nos tienen que decir qué ser, ¡cada uno sed lo que os dé la gana!" y la ejecución de Después de ti -"ésta me emociona mucho cuando la cantáis conmigo", guiñó Vega a los suyos-. Para detenerse un poco en la intimidad de Requiem y A tientas, una pieza "para quien necesita amor", dice ella, "y que jamás sería lanzada como sencillo, porque no tenemos tiempo para paladearla".
A fe que ella lo hizo, pues su interpretación fue probablemente la que más intensidad se le adivinó sobre el escenario madrileño. Ayuda, claro, el crescendo musical de la pieza, y los focos a destellazos del operador de luces, y la letra tan desgarrada... pero los espasmos sobre las tablas y el enrosque de Vega alrededor de su guitarra debieron de significar alguno de esos kilos que luego confesaría haber perdido.
"Me pierde mi honestidad... ahora debería deciros que ésta es la última, pero ya sabéis que no", dijo antes de introducir la canción que da título a su último álbum, La reina pez. "Salgo un segundito a secarme el sudor y no hace falta ni que pidáis 'otra, otra', que salgo igual". Y así fue, entre bromas y veras, risas picaronas con el público y el preceptivo bis, el concierto acabó como una fiesta, en todo lo alto, con Sally, como decíamos antes.
Eso ocurrió justo antes de los selfies, de los besos y las felicitaciones por las fiestas. "Nos vemos pronto", se despide. Luego ya vendría el like.