Se podría decir, a priori, que el Atlético es un equipo previsible, que destierra la sorpresa y saca rendimiento con una defensa que no cede. Sin embargo, hay quien puede argumentar lo contrario con argumentos sólidos. Porque lo cierto es que el Cholo Simeone, en cada partido, introduce novedades y variantes. Sobre todo, de un tiempo a esta parte, desde que Thomas reclamó sitio, Augusto llegó para sumar y Kranevitter para ser encaje de futuro. Desde entonces, el equipo prueba y experimenta con los consabidos resultados y un liderato que mantiene por derecho propio, con una nueva victoria. Esta vez ante el Celta (0-2) y gracias a un gol de Griezmann, como corresponde y marca un guion que mezcla rutina con novedad.
Ante el Celta, Simeone decidió acudir con Augusto y formar con una pareja tan exitosa como prometedora: Vietto y Griezmann. Pero tuvo que cambiar de planes sobre la marcha. El césped, aunque en mejores condiciones de las esperadas, apareció lento. Sobre todo, para el Atlético, que titubeó en los primeros instantes, se atascó ante el control de los locales y despertó a partir del minuto 20. Hasta entonces el balón había sido para el Celta, pero ahí acabó su hegemonía. El conjunto rojiblanco fue de menos a más, carburó y estuvo a punto de colocarse por delante en el marcador antes de irse al túnel de vestuarios. Lo intentó Griezmann, con un disparo lejano; y después Koke, con otro tiro desde la frontal. Pero ninguno con demasiada intención.
Acabó el Atlético con las dudas en la segunda. O, más bien, lo hizo el de siempre. Griezmann levantó la cabeza cuando su equipo más lo necesitaba. Recibió el balón de espaldas, se la cedió a Vietto de primeras y volvió a aparecer dentro del área para rematar a placer y, de paso, anotar su decimocuarto tanto esta temporada. Una cifra que no significa nada. O, al menos, no lo hace en su totalidad, porque la influencia del francés va más allá. Tanto es así, que ha pasado de ser extremo a ejercer de delantero, mediapunta o lo que quieran, con libertad para moverse libremente por todo el flanco de ataque. Y además, ahora, en simbiosis con Vietto, formando una pareja demoledora.
Abrió la veda el francés y remató la faena Carrasco, que entró en la segunda parte y se la fabricó él solo. Aprovechó un balón suelto, controló, encaró a dos defensas, los dejó con la cintura rota y anotó el segundo. Y listo. El Atlético culminó un partido en el que fue de menos a más, cerrando una primera vuelta perfecta, como campeón de invierno, a falta de que el Barça juegue un partido retrasado contra el Sporting, y con tan solo ocho goles encajados, unos números que no desmerecen a un conjunto que funciona como un reloj: defiende junto, ataca en manada y recuerda a la perfección aquella fe que le llevó a conquistar el torneo hace dos años. Quizás, lo más importante en este particular invierno rojiblanco.