“Les preocupa la mala educación, pero peor es un tipo sin reputación”, cantaba el rapero Lírico -de la mítica banda Violadores del Verso- en Querer no es poder, un tema publicado en 2005. Profecía autocumplida: la semana pasada fue arrestado y encarcelado por agredir presuntamente a una joven de 27 años y causarle lesiones de gravedad. A la chica la encontraron los agentes en una zanja a 200 metros de la casa del artista. Presentaba politraumatismos por todo el cuerpo y contusiones con pequeños cortes; afortunadamente, ya se encuentra estable. Se trataría de una fan, que, según él denunció a la policía, llevaba persiguiéndole y acosándole desde el verano de 2018. No mantenía con ella ninguna relación sentimental.
Fue Lírico quien llamó a las autoridades, que acudieron enseguida y lo encontraron en su urbanización veraniega en Alcossebre, visiblemente nervioso y con lo que parecían manchas de sangre en su zapato. No era su primer encontronazo con la justicia: ya contaba con tres antecedentes. Uno por haber sido acusado de acosar sexualmente a una mujer en Marina D’Or -en abril de este año-; otro, por saltarse esa orden de alejamiento; un tercero, por posesión de hachís. Sus allegados cuentan que estaba medicándose para paliar una fuerte depresión. Cuentan que los últimos años no han sido nada fáciles para él: andaba desaparecido, ausente, encerrado en sí mismo. En realidad, de su grupo Violadores del Verso, Lírico siempre fue el que más se desmarcaba de la senda sus compañeros de la escena del rap. La mayoría de los artistas consultados por este periódico guardan mejor relación con Kase O, Sho-Hai o R. de Rumba.
Pero, ¿de dónde sale David Gilaberte Miguel? Nació en Zaragoza el 25 de diciembre de 1976 y empezó en el rap en 1991. Antes de ser Lírico -para hacer referencia a su mirada poética- se llamó Gila y formaba parte del grupo Gangsta Squad. En su maqueta Es tan sólo un aviso ya se encontraba la primera colaboración con Kase O., quien más tarde sería el líder indiscutible de la banda de rap hispana más legendaria que hoy se recuerda. En su primer trabajo ya todos juntos, bautizado como ellos mismos, Violadores del verso, Lírico también se dedicó a producir, pero jamás volvería a hacerlo: corría el año 1998.
La gloria con Violadores del Verso
Lo cierto es que eran un equipo de excepción. No sacaban canción mala. Todas estaban llenas de una insólita fuerza, de una terrible madurez, de una sofisticación intelectual que les alejaba de la parte más burda e infantil del género: el egotrip y las alabanzas al dinero. Sus retratos eran sociales, filosóficos, profundos, a veces hasta de corte religioso. Serán siempre eternos temas como Ballantines, Vicios y virtudes, Mierda, Ninguna chavala tiene dueño, Cantando o Pura droga sin cortar.
Al Lírico de esa época se le recuerda con el cráneo rapado para disimular cierta alopecia, largas camisetas oscuras y la cadena de marras pesando en el pecho. Sin barba, sólo con una diminuta perilla y cargado con una voz grave: “Me da igual a cuántos he vencido, dime a cuántos he convencido. No bebemos obligados ni jodemos más de lo debido. Sólo un susurro y un plan prohibido se cuentan al oído (…) Yo soy la metáfora. Tal vez media España nos ignora, pero la otra media España nos entiende ahora”, cantaba.
“No empuje, señora, bajo en la próxima, que ni usted es marquesa ni yo un miserable. Mi generación suele ser más amable, más criticable, pero no escuchamos a nadie, cuando nos falta cariño es como si nos falta el aire”, lanzaba en No somos ciegos, todo un himno generacional. El rapero se mostraba entonces consciente de que su ejemplo llegaba a millones de jóvenes. “Pienso lo que digo, como quien habla a un hijo. Sé que hay chavales ‘no lo hice, porque el Lírico lo dijo’. De todo se aprende, y lo que no sepas qué es ve y tócalo, y cuando hagan algo por ti, valóralo”.
No abandonaba el dardo ideológico: “Yo hago política para inconformes, ya te digo, decirle al mundo mi nombre, esa es la deuda que tenéis conmigo. Amigo, protege tu honor como oro en paño, mejor ser un extraño que uno más del rebaño (…) Cualquiera te vende la moto, el mismo que sonríe en la foto no busca tu opinión, sólo tu voto. Pero ‘somos más felices’, dice un titular en la radio. ‘La tierra se muere’ reza un grafiti en el barrio”. Se caracterizaba también, como todo el grupo, por un discurso antirracista y antifascista: “Deja que se busque la vida el extranjero, ciudades sólo son hormigueros”.
En algún momento acostumbraba a romper el discurso político con una marabunta poética, del estilo: “Y a la que quiso amor, amor quise darle; yo no iba a dejar de respirar porque al viento pudiera enfadarle”. En Filosofía y letras, por ejemplo, arremetía contra la divinidad: “A veces me cabreo con dios y su reparto, como si se me fuera a caer el techo del cuarto (…) Sé que hay cosas sin explicación, jueces que no tienen razón, será que hasta las ratas tienen más corazón”. Píldora devastadora: “Hay monumentos que para mí son sólo ruinas”.
El fracaso en solitario
En Fuego camina conmigo, en colaboración con Elphomega, también dejaba algún verso con síntesis vital: “Tengo pasado… y no hay más secretos, yo creo”. Otro de sus fraseos más celebrados por los fans fue el de “parece que no, pero las guapas también se tiran pedos; también los listos sumamos con los dedos”, en Vivir para contarlo. Ojo a su toque en Rap Solo Universidad. Tras la época de gloria -el disco de oro, los estadios llenos, el consenso de la crítica y del público, el crecimiento como referentes intelectuales-, los chicos de Violadores del Verso dejaron de girar juntos en 2007. Después colaboró con Tote King en No sonrío pero todo está bien.
Su siguiente apuesta fuerte la hizo en solitario. Tardó dos años y medio en prepararla: era como dar un salto. Se llamó Un antes y un después y lo publicó a finales de 2012, pero no surtió efecto. Kase O. colaboró con él en el tema Juntos en esto. “Un lince a los quince, un fichaje a los veinte, haciendo realidad el sueño adolescente. Alcohol y mujeres con veinticinco, descubriendo a Beethoven y siempre joven con treinta y cinco”, cantaba Lírico. “Con hambre y con ganas, nos brillan las canas, llegamos a los sitios y doblan las campanas”. Aunque el nivel fue, como siempre, razonablemente bueno, ninguna de sus canciones pasó a la posteridad -de hecho, el único que ha tenido una vida apacible en solitario después de Violadores ha sido Kase O., que arrasó tanto con Kase O. Jazz Magnetism como con El Círculo-.
A partir de ahí, la trayectoria y la popularidad de Lírico fueron cuesta abajo. Ni siquiera la colaboración con Kase O. en Rap superdotado le insufló algo de fuelle. Se fue un tiempo a vivir a Barcelona, después, a Castellón, a una casa propiedad de su familia. En sus redes sociales ya mostraba un comportamiento inconexo: en Twitter, por ejemplo, retuiteaba noticias al azar, y también contenido de Santiago Segura, Rosalía o Yung Beef. También cada mención que recibía la compartía con sus más de 75.000 seguidores.
En Instagram su actitud era errática: el siete de febrero colgaba un vídeo donde grababa a un policía multándole y él miraba a la cámara y decía, con seriedad “aquí, testificando”, mientras enfocaba a su moto. Acumulaba hashtaghs con ansia y publicaba fotografías de partidos de básket, alguna cerveza con el rapero Xhelazz, fotogramas de la televisión -de Michael Jackson a Iker Jiménez- y algunos recuerdos de los tiempos buenos.