La vida del cantante de baladas es sacrificada y dura. La realidad se tinta de tonos sepia y cada viaje en coche obliga a mirar por el cristal con melancolía en un otoño perpetuo. Pero sobre todo hay que proyectar una imagen que vaya acorde con la música, generar cierto grado de soledad, confirmar aquello de que los ricos también lloran. Adele no es una excepción. Hace unos días la cantante anunciaba en sus redes sociales que este disco era parte del relato de la reconstrucción de su vida, algo entendible, aunque, ¿creíble?
El primer single de su esperadísimo nuevo disco, 30, se llama Easy on me y es una balada de esas a las que Adele nos tiene acostumbrados. Un piano da paso a una voz solitaria y sincopada que habla sobre la esperanza, utilizando metáforas y lugares comunes para navegar por depresiones y malas rachas: se ahogaba, era una niña, necesitaba sentir el mundo a su alrededor. Después la canción induce a cierta esperanza con la entrada del bajo, se anima, Adele sube de octava y después: nada.
En la que quizás es la balada más aburrida del año, caben absolutamente todos los clichés asociados a este tipo de música. La sinopsis del vídeo —dirigido por Xavier Dolan— es la siguiente: Adele está en La Zona de Tarkovski, no sabemos muy bien por qué, pero recibe una misteriosa llamada, no tiene cobertura y a su alrededor soplan unos vientos que harían sonrojar al mismísimo Martín Barreiro. Una vez en el coche enciende la radio, suena el crepitar de una aguja sobre un vinilo —puede que Dolan jugando con la disonancia cognitiva o un fallo de racord, juzguen ustedes—. ¿Y después? Otra vez: nada
Easy on me es un single flojo para un álbum tan esperado como 30. El éxito de la cantante ha sido colosal en la última década y la expectación no es de extrañar. Adele es una de las cantantes más soberbias del pop actual, con un rango vocal envidiable y un estilo que ha servido para sentar las bases del pop blando de masas actual. Sin embargo, la canción acaba siendo parte del eco de lo que se espera de este tipo de música.
La falta de originalidad en la propia letra deja este regreso como algo estéril, sin vida y desconectado de aquella sensación que su agencia de prensa trató de inocularnos. En los días previos a la salida del single, Adele hablaba con Vogue para "sincerarse", "contar toda la verdad" y otros clichés asociados a representar la humanidad de las celebridades. Aseguraba que no tenía "tanto dinero como creían todo el mundo" o que no le "gusta ser famosa", ambas cosas más que plausibles teniendo en cuenta su relación con los medios desde la publicación de 21. ¿Pero por qué vender cercanía si no puedes estar a la altura?