Esta película se titula: “saqueo”, no “expolio”. Sucede, cómo no, en España, donde la conservación del patrimonio es un chiste. En la trama aparecen unas monjas que mienten y venden a hurtadillas el patrimonio de todos los españoles, declarado intocable. A las monjas les compran las joyas de manera ilegal un gobierno y un museo nacional, que pierde dos de ellas y le roban otra durante los años que custodia las 30 piezas. Las obras reclamadas suman un total de 97. La Generalitat compró las otras 67. Sin embargo, sólo 7 de ellas han sido expuestas, en Lérida.
La trama se embrolla gracias a la intervención de la Justicia, mejor dicho, a su falta de actuación. El Tribunal Constitucional bate los récords de negligencia y tarda 14 años en sentenciar en el pleito entre Gobierno de Aragón y la Generalitat de Cataluña. Aragón se entera de la venta y las quiso recomprar (retracto), pero la Generalitat se opuso.
La juez del Juzgado de Primera Instancia Número 1 de Huesca determina, en 2016, que la venta de los bienes de interés cultural se hicieron de manera fraudulenta y que deben abandonar Cataluña y volver a Aragón, lugar en el que nacieron para decorar el rico Monasterio de Santa María de Sijena. Durante décadas han permanecido ocultas, conservadas y arrinconadas en los almacenes de los museos que las albergaban -el de Lérida y el MNAC. A pesar de ello se ha negado la devolución.
Guerra cultural
Como la realidad siempre supera a la ficción, el desenlace culmina con una guerra cultural desatada por intereses políticos, en plena campaña electoral por la permanencia de España como se imaginó en 1978, en la que el saqueo contra Aragón trata de ser imponerse como un expolio contra Cataluña. “Nos arrasarían. Si son capaces de hacer esto qué no serían capaces de hacer”, dice Joan Tardà (ERC) a las puertas del museo intervenido por la Guardia Civil para ejecutar la orden judicial y rescatar las 44 piezas que faltan por entregar. Se refiere al artículo 155, cuyo papel es secundario en la resolución de una trama resuelta un año antes.
Las ventas de un monasterio rico, erigido por la reina doña Sancha, casada con Alfonso II de Aragón, se hicieron en B. Marca España. No se dio notificación a la administración. Ni a la estatal, en 1983, ni a la de Aragón en las dos siguientes, cuando ya tenía competencias en patrimonio. Pero es que la Ganeralitat tampoco notificó -obligatorio por ley- la compra al Ministerio ni al Gobierno de Aragón. Debieron pensar que nadie se daría cuenta.
Problema histórico, no político
Sijena no hace foco en un problema político, sino en la precariedad en la que España ha mantenido tradicionalmente su patrimonio artístico. En 1972 murió la última priora de Sijena, alojada en el monasterio de Valldoreix, cuya priora decide levantar el depósito de las piezas para venderlas al mejor postor, sin permiso de nadie y declaradas, en 1921, Bien de Interés Cultural. La priora realiza hasta tres ventas, en 1983, 1992 y 1994, y son adquiridas por la Generalitat y el MNAC, que ya había arrancado el verdadero tesoro del monasterio aragonés: las pinturas murales de la sala capitular, donde cuelgan -de manera absurda desde 1961- en una de sus salas.
Tal y como asegura la mayor especialista en el caso, la historiadora Marisancho Menjón, en su libro Salvamento y expolio. Las pinturas murales del Monasterio de Sijena en el siglo XX, el arranque de las pinturas en 1936, en origen fue una operación de salvamento, porque la iglesia fue incendiada en la Guerra Civil. Pero “se convirtió en expolio al no devolver los frescos a Aragón”. En 1960, lo técnicos vuelven a la iglesia del Monasterio a arrancar los restos de pintura que quedaban en la Sala Capitular. De nuevo, sin permiso. Para la investigadora, un centro museístico público como el MNAC no puede sentirse “precisamente orgulloso” de esta historia.
Expolio, la tradición
Según ha podido documentar Menjón, los permisos que se dan en 1992 y 1994 son para vender Valldoreix, no de Sijena. Pero la priora de Valldoreix firma las ventas y declara que tiene derecho a hacerlo, porque su comunidad se había fusionado con la de Sijena. Estaba mintiendo.
Sijena confirma la tradición del expolio español, un hábito en el que participan gobiernos e instituciones, no sólo tipos sin escrúpulos como William Randolph Hearst, que con sus dólares se hizo con los favores de vecinos, políticos, historiadores, periodistas, sacerdotes y obispos, que le permitieron sacar del país un convento, pilar a pilar, más de 36.000 piezas.
España conserva más riqueza patrimonial de la que es capaz de conservar. La ruina del patrimonio artístico sigue siendo una de las especialidades del segundo país con más bienes de la humanidad, según la UNESCO, y el tercero que peor los cuida, según el último informe del Fondo Mundial de Monumentos. Un país derrotado por el menosprecio de los restos de su Historia.