Casi tenían vida. Entre la realidad y la ensoñación, en un sitio alucinante, en el que unos personajes de piedra parecía que en cualquier momento podrían descender de las columnas y las jambas del pórtico de la catedral y representar el drama litúrgico para el que habían sido cincelados. El pórtico hablaba. Tan reales, tan extraños.
Una figura tan misteriosa como su propia creación. ¿Quién fue ese extraterrestre en plena oscuridad medieval, al que hemos llamado Maestro Mateo? Es el primer gran artista del medievo, clave en la cultura gallega y europea del que apenas conocemos nada, tan avanzado que sólo pudo ser superado cuatrocientos años después por Miguel Ángel, en Roma.
Surgido de la nada en Santiago de Compostela, una ciudad olvidada y sobresaliente del siglo XII, Mateo, cuya importancia le otorga categoría de “maestro” más que de “artista”, se presenta como un escultor, un arquitecto, un pintor, un intelectual, un escenógrafo y, sobre todo, un director de escena que hizo del pórtico de la catedral un gran cabaret, en el que se cuenta la historia de Jesucristo y de Santiago. Luces, colores, actores y naturalidad... Mateo acababa de inventar el musical más espectacular del Románico.
Un vanguardista
Un ser atípico que reconocía la grandeza de su propia creación y la firmaba. Ahí, en los dinteles del Pórtico de la Gloria, donde se da fe de su dirección “desde los cimientos”, durante dos décadas, y la fecha de finalización, 1188. Ahí aparece su nombre. ¿Cómo es posible que entregase en exclusiva su vida y su obra a la decoración del conjunto de la catedral? ¿Cómo se formó para llegar a crear una escultura que se atreve a romper con el esquematismo medieval y apuesta por un descarado naturalismo?
Mateo llevó a la basílica jacobea a un período dorado, con una transformación artística y teológica inédita. Sabemos tan poco de su forma de crear que ha sido menospreciado y olvidado. No ha sido hasta la exposición que inauguró hace unos meses el Museo del Prado y que ahora recala en Santiago de Compostela cuando hemos entendido que ahí está el primer gran artista medieval.
No estaba solo, contó con un importante taller, en el que se sumaron influencias y sensibilidades, y que trescientos años más tarde fue mutilado para ampliar la catedral, a golpe de maza y dispersión. El conjunto de la portada Occidental desapareció por completo, abriendo la puerta a un nuevo misterio dentro del misterio que los especialistas no han logrado resolver. No hay ninguna referencia de esta parte que hoy es el Obradoiro.
Patrimonio sin Transición
En la exposición del Prado se reunieron por primera vez, quinientos años después, las piezas dispersas en colecciones privadas y museos locales. Entre ellas, las estatuas de Abraham e Isaac, en propiedad de los herederos de Francisco Franco, encerradas en la Casa Cornide, en el centro de A Coruña, aisladas de la visita pública y olvidadas pese a su importancia.
Este jueves el Ayuntamiento de Santiago, gobernado por Compostela Aberta, ha dado un plazo de 15 días a los descendientes del dictador para devolver las dos esculturas antes de emprender “acciones legales”. Es una vieja petición que se remonta a 1988 -primera vez que se vuelven a ver en público- para enmendar el regalo que el consistorio, supuestamente, hizo a Franco, y que los distintos alcaldes no han resuelto. El patrimonio no ha hecho la Transición.
Manuel Castiñeiras es uno de los mayores expertos en el Pórtico de la Gloria y cree que las piezas deben ser dominio público y estar a la vista de todos, no encerrados en en un caserío particular. “Su lugar es el museo de la catedral, donde deberían estar reunidas todas las piezas dispersas de la obra del Maestro Mateo. No sólo las de los Franco, también las dos figuras que se encuentran en el Museo de Pontevedra y que nadie sabe cómo llegaron ahí”. Por eso cree que hay que llegar a un acuerdo con la familia y el resto de propietarios para hace un acuerdo de “depósito perpetuo” y que sean vistos por todos.
Una fachada sin referencias
El profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona atiende a este periódico desde Washington, donde disfruta de una beca de investigación de un año, y apunta que Isaac y Abraham formaban parte del pórtico destruido en el siglo XVI, para hacer unos nuevos arcos, y del que no queda ninguna referencia documental. “Las dos figuras son una absoluta maravilla, son dos esculturas espectaculares, de los mejores ejemplos de la obra de Mateo”, reconoce. Se conservan bastante bien, a pesar de haber perdido la policromía con la que fueron decoradas.
En aquella fachada desaparecida aparecían los antepasados de Cristo. “Santiago conserva el Pórtico que es excepcional, pero esta fachada sigue siendo un misterio, porque no sabemos cómo era”. Son estatuas-columnas, es decir, piezas colocadas delante de una columna, sobresalientes. Como si fueran a saltar, porque ya no son parte de ellas. Son personajes, no figuras que decoran. Esa fue la gran invención técnica del Maestro Mateo. “Pero lo más increíble es que su calidad precede a la escultura de Miguel Ángel”, añade Castiñeiras.
Viajamos hasta Roma. Allí, en la iglesia de San Pietro in Vincoli, se encuentra el imponente Moisés, que Buonarroti hizo en 1513 para la tumba del papa Julio II en la basílica de San Pedro. Inolvidable. Manuel no es el único que establece parangón entre las dos figuras -salvando la distancia técnica-, porque Alfredo Vigo, profesor de arte medieval de la Universidad de Santiago de Compostela, reconoce un precedente claro en la figura del Maestro Mateo, a pesar de no haber tenido contacto entre ellos. Es evidente la rotunda terribilitá que comparte ese Isaac con el Moisés.
Natural y salvaje
“El estilo del Maestro Mateo es una especie de barroquismo escultórico medieval”, señala Vigo. “Centrado en dar aspecto realista a los rostros y gestos que acentúan la dramaturgia de cada figura, como esas enormes barbas”. Las edades de los personajes se manifiestan por la longitud de las barbas: los patriarcas, más largas, los profetas y apóstoles más cortas. Las de estos dos tienen más peluquería, la de los patriarcas (Abraham e Isaac) son salvajes.
Visten ropas que se abultan y se mueven, que se hinchan y bailan. Parecen moverse. La policromía ayuda. El impacto en el ciudadano medieval debía ser increíble. “Debió ser una representación teatral, como un drama sagrado, la visión de la gloria de Jesucristo. Espectacular”, comenta Vigo.
¿Cómo es posible una figura como la de Mateo? ¿De dónde sale? Poco se sabe de su vida. Ramón Yzquierdo, comisario de la exposición citada, cree que el Maestro es la culminación de un proceso histórico que comienza un siglo antes, con un apoyo a las artes insólito. “Mateo debió de beber de este ambiente y fue tomando conciencia del arte que se hizo en otros lugares como París”.
Víctima de su misterio
Las dos figuras del Antiguo Testamento no resuelven el misterio, porque son muy distintas al resto de parejas que se han conservado de aquel pórtico. Es decir, están hechas por otras manos. Son menos finas, pero mucho más expresivas. La caracterización de los rostros, la exageración de los gestos desaparece con la llegada del Gótico. Este naturalismo no lo volveremos a ver hasta que no llegue el Renacimiento.
“No nos habíamos dado cuenta de la dimensión de este artista hasta esta exposición”, explica Yzquierdo. “Es víctima de su propio misterio. Su calidad es uno de los méritos que no hemos sabido ver ni vender. Otros han aupado sus iconos mejor que nosotros. En España no hemos sabido explotar a este artista esencial en la historia del arte internacional”, reconoce a este periódico.
Un veterano investigador del MET se acercó a Yzquierdo en la inauguración de la exposición y le dijo al ver por primera vez la obra del Maestro Mateo: “¡Es que esto es escultura con mayúsculas!”. Tenía razón, no nos habíamos dado cuenta. Abraham e Isaac son dos figuras muy sombrías y rotundas, pero han vuelto a la vida gracias a la polémica política. Ya sabemos que existen y que deben seguir a la vista, para valorar cómo es posible que en la Edad Media existiera un artista tan vanguardista a su tiempo como ignorado en los nuestros.