“Paso la tarde a solas, hago cortinas de humo, pienso qué viejo es el mundo. Pienso que el mundo está viejo. Salgo a la calle gritando…”. Lo canta León Benavente en su nuevo disco, Vamos a volvernos locos, y no sabe uno si es una invitación a la distensión o una descripción del apocalipsis. No sabe uno si es iniciativa o advertencia. Probablemente, las dos cosas a la vez. Es un álbum lleno de pensamientos extraños, de ideas al borde del desquicie, es un rosario de canciones que escupen en la cara del mundo moderno porque lo temen y lo aman al mismo tiempo. No tenemos otro presente.
Fue Mark Twain quien decía que si algo no podemos evitar nunca es ser modernos. Hay aquí una ceja levantada, una permanente sospecha política, una incredulidad irónica -a veces cínica- sobre lo que es la felicidad hoy: revisar el correo, poner la lavadora, “escribir a personas que están en línea ahora”, comer algo rápido, digerir toda la información, vivir las vidas ajenas como la propia. Tener la sensación de que nadie está del todo bien. Así lo detallan en La canción del daño, una de las joyas de este trabajo. “Interpretas a tu antojo moralejas y mensajes, y te ves como un ser de la prehistoria. Es terrible empezar a conocerse de verdad”.
Tratado sobre la insatisfacción
Cuenta Abraham Bobas a este periódico que el disco “parte de una mirada más reflexiva para intentar entender lo que nos rodea”: “Parece que siempre nos falta algo. Parece que la insatisfacción está dentro de nuestras casas y de nuestros cerebros”. Hay desasosiego, rabia, y, no obstante, contiene trazas de esperanza. “Al final es un disco vital. Siempre intentamos acercarnos a los temas de una manera o con una actitud vital, que fue la que nos impulsó a crear este proyecto. Tratamos de reírnos de todo, e incluso de nosotros mismos de manera sutil. No sé. Quizá a mí, que soy el que escribe las letras, los temas frívolos no me inspiran demasiado. Luego los escucho en otras personas o en otros proyectos y sí me gustan, pero no es mi material”.
Hablan de cuatro monos que son héroes temerarios, que “saben que todo es frágil y van a romperlo”, que “suelen reunirse para realizar una estrategia que llegue a emocionarnos”, ¿les suena? Hablan de salir de fiesta -¿a celebrar qué?- para paliar la ansiedad. Hablan de toda esa gente hermosa y decadente que se va apoyando en las barras de los bares y de buscar a alguien con la mirada y no encontrarlo. Sí. Seguro que les suena.
“Son maniobras de evasión”, comenta Abraham. “Como sentarse delante de una televisión y tragarse diez horas seguidas de una serie. Para intentar vivir algo que nos falta o ser como no somos normalmente. No sé si funciona, pero todo eso está ahí y es parte de nuestra vida”. Con todo, y recordando que no es “filósofo ni psicoanalista”, hace una petición a “huir de la nostalgia” y a intentar “sorprendernos”. Complicado, claro, ahora que “todo es de consumo fácil y de perdurar poco en el tiempo”. Están buscando otro camino.
Amor y política
En esa senda hay espacio para el amor, que es casi más viejo que el viejo mundo. Lo demuestran en Amo: “Amo morderte en el cuello, amo que robes mi tiempo y cómo se lían los lazos. Amo cómo conviertes jaulas en ramas para este pájaro. Amo este sentido del humor desarrollado. Amo tus hombros, voz, errores y tu cabello enredado”. Abraham dice que “el amor sigue siendo un misterio” y que es “lo único que nos puede salvar”. Será de eso de lo que hablan también en Mano de santo: “Y apurabas otra copa y tu humor iba cambiando, y decías ‘mira, otro tren que está pasando’, y yo reía mientras tanto. Era mano de santo (…) Resbalamos, nos caímos y nos volvimos a levantar. Tal vez seamos la misma persona, tal vez no nos podamos separar”.
Este es un disco para los niños perdidos. Un poco desencantados. Frágiles pero autoconscientes. Niños grandes bailando al filo de una era, como la piedra que flota. Niños atónitos que contemplan a idiotas disparando a los caballos. Explica Abraham que igual ya no se refieren tan explícitamente a la política, pero que siente que “el álbum tiene un contenido político bastante marcado”: “Hace referencia a los actos de cada uno. Los actos de puerta para adentro también son políticos. Ese es el hilo. No queremos encasillarnos en nada, en el estilo, en el discurso ni en nada. No es tan ‘canción protesta’, pero seguimos protestando cuando reflejamos lo que queremos en nuestras vidas”.
Quiere que sus canciones se escuchen en pistas de baile y en sofás mientras se mira a una pared, “sin hacer ningún otro tipo de actividad”. Quiere la expresión de la comunidad y la de la intimidad. ¿Cómo vive, como creador, las últimas polémicas de censura de C. Tangana en el Ayuntamiento de Bilbao y la de Pedro Pastor en el de Madrid? “El tema se está enfocando mal y es preocupante. Es preocupante, sobre todo, cuando te das cuenta de que estás intentando crear algo y hay cosas que te hacen pensar en la autocensura. Piensas que no deberías decir tal cosa. Eso es un límite total para cualquier expresión artística. Ya tenemos muchos ejemplos en el pasado para volver a repetirlos”, desliza.
“No tiene tanto que ver con ideologías políticas como con una falta de visión general, y sobre todo, con una importancia que no le da a la cultura ningún partido político. No hablan de cultura. No les importa. Sólo se habla de cultura cuando pasan este tipo de cosas”, sentencia. Oiga, ¿y si tuviera que elegir un ministro de Cultura para poner orden a esta jungla de desafección? Contesta rápido: “Santiago Auserón”.