Esto eran un griego, un tunecino y un norteamericano que tuvieron a bien encontrarse en la cancha del Palacio de los Deportes madrileño. Y no, no es un chiste, sino la realidad del juego interior del Real Madrid durante las dos últimas temporadas. Ahí estaban Ioannis Bourousis, Salah Mejri y Marcus Slaughter, con Felipe Reyes y Gustavo Ayón, sus superiores, cerrando filas. El aficionado madridista todavía tiene fresco en la retina el concurso de los tres primeros jugadores. Sin embargo, a este paso sus nombres pronto serán olvidados de forma un tanto egoísta.
Al menos, si dos de los llamados a sustituirles, Trey Thompkins y Willy Hernangómez, siguen afanándose en demostrar que pueden ser muy importantes este curso. Cuando las torres blancas hacen piña, se vuelven imbatibles. Sus 46 puntos en común lideraron a los hombres de Pablo Laso en su camino por recuperar viejos valores y solidez defensiva. Fueron casi la mitad de la anotación encajada por el Estrella Roja (98-71). Los serbios aún andan buscando el alma perdida en la capital española tras ser maniatados por su rival durante la totalidad del segundo compromiso de Euroliga.
El Madrid construyó una muralla defensiva desde la zona. Se apoyó en Ayón, que ha empezado el año como un tiro. No hay balón interior que pase por sus manos sin final feliz ni rechace desapercibido para él en las cercanías del aro. Es consciente del lugar preciso donde debe colocarse para que sus compañeros le encuentren y pueda marcar las diferencias bajo tableros. Se suele hacer hueco el solo, pero a veces también deleita al respetable con un vuelo sin motor hacia canasta, en forma de alley-oop otorgado por el siempre presto Sergio Rodríguez. Ha dejado bien aparcados los problemas personales que lastraron sus primeros pasos en Madrid. Vuelve a ser un jugador franquicia, llamado a guiar a su equipo hacia la gloria, como ya hiciese en la vecina Fuenlabrada hace años. Es, definitivamente, más Titán que nunca con los blancos.
El estado de gracia del mexicano sólo puede ser un espejo en el que mirarse para sus compañeros de pintura. A Willy Hernangómez no hace falta que le repitan dos veces la consigna de seguir al maestro Ayón. Un jugador capaz de hacerle 29 puntos y 13 rebotes al Barça el año pasado necesita pocas presentaciones, a la par que motivaciones. Si ese reto no le achantó entonces, tener enfrente al mastodonte Sofoklis Schortsanitis se convirtió automáticamente en un paseo. Cierto es que el interior griego está demasiado pasado de revoluciones, pero su planta continúa siendo temible. No para Willy, que le superó una y otra vez con un juego de pies que hizo que la batalla fuese digna de ver. Cada vez que Big Sofo llegaba a la canasta ajena, tras sus no poco costosos trotes de zona a zona, allí estaba Hernangómez esperándole. Para taponarle con contundencia o, simplemente, para quitarle el balón educadamente.
En la canasta propia, la tragedia helena era constante. Willy hacía sus virguerías una y otra vez, con una madurez encomiable. Ya no es el chaval que se fue a Sevilla para curtirse con Aíto y Casimiro. Ahora, es un hombre hecho y derecho. Cómo no se va a desmelenar el también canterano Doncic, con triples a una pierna incluidos, teniéndole cerca. “Si él puede dominar a sus 21 años, ¿por qué no voy a poder hacerlo yo también con mis 16?”, debe musitar para sus adentros el pipiolo. No puede jugar tanto como querría en una plantilla cargada de estrellas, pero le da igual. Aprovecha cada minuto en pista como si fuera el último, y sus entrenadores premian una y otra vez su patente desparpajo. Hasta el aún más imberbe Radoncic se quiere unir a la fiesta, consiguiéndolo por segundo encuentro consecutivo.
El esfuerzo tiene su recompensa, como también sabe Trey Thompkins. Llegó del Nizhny Novgorod con vitola de interior de postín y no está desentonando. Quizá lo más valioso de su juego sea que es capaz de marcar las diferencias tanto cerca como lejos del aro. Su buena sintonía con el rol de 'cuatro' abierto es más que interesante, sobre todo para cubrir las espaldas a un Reyes que ya no se prodiga tanto desde el 6,75. No obstante, al estadounidense aún le falta algo más de pujanza en defensa para confirmar del todo las buenas vibraciones apuntadas desde la pretemporada. La misma fase que encumbró a un Jaycee Carroll que parece confirmar su regreso de entre las tinieblas (19 puntos) y a Sergio Llull, cuya velocidad imperecedera casi no entiende de desgaste. Sus carreras explican el porqué del apelativo de 'Correcaminos' para un Real Madrid que vuelve a disfrutar y hacer disfrutar jugando al baloncesto.