Está ahí, durmiente. El patrimonio yace invisible. En lo profundo del estómago de una gran ballena gris y de ladrillo, a los pies de una de las principales arterias de Madrid, existe una rampa por la que suben y bajan coches, que mueven a los altos cargos de este país y mandatarios de todo el mundo. Sólo hay otra igual en el mundo y está en Italia, en Lingotto (Turín), era la antigua fábrica de Fiat, que cerró hace treinta años y se convirtió en centro cultural y comercial. Lo llaman “rampa de doble tornillo”, porque los coches que suben y bajan no se cruzan. Son los vasos comunicantes del Parque Móvil del Estado y “tiene la misma protección que el Acueducto de Segovia”. Intocable.
Pero está a la venta. Su propietario es el dueño de España, Cristóbal Montoro, y quiere convertirlo en solar para venderlo a inmobiliarias. Es uno de los suelos más caros de la capital, en uno de los pocos barrios que no tienen una biblioteca. Tampoco hay escuela de música, ni escuela infantil pública por ejemplo. Chamberí, donde sólo hay salas de lectura para que los alumnos se preparen sus exámenes de manera clandestina en los bajos o en las primeras plantas de edificios de viviendas, también es el único barrio con un inmenso campo de golf.
Este periódico ha tenido acceso a las instalaciones, en una visita con vecinos, asociaciones y arquitectos que planifican la defensa de este entorno único en España, que construyó Jerónimo Arroyo, en 1942. El edificio emerge sucio y sin atractivo, con una fachada atiborrada de aparatos de aire acondicionado y una bandera que no descubre para qué se utiliza este edificio oficial. Desde la otra acera, con los cinco carriles inundados de coches que separan una orilla de la otra, sólo se ven entrar y salir automóviles oscuros. No es la base de operaciones de Cabify.
Una rampa sublime
La calle es transitada, bulle, pero esta manzana carece de comercios. Vive al margen de los atractivos contemporáneos, es una acera de puro tránsito, por la que pasan los ciudadanos, ignorando lo que esconde la gran ballena gris. El acceso no es público, por eso cuesta tanto hacer transparente la ciudad y su memoria, por eso sus edificios nacen y mueren sin celebración ni conciencia. Pero al cruzar el umbral y abandonar la ciudad sin curiosidad, se presenta sublime una maravilla de la arquitectura civil.
El Foro local del distrito de Chamberí pide al Equipo de Manuela Carmena que paralice la intención de demolición que tiene planeada el Ministerio de Hacienda. Quieren que el conjunto sea incorporado al tejido urbano de una “futura ciudad productiva más sostenible, ligando su uso al empleo y emprendimiento de la fabricación, el mantenimiento, la reparación, la ampliación de espacios verdes, lugares de estudio y acogida de jóvenes con bibliotecas”. Proponen seguir las experiencias realizadas en el concurso de ideas EUROPAN, para jóvenes arquitectos.
Los carros negros corren arriba y abajo por la rampa que se conserva sin mácula, útil y viva. Un incendio se llevó por delante el techo original. La bóveda que ahora da luz a este corazón móvil es de 1948. Los ciudadanos no tienen la suerte de poder admirar estas cuatro plantas que celebran la memoria de un edificio que era una pequeña ciudad, en la que trabajaban más de 2.000 personas. Ahora, apenas quedan 180. En 1986 había 1.500 vehículos y en 2017, guardan 652. No se compra ninguno desde 2012, la crisis. Los talleres no dan abasto, pero antes trabajaban 900 mecánicos y ahora apenas hay 30. La segunda planta está alquilada a la Policía Municipal y en el sótano se venden los automóviles incautados.
Hace dos años celebraron el 80 aniversario de la creación del Parque Móvil y descubrieron la autoría de un mural dedicado a los trabajadores. No sabían que lo había pintado un discípulo de Diego Rivera. Es un friso en el que aparecen todos los oficios que daban vida a esta planta móvil, abierta los 365 días del año, las 24 horas del día. El palentino Germán Calvo pintó este muro de 26 metros de longitud, y metro y medio de altura, en 1951 y fue titulada Los oficios del automóvil. Recuerda a los murales industriales que su maestro hizo en los años treinta en las fábricas de Ford y General Motors, en Detroit.
Peligro de venta
Hace cuatro años trataron de venderlo todo, pero se paralizó por la joya arquitectónica que esconde. Ahora, los vecinos esperan que con la revisión del catálogo patrimonial de Madrid, la protección se extienda al hangar y los dientes de sierra. Esto acabaría con las ilusiones de Hacienda, pero pondría en marcha las del barrio.
Chamberí atraviesa una tormenta de destrucción de la memoria. El Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid han acabado con las instalaciones del Taller de Precisión de Artillería (TPA), amenazan con borrar del mapa las increíbles cocheras del Metro de Cuatro Caminos para hacer más viviendas. Ahora toca al Parque Móvil. El Ayuntamiento está en negociaciones con Hacienda para comprar el terreno y construir vivienda protegida y edificios administrativos. Los de Carmena han ofrecido 62 millones de euros, el valor catastral de la parcela. Pero Hacienda pedía 300 millones de euros en 2013. Estamos ante una de las operaciones inmobiliarias más impactantes del centro de la ciudad y acabaría con las dos naves.
En total son 23.000 sabrosos metros cuadrados a la venta, que incluyen la nave más grande de España: 10.000 metros cuadrados diáfanos, una cadena de peines que ocupan una enorme manzana que el vecindario reclama conservar. Los parecidos con Matadero, en Legazpi, son más que evidentes. Mantenerlo en activo cuesta tres millones de euros anuales a las cuentas públicas. Añadan otro millón y poco en gasolina para los coches de los gerifaltes.
El conjunto fue construido en 1942 y desde entonces permanece dando servicio a la etiqueta política del país, en la ciudad. “En nuestros coches no han entrado ni Bárcenas, ni el pequeño Nicolás, ni Corina”, aclara el responsable de las instalaciones. Hacienda ha ofrecido al Ayuntamiento que se conserve la rampa y las salas adyacentes a la misma, para hacer de ella un lugar de eventos culturales.
“Como si fuera el Guggenheim”, dice Manuel Pons. Cuando los coches desaparezcan de sus tripas, el edificio está llamado a convertir la calle Cea Bermúdez en una nueva milla de la cultura, capitaneada por los Teatros del Canal. Pero también sería un homenaje a la memoria del trabajador, que vivió en estas instalaciones, en las que el primer director en la dictadura franquista mandó hacerse hacer un jardín, una pista de tenis y una piscina en la azotea. Vivió allí con su familia durante 30 años. De hecho, los primeros trabajadores eran presos republicanos. En ocho décadas sólo una mujer ha dirigido la institución (Eva García, de 2008 a 2012). Hasta 1982 todos los directores fueron militares y en 1986 dirigió el lugar un hijo de conductor.