Una de las principales reglas de los obituarios es hablar bien del finado. La principal forma de heterodoxia rebelde en un obituario (no muy original ni imaginativa, la verdad) es poner verde al que acaba de desaparecer.
Charlie Watts, en cambio, nunca necesitó que hablaran bien o mal de él. Bastante joven decidió que había nacido para tocar la batería y lo intentó por todos los medios posibles, ya que su padre era camionero y en su familia no tenían posibilidades económicas.
Dado que los misterios del ritmo eran lo único que le importaba, sobre el escenario parecía generalmente transparente e invisible. Un efecto realzado por su expresión de cara de palo y su flema impasible.
Ahora bien, lo cierto es que, para la música de los Rolling Stones (caracterizada primordialmente por las canciones de riffs rítmicos), la aportación de Charlie Watts fue esencial e inconfundible en la construcción de su sonido.
Durante los próximos días, uno de los tópicos que más se repetirá en los obituarios y los comentarios es el de señalar como rareza que el batería de una de las principales bandas de la era rock fuera en realidad un aficionado al jazz.
A Charlie Watts le llegó su momento con 22 años, cuando en el swinging London se dio una moda de interés vanguardista por el blues más descarnado y puro
No es nada raro ni infrecuente. Topper Headon, el mejor batería que tuvo The Clash (el grupo más rebelde de la generación siguiente a los Stones) también era un fanático del jazz.
Los ejemplos son innumerables y suelen coincidir con los percusionistas de las mejores bandas. Cualquiera de ellos habría dado, probablemente, alguna víscera sustituible por haber tenido la ocasión de tocar con el combo de Charlie Parker, algo mucho más normal de lo que parece. De hecho, es lo que ha dado más y mejor resultado en las bandas de rock. El rock fue un género de mezcla y mestizaje.
Eso sí, todas estas biografías de bateristas jazzeros convertidos en satánicas majestades del rock fiero tienen siempre un punto en común: hay un día de su adolescencia en que tienen el buen gusto de interesarse y enamorarse por el blues.
A Charlie Watts le llegó ese momento con 22 años, cuando en el Londres del swinging London nació, en la temporada del 63, una moda de interés vanguardista por el blues más descarnado y puro. Siguiendo ese filón, Watts se puso a tocar con Alexis Corner y las principales bandas londinenses de investigadores de ese género.
Ahí lo vieron Mick Jagger y Keith Richards sobre el escenario y decidieron que era su hombre. Tenía no sólo la técnica y el modo de tocar que buscaban, sino el inconfundible toque cool y elegante del Londres de aquellos años. Es decir, una mezcla de cultura, sobriedad y elegancia contradictoriamente emparejada con el interés por las músicas más bravías y descarnadas. Un entrelazado de frío y caliente: la ducha escocesa.
Son los años de Michael Caine como Harry Palmer, exudando cínica condescendencia rebelde, y el cénit de un estilo británico que degeneraría décadas después en borrachos hooligans iletrados y fanáticos del futbol.
La constante órbita de sustancias estimulantes que rodea al planeta rock le acabó atrapando a mediados de los 80, creándole problemas personales
Charlie intentó escapar de esas vulgarizaciones acompañando a sus camaradas en las giras americanas. Casi consiguió salir intacto de los excesos de esos conciertos de los 70 (estupendamente retratados por Robert Greenfield en Viajando con los Rolling Stones) refugiándose en su carácter tranquilo y aislado, y en su gusto por dibujar a solas en su habitación de hotel.
Pero la constante órbita de sustancias estimulantes que siempre rodea al planeta rock le acabó atrapando a mediados de los 80, creándole una serie de problemas personales que estuvieron a punto de acabar con su matrimonio y que Watts consiguió resolver por suerte antes del final de década.
Nada de ello afectó a su imperturbable labor de instrumentista, que continuó sin altibajos durante toda su carrera y que caracterizó mucho más de lo que habitualmente se imagina al sonido Stone.
The Rolling Stones se definen en sus trabajos por una gran cantidad de temas basados en lo que se da en llamar un riff. Un riff es un patrón rítmico breve, conciso y pegadizo que se repite varias veces a lo largo de un tema musical, otorgándole toda su fuerza. Si el riff está bien construido y elegido, la canción puede resultar inolvidable.
Para construir un buen riff, lo único que se necesita es encerrar en un local de ensayo a un guitarrista rítmico (no solista) y a un batería.
Y ahí estaban Keith Richards y Charlie Watts en los Rolling Stones. El bajo no es imprescindible para la creación del riff. Puede añadirse luego, pero no es esencial. Por eso las sustituciones de Bill Wyman no afectaron nunca de forma esencial al sonido de la banda.
En cambio, hasta que no encontró a Steve Jordan, a Keith Richards le costó mucho tocar a gusto con otro percusionista que no fuera Charlie Watts.
Los Stones eran ya una banda de setentones enormemente enérgicos y Charlie Watts parecía renacido y dinámico después de su lucha
Watts superó sus problemas de los 80 y se convirtió en el pilar de una empresa llamada Stones. Watts era el hombre que terciaba discretamente entre los divismos de sus dos directores generales, Jagger y Richards.
Incluso podía mandar mucho más de lo que parecía desde sus tambores. Sobre todo en directo, donde marcaba a voluntad el tempo de las interpretaciones, variándolo en vivo, como se pudo comprobar en la gira mundial de 2007.
Por entonces, hacía dos años que había sufrido los primeros indicios de un cáncer de garganta contra el que había empezado a luchar con éxito. Los Stones eran ya una banda de setentones enormemente enérgicos y Charlie Watts parecía renacido y dinámico después de su lucha. Era muy difícil imaginar una gira de los Stones sin Charlie Watts.
Así que, cuando se anunció recientemente que no los acompañaría en la próxima gira por un tratamiento médico, se temió lo peor. Sólo algo realmente grave podía apartarlo de su trabajo, de sus camaradas y de la obra de su vida.
Los peores pronósticos se cumplieron y, con unos redondos 80 años, después de los altibajos de salud de la última década y una lucha constante, Charlie Watts abandonó para siempre el taburete de la batería de The Rolling Stones y entró de manera indiscutible en la leyenda.
*** Charlie Watts (Kingsbury, Reino Unido, 1941-2021) fue el batería de los Rolling Stones.