Hace un año se vivió una imagen histórica que quedaría para el recuerdo. La Sala Dorada del Musikverein de Viena acogía vacía la mítica Marcha Radetzky del concierto de Año Nuevo que cada año anima la mañana de año nuevo de millones de familia. La imagen era sobrecogedora: el imponente auditorio sin nadie que viviera la música en directo. La pandemia había trastocado de tal forma todo lo que conocíamos, que hasta una tradición tan arraigada como este concierto se vio afectada de forma radical. Los aplausos para los músicos fueron virtuales, y todos, al ver aquel patio de butacas vacío, sintieron una mezcla de tristeza y esperanza. Las vacunas acababan de llegar, y todos nos prometían un 2021 mucho mejor y una vuelta a algo parecido a la normalidad.
365 días después la normalidad no ha llegado, pero aquella sala desolada en la que resonaba el sonido de los instrumentos al menos se ha llenado con 1000 personas. Algo más del 50% de aforo. Otra estampa inédita hasta ahora, la de un público que debía llevar mascarilla como condición para entrar en la sala. A pesar de lo extraño de ver a mil personas aplaudir la Marcha Radetzky con sus caras cubiertas, la estampa es un símbolo del avance, de que estamos mejor del año pasado y que, aunque más lento de lo que soñábamos hace un año, la vida ha seguido su curso. Aquellos aplausos virtuales dieron paso a aplausos físicos, y la sala se llenó de una emoción extraña, la de valorar lo que hasta marzo de 2019 dábamos por seguro, la de valorar una pieza de música clásica como símbolo de futuro.
Barenboim convenció y emocionó a pesar de la polémica vivida en los días anteriores cuando se confirmó que había tenido que apartar a varios de los músicos de su orquesta por estar sin vacunar. Las medidas contra la nueva variante ómicron fueron estrictas e inflexibles, y lo fueron para todos. No sólo se obligó al público a una mascarilla FFP2, no valía una quirúrgica, sino que se obligó a todos los asistentes a presentar su pasaporte de vacunación de al menos dos dosis y mostrar una PCR negativa realizada en las 48 horas anteriores. Mismas condiciones que para los músicos sin ninguna excepción. La nueva normalidad no acepta negacionistas, y el concierto de Año Nuevo, tampoco.
Fueron 15 piezas las que seleccionó para este año atípico, seis de ellas inéditas hasta ahora. Nunca se habían interpretado en el concierto de año nuevo. Además de estas 15, dos clásicos que nunca pueden faltar el 1 de enero en Viena, El Danubio Azul y la Marcha Radetzky, que recuperó los aplausos en directo y que se sintieron como un síntoma de optimismo. Antes de los bises habló de la importancia de este concierto, ahora más que nunca en esta situación tan complicada que es "una catástrofe humana no sólo médica". "Deberíamos tomar el ejemplo de esta comunidad unida, esta es la forma de combatir este terrible virus", dijo tras su exitoso concierto.
Su elección fue también una declaración de intenciones, y la primera parte estuvo marcada por un homenaje y una defensa de la importancia de la prensa en estos momentos de fake news y bulos. Lo hizo gracias a piezas como el vals Periódicos matutinos, de Johann Strauss hijo, una obra que abrió el primer Concierto de Año Nuevo en el año 39 y que hasta este 2022 sólo había sonado en seis ocasiones. También con otras elecciones como la polca rápida Pequeña crónica, de Eduard Strauss, con la que cerró la primera parte del concierto.
El maestro argentino-israelí, que ha dirigido el concierto por tercera vez tras su presencia en 2009 y 2014, aseguró días antes en la rueda de prensa anterior al evento que se sentía un absoluto privilegiado por este honor, aunque reconoció que cuando se enteró, fantaseó con que la situación sanitaria permitiría tener la sala llena, algo que de momento no se cumplirá. "Mil personas no es ideal, pero es más que soportable", dijo Barenboim, quien aseguró sentirse muy afortunado de tener público porque "la música debe disfrutarse en directo". A pesar de que no fuera lo ideal, la estampa fue radicalmente diferente a la del año pasado. Él lo agradeció trayendo piezas inéditas y sorpresas como un brindis con champán en directo y un emocionante coro en el que los músicos cantaron y silbaron el vals Noctámbulos, de Carl Michael Ziehrer.
"Esto va a ser muy especial en estos tiempos difíciles", había dicho hace unos días el pianista y director que cree que estas limitaciones eran un reto para los músicos y también para el público. Para ellos seleccionó su repertorio de un recital en el que brillaron los valses y polkas de la familia Strauss, un año más los protagonistas del concierto que como cada año animó a millones de personas desde casi 100 países donde se retransmite en directo por televisión o radio.
Un concierto con el que Barenboim, que el año que viene cumplirá 80 años, quiso también lanzar un mensaje sobre la importancia de la música y el poco interés de los Gobiernos y los políticos hacia ella. Sobre la necesidad de educación cultural y musical en las escuelas. La música como salvamento: "El mundo está olvidando un poco la importancia de la música, no hay educación para los niños en los colegios. Hay que recordar al mundo que la música es una de las actividades más importantes", afirmó el director hace un par de días y confió en que el Concierto de este año "inspire" a los políticos a pensar sobre "la importancia de la necesidad espiritual de la música para la población" y "no sólo por el coronavirus, sino en general".