Es una casa sin solera, sin detalles ni comodidades, sin ningún lujo, construida a fuerza de ladrillo a finales del siglo XIX: chabolita humilde de una planta que le pelea al olvido en el barrio madrileño de Vallecas. En este refugio de la clase trabajadora -al que apodan “neomudejar popular” por no decir “arquitectura para pobres”- también se cuenta la historia de España. 28 metros cuadrados para aguardar familias enteras.
Podría haber sido un espacio más, otro lugar marginal donde subterráneamente se cuecen la vida y sus miserias, pero se dio la circunstancia de que hace ocho décadas esta casita fue fotografiada por Robert Capa y se antojó icónica: dio la vuelta al planeta como un satélite. En la imagen aparecen tres críos charlando sobre los escombros, resistiendo en la vida mientras les rodea el apocalipsis de una Guerra Civil. De la nuestra. Infancias rotas. Adultos prematuros. Hacer de la ruina la norma. Su hogar está destruido. Sólo hay piedras, derrumbamientos, balazos en la fachada. Así era el mundo de los niños: un recreo de metralla y bombardeos.
La fotografía salió a la luz en diciembre de 1936 en la revista suiza Zürcher Illustrierte. Era la primera vez que los niños de una gran ciudad aparecían como víctimas de guerra, tal y como recuerda la Fundación Anastasio de Gracia-FITEL, encargada de solicitar en junio del año pasado a Paloma Sobrini, Directora General de Patrimonio Cultural de la Comunidad de Madrid, la conservación del inmueble y su consideración de Bien de Interés Patrimonial. La petición de la Fundación fue avalada por instituciones culturales extranjeras y españolas, amén de decenas de personalidades. Su argumento fundamental fue que la foto es testimonio vivo de la vulnerabilidad de la infancia. “Es una imagen de la memoria europea. Es un símbolo de la resistencia de los más humildes, ellos también tienen derecho a la memoria”, contó Uría Fernández, coordinador de la petición, a este periódico.
El nuevo proyecto: expropiación y museo
Rescatar esa casa parecía sinónimo de rescatar -y respetar- el pasado. Son muchos los interesados en proteger su valor. Ahora, según informa El País, la plataforma SalvaPeironcely10 ha presentado un proyecto al Ayuntamiento de Madrid: piden la expropiación del inmueble y proponen convertirlo en un museo. Su idea es crear un espacio donde se relate a los madrileños “las atrocidades cometidas por la aviación alemana e italiana durante la Guerra Civil en apoyo al ejército sublevado”. Para ello contarían con una sala de exposiciones de 258 metros cuadrados, un salón destinado a ponencias y proyecciones de 43 metros cuadrados y, por descontado, el espacio tendría que respetar su diseño original. Su memoria.
Bien es cierto que queda pendiente resolver qué sería de los actuales inquilinos, aunque la socialista Mar Espinar, que apoya la protección de la vivienda, sostiene que es compatible volverla museo y alojar convenientemente a esos ciudadanos. Las condiciones del inmueble son insalubres y algunas de las familias que viven allí están en riesgo de desahucio.
"La foto de Capa es un montaje"
Hay algo más, algo fundamental: son muchos los detractores de Capa, son muchos los que llevan años cuestionando la veracidad de su trabajo. Ya sucedió con su obra más legendaria, La muerte del miliciano. Esta foto que nos ocupa no es una excepción. El arqueólogo y fotógrafo José Latova señaló para este periódico que la imagen que retrataba el quiebre de la infancia era “un montaje”. Argumenta que Entrevías era zona militar a finales de 1936. “Allí no vivía ningún civil, fueron todos desalojados. Para entrar en la zona había que solicitar un permiso militar. Robert Capa llevó a los niños hasta esa casa. Construyó la imagen. Y gracias a ella hubo asociaciones, como el Socorro rojo, que empezaron a asistir al pueblo de Madrid con comida”, apunta el experto, que ya había analizado la foto en su libro Paisajes de la Guerra y la Postguerra. Espacios amenazados.
Asegura haber encontrado a los mismos niños en otras fotos de la “maleta mejicana”, en tomas de Chym y Gerda. “Con estos niños Capa se mueve por otros escenarios de Madrid”, lanza. El debate está en este punto: ¿tiene sentido la conservación del inmueble y el proyecto museístico si el valor del que parte -la foto de Capa- puede ser falso, si esos niños son, de algún modo, figurantes de la guerra? ¿Sigue teniendo razón de ser la expropiación y el nuevo uso del lugar si se demuestra que la imagen no es verídica? ¿O basta con que la foto de Capa cumpliese su función, que fue alertar internacionalmente sobre el horror de la Guerra Civil y su repercusión en la infancia?
¿Importa que la imagen fuese un montaje si representaba una realidad que no estaba allí, sino en otros escenarios? La brecha está abierta, y para empezar a discernir la cuestión habría que preguntarse qué es la verdad. Ya sabemos lo que piensa nuestra fotógrafa patria -y viva- más influyente, Cristina de Middel: “La verdad es una convención, una reducción por contrato (…) Todo está sometido a presiones políticas (…) Todas las fotografías están manipuladas. Sólo el proceso mecánico de la fotografía es una manipulación de la realidad".