1999 fue un año convulso, un cóctel cultural al filo del milenio: el gotelé de las habitaciones de los españolitos se llenaba de pósters de Matrix, de El Club de la Lucha, de Star Wars: la amenaza fantasma. Todos recordamos al cuarentón turbado interpretado por Kevin Spacey -hoy medio maldito, muñeco roto del Me Too- fantaseando con la amiga de su hija desnuda en un lecho de rosas rojas. Fue un año de imágenes poéticas. De iconos. De rupturas estilísticas. Un tiempo en el que se respiraba tensión creadora. Fue el año de Magnolia. De Nothing Hill. De Todo sobre mi madre. El año en que Sabina publicó su disco más célebre, 19 días y 500 noches, con aquel retrato breve y certerísimo de “la frente muy alta, la lengua muy larga y la falda muy corta”. El año de Atrapados en la red, de Tam Tam Go! El año de La Lola de Café Quijano. Del Baby one more time con el que Britney Spears, pompón y trencita mediante, puso en jaque a todos los institutos del planeta.
Pero algo más se gestaba, algo sincero e inapelable como el amor y la muerte: los hermanos David y José Muñoz sacaban la cabeza musical allá en Cornellá de Llobregat, como dos niños rumberos del barrio de San Ildefonso. Tenían actitud. Tenían gracia, chulería y carisma: tanto que con su primer disco vendieron más de un millón de copias. Eran gamberros con talento, chavales con conciencia de clase que bebían de referentes auténticos, populares, poéticos, callejeros, diáfanos y desgarrados: Los Chichos, Los Chunguitos o Los Amaya. Sus padres se habían establecido en Cataluña pero eran originarios de Zarza Capilla, Badajoz, y regentaban un bar llamado La Española. Estaba justo enfrente de la comisaría de policía de Cornellá.
"Pasma", yonquis y velocidad
Ese paisaje de su adolescencia define bien su idiosincrasia: los Estopa mamaron de esa sabiduría que sudan las tascas, de esa verdad que se cuece en las barras, de esas historias sencillas y humanas, sin artificios, que dibujan en tres trazos el mundo del joven que mastica rutina en un barrio obrero. Porros, litronas y parques. Desazón. Amores bien sórdidos. Amigos arrastraos por la mala vida. Sentirse un despojo y remontar un poquito, pero sin jolgorios. Hay una humildad terrible en todas sus letras y también un deseo de escapar, un ansia de libertad que nunca se contenta con nada. El sistema aprieta las tuercas. El margen de maniobra es irrisorio.
Y enfrente, claro, la autoridad, o lo que ellos llamaban “la pasma”. El agente como la figura recta que coarta las aventuras del muchacho nervioso que necesita liarla. La policía como fenómeno represor. Porque el relato fluía por otro lado, por callejones más turbios y oscuros, sin porras ni placas cerca. “Estaba yo en los semáforos vendiendo kleenex para pagarme un pico. Le di una patada a una piedra, sale un madero, me dice que me vaya y yo no le replico (…) Si es que ya no sé qué hacer, los maderos me persiguen por toda la ciudad, si no me dejan vender, tendré que robar. No tengo a dónde ir”. Era el retrato, sin paños calientes, de El yonki. Era la cara menos amable de esa España que “iba bien”, como aseguraba el presidente Aznar.
Como ya hicieron sus antecesores flamencos Los Chichos y Los Chunguitos en el país de Felipe González, poniendo banda sonora al lumpen tierno y atroz que dibujó el cine de Eloy de la Iglesia, los Estopa colocaron el foco donde la sociedad prefería no mirar. Guiños a Camarón y al Lute. Cuentos de cárceles y coches derrapando. Poemitas de soledad y mono. “Dime cómo ves el mundo exiliado en cada lavabo, contando cada minuto, administrándote los gramos. Dime cómo ves mi cara desde tus ojos desquiciados, dime cómo huele el viento desde tu tabique blanco”, entonaban.
Conciencia de clase
Los Estopa no sólo teorizaban: han demostrado. Como cuando bajaron el precio de sus entradas un 30% en un Starlite de 2014 para hacerlas asequibles para su fiel público; como cuando, en ese mismo concierto, lanzaron un “no queremos recortes en sanidad, no queremos recortes en educación, no queremos que nos recorten la vida”, y lo trufaron de un “¡y que viva Zapata!” que provocó que los políticos del PP que estaban en el palco de honor se levantaran y se fueran. En Pastillas de freno daban una bofetada sin mano a la precariedad y la explotación laboral -hijas del capitalismo más feroz- y recordaban los años duros esos trabajando en Novel Lahnwerk, una fábrica filial de la SEAT, produciendo piezas para automóviles.
Si se terciaba, también hacían autocrítica, como cuando titularon su tercer disco ¿La calle es tuya?: contaron los hermanos que estaban grabando un videoclip en mitad de una acera y le pidieron a un chaval de diez años llamado Jordi, que orbitaba por ahí, que, por favor, se apartara del plano. El crío respondió con esa pregunta tan redonda que les dejó colgados, pensando: ni siquiera la calle era de ellos, a pesar de sus millones de discos vendidos, a pesar de su éxito por todo el país y por la larga y ancha Latinoamérica. Los Estopa eran esa Cataluña que amaba España pero también sabía reconocer sus grietas. Sus sinsabores. Sus políticas defectuosas. Sus dolores y sus vergüenzas.
La España más mojigata
Hoy sus adeptos esperan con ansia la llegada del 18 de octubre, donde lanzarán su nuevo trabajo, Fuego. Han anunciado una gira por todo el país: arranca en Pamplona el 15 de noviembre y, por ahora, culmina en A Coruña el 28 de diciembre. Pero cabe preguntarse cómo serían recibidos hoy discos de Estopa como los de antes, incorrectos, purísimos, canallas y salvajes, en este tejido cultural tan mojigato e histriónico que exige que la música sea ejemplarizante.
Es probable que ellos mantengan el poderío pero la sociedad se haya acobardado: ahora Evaristo, de La Polla Records, es denunciado por insultar a la Guardia Civil tras un concierto; ahora los raperos se sientan en el banquillo para disculparse por sus canciones más espinosas; ahora el Ayuntamiento de Bilbao censura a C. Tangana por sus “letras machistas” y el de Madrid se 'carga' a Luis y Pedro Pastor de los carteles de las fiestas. La Audiencia Nacional está al quite; las hordas de morro fino en la red, también.
Todo apunta a que esa “raja de la falda” que provocó un “piñazo con un Seat Panda” hoy sería interpretada como cosificación femenina o que los versos contra los “maderos” serían leídos como una rebelión real -peligrosa- frente a los poderes del Estado. Poquito a poco, ¿una romantización de las drogas? Su reivindicación de la marihuana, presente en varias de sus canciones, sigue sin haber calado en el mainstream: hoy recogen ese hilo, de alguna manera, los representantes del trap, pero su sonido sigue siendo minoritario. Nadie ha vuelto a llenar estadios enteros donde retumbaba "dame de fumar, porque no quiero estar triste; calada a calada, porro a porro se desnuda el aire y la luna se viste".
De hecho, ya hubo cierta censura de la maqueta al primer disco: ahí Como Camarón. En la original dicen "a veces me confundo y pico a tu vecina, esa del segundo, que vende cocaína". Y en la posterior, "que vende cosa fina". O en El de en medio de los Chichos. En la primera versión cantan "me ha dicho que en la otra vida la está pasando canutas porque no encuentra heroína, me ha dicho que está mú' solo, con el mono tó los días". Ese verso nunca se repitió. "El de en medio de Los Chichos me ha pedío' dos favores: una rumba pa' cantarla y un caballo de colores; me ha dicho que me lo chute pa' quitarle los dolores". Esa estrofa pasó a ser: "...que sea su mensajero y una canción de colores, me ha dicho que abra las puertas, que abra también los balcones y que cante esta rumbita pa' alegrar los corazones".
Feliz entre tus piernas también fue modificada. "Feliz, feliz, tú con la regla. Feliz, feliz, soy tu compresa. Feliz, feliz, pintar paredes. Feliz, feliz, la polla tiesa. Feliz, feliz, limpia mi semen, feliz, feliz, ay, con tu lengua". Ahí metieron un "lerelerele" para dulcificar. Por no hablar de Follarte (Sodomizarte), que hoy sería directamente impensable bajo la hipersensibilidad imperante: "Desenvolverte y usarte como una muñeca hinchable, entrándote más fuerte que el vientre de una madre que aún está buscando al padre y sólo encuentra amantes que pagan muy solventes con cheques relucientes, porque son buenos clientes". Pam.
"Luego follarte, metértela hasta la frente, hasta que te chirríen los dientes (...) si no quieres dañarte, procura no moverte. Sodomizarte es tan electrizante que hasta en mi coche se enciende la luz de alante (...) Que yo ya estoy latente y tú eres mi lactante, no vayas a atragantarte", clausuran. Claro que hubo un ramalazo de madurez. Algunas de esas canciones ya no les identifican, porque, como dijeron ellos mismos en su momento, tienen "madre". Pero lo cierto es que en su día los hermanos Muñoz encontraron muchas puertas cerradas por los matices de sus canciones o de sus vídeos. Sin ir más lejos, Telecinco censuró una promoción de su disco La calle es tuya porque pintarrajeaban una señal de tráfico: ah, que eso es ilegal, claro.
Cacho a cacho no gustaría nada a la Dirección General de Tráfico. "Nos comemos la noche cacho a cacho, gramo a gramo, enroscamos el coche y a mañana no llegamos (...) Acelera un poco más, porque me quedo tonto, vamos muy lento". Ahora se diría que es una invitación a la irresponsabilidad en las carreteras. Suma y sigue, ¿un alegato del juego, justo ahora que somos conscientes de la problemática de las casas de apuestas en barrios proletarios? "Gané mucha pasta más con mi rubia del brazo, y jugando a las tragaperras me agencié otro kilazo. Suma y sigue, sube, sale la pasta, ¡cógela!, que tu mano me quema y el dinero me llama. Llevas en la mirada tres cirsas en línea de la pantalla". Puede sonar estúpido, pero es cierto. La literalización mata, la moral acecha. Si la industria ya neutralizó su incorrección en su día, hoy el recorte sería más radical aún.
Todos somos más ñoños y más tristes. Todos tenemos más miedo. Cabe la reflexión y la apertura: recibamos el nuevo disco de Estopa como se merece. Sin prejuicios. Libres. Como antes. Como no hace más de veinte años.