"Tu amor es un nudo de negro vellón, bandera gitana, cometa de luz, tu amor es un muro, un puente, una cruz (...) Me cuelo en tu vida, ¡qué insensatez!, me cuelo en tus días de ron y de miel", canta Mikel Erentxun en una de las canciones más delicadas y poéticas de su nuevo disco, El último vuelo del hombre bala. "Seremos la incorrección, los animales heridos", advierte en otra. "Ya no hay arena en el colchón ni restos de presunción, sólo un vaso de café con tus labios dentro", entona en una tercera. No hay aquí coplilla mala. Erentxun ha acampado en lo más alto de su propia creatividad, y eso que son más de treinta años en la música asumiendo que "no hay fórmulas matemáticas" para hacer una canción trascendente, para hacer un tema que sobreviva a toda esta comida rápida, a todas estrellas pop estériles.
Ya no hay leyendas del rock, dice, sólo "mucho chicle". Ya nadie tira televisores por las ventanas del hotel: será que el Estado de Bienestar, a la larga, domestica. Ya la música no tiene el valor que tenía antes -sospecha-, ni los artistas esa "aureola mística". "De pequeño yo quería ser Bowie. Era lo más top que se me podía ocurrir. Ahora los críos quieren ser Messi", comenta. "Hemos perdido un poco".
Trae un poco de resaca, pero no se le nota: anda lúcido, pacífico, cálido, inspirado. Disfruta recogiendo del colegio a sus hijos y paseando al perro: ha aprendido justo eso que otros no entienden en cien años. La vida es divertida, concluye. Son buenos tiempos para sus canciones.
Cierras una trilogía: primero Corazones, que hablaba de una mala época para la salud, luego El hombre sin sombra, que hablaba de una mala época para el amor… y ahora El último vuelo del hombre bala. Por fin un disco de esperanza. ¿Cómo de jodido hay que estar para escribir una buena canción?
No sé si realmente necesitamos tristeza o algún tipo de emoción fuerte a la que agarrarse. Sí que es cierto que tradicionalmente la melancolía, la añoranza… tiran más a la hora de escribir canciones, o por lo menos a mí, históricamente. Son mejores fuentes de inspiración que los momentos alegres de la vida. Esta trilogía de la que hablamos no nació como tal, se convirtió en trilogía con el paso de los discos. Corazones estaba centrado en una incidencia cardíaca que tuve, y el siguiente giró en torno a una crisis matrimonial. En este, que ya están superadas ambas cosas, me apetece cerrar con un broche más optimista. Aunque también revolotea por ahí el paso del tiempo, que es algo que me agobia, pero bueno, lo llevo con cierto humor. Me han dicho que lo que tengo se llama cronofobia.
¿Si? Tiene nombre técnico.
Sí, me he enterado ahora, un día de promoción. Habría utilizado esa palabra, que es muy chula.
¿En qué forma se canjea esa cronofobia en tu día a día; cómo se te presenta?
Eso te iba a decir, no se presenta de manera agobiante, pero está siempre presente.
A pesar de tu insultante juventud.
Tengo 54 años.
Pues eso.
Bueno (ríe). Es algo… no es una crisis. La única crisis que he tenido con la edad fue con los 30 años, que me sentaron fatal. ¿En qué afecta? En prisas. Vivir la vida de una manera rápida, porque tengo esa sensación de que no me va a dar tiempo a hacer un montón de cosas. Disfrutar de mis hijos pequeños… por primera vez empiezas a pensar que no vas a estar siempre aquí. Cuando me pongo un poco trascendental, mi mujer se mete conmigo de una manera irónica y acabamos riéndonos. Sí que pienso a menudo en que no me va a dar tiempo a hacer muchas cosas, y eso es agobiante.
¿Cómo fue la crisis de los 30?
Me sentí viejo, viejo. Estaba con los veinte tan contento, y después… dije “joder, eres un señor mayor”. Fíjate.
Parece como que en la década de los treinta a los cuarenta tenemos que tomar las decisiones más importantes de nuestra vida.
A mí me ha gustado infinitamente más la de los cuarenta. En general, es saber adaptarte a cada etapa de tu vida, pero yo ahora estoy contento, porque me veo como una especie de “viejo-joven”, y antes me veía como un “joven-viejo”. Estoy mejor así.
¿Cómo es para ti el paisaje perfecto de la salud? Ese bodegón.
A raíz de la movida del corazón, estuve ingresado como tres semanas en el hospital y crees que se va a acabar el mundo y un montón de cosas. Cuando salí de ahí empecé a disfrutar de momentos que antes no valoraba. Por ejemplo, estar en el sofá con mi hijo viendo una película. Antes parecía que había disfrutes de primera y de segunda, ¿no? Lo guay giraba en torno a las dos o tres vacaciones, los conciertos… y luego el resto de la vida, que es casi todo, era como un disfrute menor. Ahora me parece todo igual de bueno, le saco chispas a todo. Voy a buscar a los niños al colegio y es guay. Cosas muy cotidianas. Sacar al perro por la mañana. Una buena charla. Qué sé… cualquier… si consigues llegar a ese punto, es maravilloso. Pero claro, yo llegué ahí después de pensar que me moría.
¿Qué sabes del amor ahora que no sabías con 18 años?
Bueno, la concepción ha cambiado mucho. Yo estoy divorciado. Me ha costado muchos años aprender a llevar una relación de pareja y a ser padre. Tengo cinco hijos, dos mayores y tres pequeños. Y creo que ahora sí sé lo que es el amor. No es lo mismo a un hijo que a una pareja, ¿no?Sobre todo, el amor a un hijo es como para siempre. Entiendes cosas de tus padres cuando eres padre. Cuando seas madre te acordarás de la tuya. Te arrepentirás de haber sido mala cuando eras joven, etc. Luego cuando te lo hacen a ti los tuyos… pero la vida es divertida.
La vida es divertida, ¿y la monogamia es posible? ¿Estamos un poquito dispersos?
Sí, yo sí creo que es posible, pero evidentemente hay que hacer un esfuerzo. Y yo por ejemplo en mi mundo lo tenía muy difícil, y eso me costó un divorcio. Ahora tengo la cabeza mucho más amueblada y tengo otras prioridades, y ahora soy muy feliz con mi pareja con la que llevo 18 años.
¿Eres de los que ha sacralizado los ochenta o de los que los denostan?
No, ni una cosa ni otra. Yo viví en los ochenta, no creo que fuera una época especialmente buena musicalmente hablando, pero es la mía y le tengo mucho cariño. Cuando oigo una canción de los ochenta que es la que yo escuchaba cuando iba a los bares… pues se te queda para siempre. Los ochenta no pueden competir con los setenta, mismamente, y para mí son la época dorada de la música. Ahora hay una especie de vuelta a los ochenta, ¿no?, de poner en valor algo que en los noventa se banalizó mucho. En los noventa la música adquirió cierta solemnidad y parecía que en los ochenta la música sólo eran hombreras y cardados y música horrible… y no es así, hay cosas que están bien. Pero no me gusta mirar hacia atrás en general. No sé muy bien cuál es mi generación, si es que hay alguna. No me gusta vivir de rentas.
¿Es cierto eso de que en los ochenta se tenía más sexo y se tomaban más drogas que ahora? A mi generación se le ha vendido como un boom hedonista que ya nunca vamos a alcanzar.
No creo… vamos, yo he sido más golfo en los noventa que en los ochenta. No. No sé. En teoría en los setenta había heroína, en los ochenta empezó la cocaína, en los noventa las pastillas. Tampoco soy un experto. No creo que los ochenta fueran más salvajes o menos, lo que creo que es que los setenta fueron lo verdaderamente salvaje. En los setenta las bandas de rock tipo Led Zeppelin, o Elton John o Queen… ahí sí se vivían unas orgías… se tiraban televisiones por las ventanas de los hoteles. Eso sí que no ha vuelto a ocurrir nunca. Jamás. Ahí sí que hubo sexo, droga y rock’n’roll.
¿Y ahora cómo se manifiesta el rock’n’roll: ahora que no se tiran televisiones por las ventanas?
Ahora toda la sociedad y el rock’n’roll incluido está muy encorsetado y todo tiene que ser muy políticamente correcto. Si dices esa palabra, ah, se te echan las feministas; si dices otra, se te echan los granjeros de Wisconsin; como digas esto, se sienten ofendidos los hoteleros… estamos rayando el ridículo. Hay tantos colectivos de todo que es imposible quedar bien con todos.
¿Cómo afecta eso a la libertad creativa? Viste la polémica de OT con la palabra “mariconez” en la canción de Mecano.
A mí afortunadamente no me ha afectado nada de eso porque nunca han hecho una canción mía en esos programas y no creo que la hagan nunca. Cada cosa tiene su tiempo. A lo mejor ahora no pondrías esa palabra pero en su momento la pusiste y no pasa nada. La cantaron millones de personas y nadie se indignó y nadie se sintió ofendido nunca, y ahora de repente… lo que te digo, estamos un poco irascibles, sobre todo en España, en América no tanto. Yo voy una vez al año y no siento eso que hay aquí, esto de poner masculino y femenino a todo, en todas las conversaciones. Es un poco agotador.
¿Crees que tienes responsabilidad social como músico?
Me gustaría pensar que no. Mucha gente me dice “cuidado con lo que dices, que tú que eres famoso...”. Bueno, nunca lo he sentido así. No soy una persona demasiado popular, ni siquiera en los tiempos de Duncan Dhu. Siempre he estado muy centrado en la música. Nunca he salido en revistas del corazón, ni en programas… nunca he sentido lo de “no puedo decir eso porque soy famoso”. Ahora con las redes sociales es más jodido, porque depende de lo que pongas te salen haters por todos lados.
¿Cómo se lleva España con su cultura?
Fatal.
¿Una historia de desamor?
Total. En España no se cuida la cultura. Los debates estos políticos que se hicieron hace un mes o dos… estos famosos, seguidos. En el primero no se habló de cultura ni un minuto y en el segundo se le dedicó un minuto treinta a la cultura, de dos horas. Ahí ves el interés que tienen los políticos en la cultura. Y si los políticos no hablan de cultura es porque saben que no interesa. No tienes más que ver las páginas de los periódicos y cuántas páginas dedican a la cultura. De vez en cuando se enganchan a algún autor, pero es todo pose, no les interesa. Y la cultura es algo fundamental, es lo que hace a un país moderno.
Decías que habías prestado tu canción a Borja Sémper porque no usaba las siglas del PP.
Realmente no se la había dejado, o sea, yo no le di mi canción. Quiero decir: le dejé que la cantase, no le dije “toma mi canción”. Porque iba sin siglas y sobre todo porque fue un acto de amistad.
Él es un rara avis dentro del PP.
Es un político atípico. Y encima es un tipo que se vuelca en la cultura muchísimo. Él fue concejal de Cultura cuando yo le conocí, en Irún. Y le encanta la arquitectura, la música, la pintura, la poesía. Su mujer es actriz. Su suegro es un pintor famoso vasco. Está muy rodeado de cultura. No es un político típico. Tiene mucho carisma y yo le veo como independiente.
¿Cómo valoras la escisión de las izquierdas en España?
Yo creo que está bien que no haya dos partidos, que haya más, en general, y te hablo en teoría (porque luego esto no se cumple)… pero en teoría el que haya más partidos te obliga a la alianza, a que los diferentes se sienten a hablar, a llegar a acuerdos… no está ocurriendo, ya ves ahora. Aún no sabemos quién va a gobernar en Madrid, por ejemplo. Las alianzas que hay ahora son un poco tenebrosas, no ves que lo estén haciendo por el bien del país, sino por el “te coloco”, “me colocas”.
Un poco Juego de Tronos.
Jo, qué gran serie y qué final más malo. Qué depresión. Peor que mi resaca.
Ahora que se erige tanto, ¿para qué sirve la bandera de España?
A mí no me gustan las banderas, nunca me gustaron, ni la española ni ninguna otra. En nombre de las banderas se han hecho atrocidades. No soy una persona especialmente patriótica ni nacionalista, ni vasco ni español. Me gusta sentirme más ciudadano del mundo, o, por lo menos, europeo. Las banderas están bien como algo costumbrista, anecdótico, pero ahí se quedan. Esto patriótico de la bandera no me va. Pero ninguna bandera, ¿eh? Hombre, ya estéticamente hay banderas más bonitas que otras. La de Gran Bretaña es guapísima, queda bien hasta en la chupa. La americana es chula, la japonesa es guapísima…
¿A quién elegirías tú para que fuese nuestro ministro de Cultura?
A Pérez-Reverte. Me gustaría. Me parece un tío muy culto, que ha demostrado que sabe mucho de España y que quiere a España, y no se calla lo que piensa. Me cae muy bien. Me ha venido a la cabeza, no sé. No sé de qué ideología es, además. Es ambiguo. Diría que es de izquierdas y tal, pero no lo sé. No sé, me cae muy bien.