A mediados de 1938 Luisito Oyaregui tiene un arrebato de orgullo y firma su obra cuando el hormigón todavía está fresco: “Viba los hobreros”. Incluye su nombre y la fecha. Orgullo obrero en plena Guerra Civil, mientras el Ejército de la República levanta la segunda línea de defensa del frente en Las Rozas. La primera está a dos kilómetros, en el mismo pueblo. Tan lejos como el diccionario y las esperanzas de la alfabetización para todos, tras el golpe de Estado de Franco.
Un año después de la batalla de Brunete, el frente se ha estabilizado y urge tomar y fortificar las posiciones. Es posible que Luisito Oyaregui perteneciese al batallón 55, los albañiles de la guerra. La definición de las posiciones se hace en despacho, en las comandancias de ingenieros militares. Allí se desarrollan los planes de fortificación en base a las necesidades y al terreno. Las unidades especializadas se dedican a cavar trincheras y levantar las torretas que cobijan las ametralladoras automáticas.
“Las unidades estaban formadas por personas que no podían estar en las brigadas de combate, pero sí son aptos para otro tipo de trabajos militares. Era personal civil dirigido a fortificar”, cuenta a este periódico el historiador Javier Calvo, que junto con el arqueólogo David Urquiaga, han puesto al descubierto once fortificaciones en el parque de Navalcarbón (Las Rozas), un lugar que ha pasado a convertirse en un centro de ocio deportivo repleto de caminos y miles de corredores. Del caqui a los colores fluorescentes.
Labores del frente
La unidad 55 y la de zapadores llevaron el esfuerzo principal de la construcción de los puestos defensivos, que forman parte del patrimonio protegido por la Comunidad de Madrid gracias a la Ley de Patrimonio reformada por el PP (pendiente de rehacer tras haber sido declara inconstitucional en varios de sus artículos). Luisito agarró un palo o un hierro de la forja y dejó constancia de su vida y labores en el frente. Un gesto tan espontáneo como sorprendente en la guerra.
Antes de que fraguara y la historia se volviera sólida, antes de que ese “ojo de cerradura” se convirtiera en un lugar de defensa y muerte, Luisito lanza un grito de homenaje a los trabajadores de la guerra. Él es un caso excepcional, porque entre las numerosas fortificaciones que se levantan en esta zona, en ninguna, nunca, nadie tuvo la necesidad de pasar a la Historia. Sí hubo placas oficiales, sí inscripciones del batallón que lo construyó, pero no un arrebato de Luisito.
“La firma es una reivindicación de los obreros y los trabajadores que levantaron esas fortificaciones. En honor a orgullo y esfuerzo de su trabajo”, explica Javier Calvo a EL ESPAÑOL. El mérito era levantar estas construcciones mientras el enemigo, consciente de que se estaban fortificando, freía las posiciones con fuego de fusilería y mortero. Las tropas sublevadas trataban de impedirlo, atacaban a las unidades de zapadores, trataban de desmontar los planes defensivos. Es muy posible que en el proceso de construcción, el Ejército republicana sufriera bajas en esta zona. Así que a pesar de las dificultades, de los parásitos, del hambre, del fuego, el frío, la lluvia o el calor, Luisito estuvo aquí, construyendo el "no pasarán".
Una guerra con los restos
Estas once piezas son una parte mínima de lo que fue la extensa línea de defensa, que abarcaba desde la orilla del río Guadarrama hasta la del Manzanares, atravesando el monte del Pardo, al que no se puede acceder por ser una reserva. Las tropas republicanas construían con lo que podían: unos fortines están hechos con hormigón armado, otros con mampostería. Los primeros requieren una gran cantidad de cemento y un encofrado. Es una técnica mucho más complicada. Quizá Luisito se sintió especialmente orgulloso de cómo le quedó aquél.
Los de mampostería son fruto de los pocos recursos de la Guerra Civil, donde se aprovechaba todo lo que estaba a mano. En este caso, las vías del tren del Norte, muy cercano a la posición. Construían muros de mampostería, con sillares de granito unidos con cemento. Todo el cemento usado para un fortín de hormigón armado podían construir muchos de mampostería, que por fuera se reforzaban con cascajo de piedra... las que los soldados sacaban de las líneas del ferrocarril.
También trituraron los raíles, que se usaban para el techo. La cubierta es un emparrillado de raíles sobre la que descansa una losa de hormigón reforzado con el cascajo de piedra. Desmantelaron la línea entera. La estructura recuerda al de un caparazón de tortuga, era una estructura muy sólida. Sobre ello se recubría con la propia tierra extraída durante la excavación. Así se protegía la cubierta y la vegetación mimetizaba el elemento defensivo. Lo poco que se veía era un túmulo que se abría con una tronera, desde la que se disparaban las armas automáticas. Los de hormigón armado son más resistentes pero más visibles.
La vida bajo el fuego
Los especialistas han trabajado entre octubre y noviembre, en un equipo de tres arqueólogos y un historiador, con ayuda de la Comunidad de Madrid, que se ha comprometido a museizar los hallazgos. “Patrimonio es todo lo que heredamos. Tenemos el compromiso de conservarlo para transmitirlo a las siguientes generaciones. Son restos que hablan de nuestro pasado, que nos ayudan a comprender el presente, que han sobrevivido a su destrucción", cuenta Calvo.
Los restos se habían convertido en contenedores de basura. Ahora han sido recuperados para que la gente se interese por el pasado. “Es una obligación social preservar el patrimonio histórico. Lo ideal sería que algún día en Las Rozas, un municipio con muchas fortificaciones catalogadas que se irán ampliando, se creara un centro de interpretación para potenciar la explicación y difusión ”.
Luisito y los suyos primero excavaban el fortín, todo el cuerpo era bajo tierra, menos la cubierta. Tardaban muy poco en hacer una. Si el tiempo era bueno, hacía sol y no recibían fuego enemigo, en quince días ya estaba habilitada. Pero podía ocurrir que mientras trabajaban en la segunda línea tuvieran que asistir a la primera para restablecerla, tras ser bombardeada. Podía alargarse por exceso de trabajo.
Los fragmentos de vida de los obreros de la guerra y los soldados ha sembrado el suelo del parque deportivo durante ochenta años. Los especialistas han sacado peines, un tubo de pasta de dientes, un plato de aluminio esmaltado, botellas de vidrio de medicamentos, tinteros, botellas de vino, latas de conservas, alguna navaja de bolsillo, frascos de colonia, un filtro de máscara antigas, la estructura metálica de lo que parece ser una camilla y un botiquín. La vida cotidiana mientras la muerte andaba despistada.