Hace ahora un año, el ministro de Educación, Cultura y Deporte se presentaba en el Congreso para dialogar con la oposición cultural sobre sus planes de futuro y borrar el pasado, es decir, a Wert. No tenía experiencia, pero tenía campechanía: “Ha faltado amor”. El recién llegado le respondía al portavoz del PSOE, José Andrés Torres Mora, que le señalaba la mala saña de Cristóbal Montoro contra el cine: “No ha habido suficiente amor de su partido con la cultura”.
No tenía conocimientos, pero sí amor. El PP siempre ha suspendido en Cultura -menos cuando Aznar consiguió hacerse amigo del cine, para romper con la tradicional hegemonía cultural del PSOE-, y el barón de Claret, Íñigo Méndez de Vigo y Montojo, no ha sido capaz de romper con las deficiencias de su partido. Ni siquiera con la parte que más les llega al corazón: la tradición, la historia, el legado y lo propiamente español. Dos años y medio después de ocupar la cartera, ha mostrado su incapacidad para defender un incremento sustancial en los presupuestos destinados a Cultura y su incompetencia en la conservación, preservación, rehabilitación y difusión del patrimonio histórico.
En estos casi tres años, Méndez de Vigo ha demostrado tener más retórica que interés. No ha sido capaz de invertir con su labia ni sus agasajos relamidos la evolución negativa del PP en cuestiones patrimoniales. La inversión en las partidas de “conservación y restauración de bienes culturales” y en “protección del patrimonio” durante el mandato de Rajoy no ha podido ser más nefasta: se han recortado más de 20 millones de euros en siete años. En 2011, las dos partidas señaladas sumaban un total de 45,9 millones de euros. En los Presupuestos Generales del Estado de 2017, 24,3 millones de euros.
Astracanada en Sijena
Pero sus palabras apuntaban más alto que sus cifras, fruto de la doble personalidad con la que juega a disfrazar la realidad. Mientras pide más turismo cultural de museo y catedral, apuesta por el tapeo como marca propia; es capaz de reclamar el 155 y saltárselo al mismo tiempo; puede reclamar el tesoro de Sijena para Sijena y desobedecer al juez que le pide que vaya a por él al Museo de Lérida; lo mismo pasa de expresar sus condolencias a la familia de Chiquito de la Calzada, que le propone para una Medalla de Oro de las Bellas Artes.
Es un zelig fuera de control en medio de la campaña electoral catalana, un Jekyll desmintiendo a Hyde, un calcetín en la mano derecha interpretando al conseller de Cultura de la Generalitat y un calcetín en la mano izquierda haciendo de ministro de Educación, Cultura y Deporte.
La astracanada del tesoro de Sijena es la culminación de un proyecto nefasto para la protección del bien más preciado de este país. Ayer, al minuto de asegurar que él no sabía nada del recurso para que las obras volvieran de Sijena a Lérida, estaba el PP de Aragón dando una rueda de prensa. Antes del Consejo de ministros habían llamado, indignados, a presidencia: existía la posibilidad de que el parlamento aragonés aprobara, con los votos a favor del PP, una reprobación contra el ministro. Solución: “Yo no sabía nada”. Méndez desautorizando a Vigo.
Pero el trastorno de identidad había asomado mucho antes. “¡Nuestra grastronomía! Es la mejor del mundo y quien viene, repite gracias a ella”, explicaba en su primera aparición estelar ante los senadores, que acostumbrados a lo de Wert, escuchaban maravillados su campechanía. Pronto entenderían que aquel hombre que estaba descubriendo los mundos de Yupi socialistas, al reclamar una España de turismo cultural y no sólo playa y sol, era, en realidad, el ministro Méndez de Tapa, el apóstol del champiñón al ajillo, el Jedi de la anchoa que, con la fuerza de su lado, llevaría a la UNESCO eso tan español, tan cultural, para que lo declarasen Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
La tapa en la UNESCO, el sueño del barón campechano, tiene todas las de perder, porque tampoco la tapa es motivo de unidad española: ¿cómo se dice tapa en euskera? Pues eso.
Cero en cultura
Porque lo suyo no es la gestión, lo suyo es la declaración está donde está y a la Cultura, la Educación y el Deporte le ha tocado pasar el trago. Lo primero que hizo el barón al llegar a su despacho ministerial de la calle Alcalá fue descolgar un retrato de Unamuno, que había arropado a Pilar del Castillo y José Ignacio Wert antes que él. Era la primera señal de su carrera contra las señas de identidad culturales.
En esa tomatina de tapas, callos, paellas y filósofos, también caben dúplex de lujo en palacios declarados BIC que se saltan las normativas urbanísticas. Y todo esto cuando Europa ya ha dado el pistoletazo al Año del Patrimonio Cultural el pasado 7 de diciembre y que abarcará todo 2018. ¿Y España? Acaba de enviar a Bruselas una lista de 50 actividades que se les ha ocurrido en la Secretaría de Estado de Cultura.
¿Y qué harán en Francia? Algo muy parecido a lo que ocurrirá por aquí, apunten: van a crear una lotería para salvaguardar el patrimonio con los beneficios que obtengan, impulsarán un proyecto Erasmus de la cultura y el Gobierno incrementará un 5% el presupuesto para restauraciones, llegando a los 326 millones de euros. Recuerden, aquí apenas 20. Por si fuera poco, el ministro de Cultura francés ha dicho que la refundación de Europa pasa por la cultura y en ella el patrimonio tiene un papel fundamental.
Hemos encontrado una cosa a favor: España ya es parte del Comité del Patrimonio Mundial de la UNESCO. De 30 países entraban 21.
Políticas sin patrimonio
“Sabemos que cuando el señor Montoro oye en una misma frase las palabras cultura y dinero sufre un repentino e incontrolable ataque de pánico”, ha dicho el diputado de Ciudadanos, Díaz Gómez, en el Congreso pidiendo un esfuerzo en la protección del Patrimonio. Maura, de Podemos, ha advertido que las efemérides tienen la pega de que cuando se convierten sólamente en una excusa promocional no generan suficiente rédito ni tejido a largo plazo.
Y al tiempo que el PP presentaba la tomatina y las fallas a la lista del Patrimonio Cultural Inmaterial de la UNESCO, votaba en contra de salvar el puente romano de Vinuesa de San Mateo, en Soria, por el expolio constante, el deterioro y la destrucción de un ejemplo único de arquitectura viaria del imperio romano, sumergido en un pantano.
También negó el partido de Méndez de Vigo el voto a una mayor especialización en las empresas que se dedican a restaurar los bienes históricos. Gracias a la reforma de la Ley de Emprendedores del PP, cualquier empresa de construcción puede meterle mano al patrimonio si la obra es inferior a 500.000 euros. De nuevo, máximo consenso entre los grupos. Todos a favor de que sólo los cirujanos especialistas pudieran sanar una parte del Pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago de Compostela, aunque la obra esté presupuestada en 300.000 euros. Todos menos el PP.
Méndez de Vigo pasará a los anales como el creador del Archivo Histórico de la Nobleza, demostrando, como la canción de Antonio Machín, que se puede ser barón y ministro a la vez y no estar loco.