Los olvidados también tienen derecho al Patrimonio. Junto a los palacios, los márgenes. Junto a los oropeles, el cemento y la cal. Todo forma parte del legado histórico. Como esta casa del Puente de Vallecas, construida a finales del siglo XIX con el material con el que se construyen los sueños de la clase trabajadora: el ladrillo.
Es una edificación humilde de una planta, con techo a dos aguas, que resiste al olvido en el madrileño barrio de Vallecas. De arriba abajo, sin hilera de piedra para aislar los muros de la humedad del suelo, sin más detalles que cuatro ventanas y cinco puertas (una por cada vivienda). Lo llaman neomudejar popular madrileño, es decir, arquitectura pobre para clases trabajadoras. Alquileres baratos para trabajadores pobres.
Ha sobrevivido a gobernantes y gobiernos, dictaduras y democracias, ha resistido a bombas y balas. Y ahí sigue en pie. Testaruda, dando cobijo a familias de cinco personas en 28 metros cuadrados, donde el padre duerme en el sillón y el resto donde puede. Podría ser una casa más, pero hace ocho décadas formó parte del decorado de una foto de Robert Capa (1913-1954) que dio la vuelta al mundo. Tres niños hablan entre las ruinas. Están sentados en la acera de la fachada de la casa. No hay más que escombros y balazos. El escenario es apocalíptico y entre la ruina, la infancia. Es una imagen icónica. Propia de la mano de Robert Capa para componer escenas a ambos lados del encuadre.
La Fundación quiere ofrecer una solución de vivienda digna a los inquilinos y luego transformarlo en un espacio para la memoria
Por eso, la Fundación Anastasio de Gracia-FITEL ha enviado a Paloma Sobrini, Directora General de Patrimonio Cultural de la Comunidad de Madrid, una petición -apoyada por instituciones culturales extranjeras y españolas y decenas de personalidades- para que declare Bien de Interés Patrimonial la casa que se conserva en el número 10 de la calle de Peironcely.
Un símbolo internacional
“La fotografía conmovió al mundo. Era la primera vez que los niños de una gran ciudad aparecían como víctimas de una guerra”, señala la Fundación en su pliego de argumentos. La imagen apareció por primera vez en diciembre de 1936 en la revista suiza Zürcher Illustrierte, el semanario helvético de referencia (con una tirada de 83.500 ejemplares).
En el pie de foto de la imagen se leía: “La fotografía, de la que tenemos también otros detalles en la mesa de la redacción, muestra además los escombros de otras pareces caídas por el impacto de la metralla de los bombardeos. ¿Dónde van a poder existir estos pequeños en medio de esta devastación? ¿Es un sótano? Puede que por unos instantes disfruten de un poco de luz exterior, pero ¡vaya estampa la del lugar de sus juegos!”.
En la portada también incluyeron este texto: “¡Pobres zagales, dónde van a poder vivir! ¿En un sótano quizás? Disfrutando de un momento de calma, juegan en la calle ante la fachada de su casa acribillada por la metralla, a merced de una bomba, de un obús o de un tiro de metralleta”.
Y Bob miró a la infancia
El hermano de Robert, Cornell Capa, explica que el fotógrafo se fijó en los civiles durante la Guerra Civil española, porque “fueron objetos de bombardeos aéreos a una escala sin precedentes”. “Y así Bob giró su objetivo hacia los ancianos, las mujeres y los niños que habían sido obligados a abandonar sus hogares o que habían resultado heridos. De estos, se centró especialmente en los niños, cuya absoluta inocencia convirtió en más trágico e indignante su vitimación”.
Desde la Fundación Anastasio de Gracia explican a este periódico que esta casa es un testimonio vivo de la vulnerabilidad de la infancia. “Es una imagen de la memoria europea. Es un símbolo de la resistencia de los más humildes, ellos también tienen derecho a la memoria”, cuenta Uría Fernández, coordinador de la petición. La fachada del edificio todavía conserva las heridas de la metralla en su fachada. Es un insólito caso de resistencia, en un rincón de la ciudad. No está amenazado por derribo, una empresa es dueña de 14 viviendas alquiladas y otra de un particular.
Las condiciones siguen siendo tan precarias como hace un siglo para quienes viven en el edificio. La Fundación quiere ofrecer una solución de vivienda digna a los inquilinos y luego transformarlo en un espacio para la memoria. “Sabemos que esto es soñar, porque para conseguirlo el Ayuntamiento y la Comunidad deben coincidir en la protección. Confiamos en la fuerza de nuestros argumentos, lejos de posicionamientos ideológicos. Este lugar es el símbolo de superación de esas limitaciones”, añade Fernández.
Huellas literarias
Hasta que en noviembre de 1936 la aviación alemana experimentó con el bombardeo continuo sobre la población civil. La estrategia del terror se cebó con la periferia, Tetuán y Vallecas. Arturo Barea prestó atención a los episodios vallecanos de la crueldad nazi de la Luftwaffe, en el cuento titulado Proeza. “Los asesinos no tienen nombre”, acaba el relato del sangriento bombardeo.
Barea cuenta así los bombardeos de los Junker, en enero de 1937: “Quedaron en la explanada veintitrés cadáveres y tres heridos. La mujer cayó muerta en la puerta de su casa. Los trozos de la carne del niño mezclados con los trozos de la carne de la madre. La hija mayor -dieciséis años- cayó muerta sobre el cadáver de su hermana de doce. Uno de los niños, de seis años, quedó tendido en el suelo, vivo, falto de un pie y la espalda abierta, Otro de diez años, ileso, pero echando sangre por sus orejas, reventados sus oídos por las explosiones, salió corriendo, llevando a través del campo el cuerpo de su hermanita menor de cuatro años. Lo llevó él mismo hasta la casa de socorro: había recibido el polvo de la metralla y tenía más de cien heridas diminutas en su cuerpecito”.