“Fiesta de disfraces en las pantallas: compra el tuyo por internet, inseguridades a plena vista, la pose por norma, desconfía. Sé lo que hicisteis antes de ayer”, cantan Carolina Durante en Nuevas formas de hacer el ridículo, un himno de su primer disco dedicado a las amarguras de la vida virtual, donde el usuario medio puede cincelar su personalidad, su identidad, y hasta edulcorar su apariencia física para seducir al resto de feligreses de Instagram. Pero luego las angustias llegan solas, en cuanto la realidad se impone: “Os conocisteis por internet, pero os cruzasteis el otro día y no supisteis qué hacer (…) Fiesta de disfraces en las pantallas, el perfil online supera a la persona, nos conocemos de toda la vida, nos conocemos de sobra”.
Es una canción que habla de hipocresía, de superficialidad, de cinismo, y, en el fondo, de ese amor líquido sobre el que escribía Bauman: el sociólogo polaco sostenía que las relaciones posmodernas se basan en la falta de solidez, en descubrirse cada vez como más fugaces, más etéreas, más individualistas… en definitiva, más capitalistas, más cerca de la acumulación y la obsolescencia que de la generosidad, la hondura y el compromiso. Es la sensación de que los amores férreos suponen un riesgo para la autonomía personal, para el triunfo de uno mismo. Y en este contexto tecnológico, la idea se acentúa: ahora hasta el sexo es desapegado. Basta con enviar un par de fotos por redes sociales.
En este sentido, los Carolina Durante han lanzado un beef al músico Izal, que en mayo del año pasado vivió una polémica por Twitter cuando varias usuarias colgaron capturas de pantallas con conversaciones privadas del cantante, de corte sexual. “Hola, soy Mikel, ¿qué tal?, sí, bueno, el otro día vi la publicación esa de tu perro, y nada, quería decirte, pues eso, que… me masturbé con tu foto de la semana pasada, me masturbé con tu foto de la semana pasada”, canta Diego.
El amor en tiempos de Instagram
Contaba el solista a este periódico que “el amor en tiempos de Tinder o de redes sociales es jodido”: “Ahora mismo tener una relación es muy complicado. Estás conociendo constantemente gente nueva, y al final… ¿cómo estar pendiente de otra persona que no seas tú mismo? Ya me cuesta estar pendiente de mí mismo, ¿sabes? El móvil lo jode todo. Es que dices “la tengo aquí” (mira un móvil imaginario). Tengo a mi chorbo o a mi chorba a dos teclas. Es como estar conviviendo 24/7. Todo se erosiona de forma más rápida, todo dura menos”, expresaba.
Martín, por su parte, recordaba a un cómico y compositor estadounidense que “hace canciones de coña y que cuenta que a todos nos han vendido esa moto”: “Todo el mundo quiere ser actor, todo el mundo quiere ser personaje público, todo el mundo quiere molar. Y gracias a Instagram todo el mundo puede hacer de sí mismo un personaje, una performance, así que ya todo el mundo tiene cubierta esta necesidad de ser visto como quiere ser visto”, lanzaba. Hoy estrenan el videoclip de este tema y no han defraudado, seguramente porque han confiado en Alberto González Vázquez (Querido Antonio), que ya acostumbra a liarla con su sátira en los vídeos de Joe Crepúsculo, jugando con el humor, la distopía y la perversión: todo revuelto.
El vídeo de Alberto González
Aquí, González ilustra la canción con la tórrida historia de amor entre dos conejos, advirtiendo desde el comienzo que “algunas imágenes pueden herir la sensibilidad del espectador” y que no está recomendado para menores de 18 años. Todo comienza con un stalkeo clásico por InstaRabbit: él la cotillea a ella, ella lo cotillea a él. Ambos muestran lo mejor de sí mismos. Cae un like. Un mensaje privado. El lento y tedioso coqueteo tecnológico. Diminutas fichas sobrevolando la red.
Los conejos, para más detalle, arrastran cierto estilo victoriano: van impolutamente vestidos y se escriben con eterna cortesía, pero la cosa acaba desbarrando. Llegan los guiños lascivos, las fotos eróticas, la duda sobre cómo llamar a la entrepierna femenina. Y el sexo: sexo por todas partes. En la cocina, en el suelo del salón junto a los discos, entre dos coches, en la cama, en el párking, en el parque, en todas las posturas posibles. De ahí nace un romance que acaba publicado en todas las redes sociales, buena prueba de la pornografía emocional de la que esta generación millenial anda presa. Hay visita romántica hasta al Valle de los Caídos. Querido Antonio no decae. Carolina Durante tampoco.