Dos estrellas en el pecho, siete campeonatos de Europa… Eso es lo que vale en metal la selección de fútbol sala. Más que ninguna otra en el planeta tierra. Esta vez, con una victoria contra Rusia (3-7). O, mejor dicho, con un baño de principio a fin. Un festival que comenzó en el minuto uno y terminó cuando pitó el árbitro, sin dejarle una mínima opción a su rival. Haciendo valer, de todas las formas posibles, su superioridad continental y casi en todo el mundo. Sin que las piernas amenazaran con temblar y sin que la cabeza dudara un solo instante.
España podría haber titubeado. O podría haberse puesto nerviosa. O podría haber salido acelerada a la pista. Al fin y al cabo, lo que suele ocurrir en una final. Sin embargo, la selección salió del vestuario como si fuera a jugar una pachanga un sábado cualquiera. Agarró la pelota, adelantó la presión y se puso a jugar. Se dio un baño ante Rusia en un partido perfecto, sin dudar por un momento ante Rusia. Se supo superior y así lo dejó entrever. Desde el principio, inaugurando la fiesta con un gol de Álex. Un tanto, apenas un golpe sobre el muro de Sergei, que se iría yendo poco a poco abajo. Porque La Roja se dio un baño en la primera parte con otros tres goles: dos de Pola y otro de Rivillos.
Pero si la primera parte fue un festival, la segunda cayó encima de Rusia con toda la fuerza del mundo, como si fuera un carnaval. Miguelín hizo el quinto a la contra y el sexto con un disparo desde su propio campo. Y Rivillos, de nuevo, sentenció al final para dejar el definitivo 3-7 en el marcador. Un resultado que refleja sobremanera la superioridad de un equipo único, que además transformó su humanidad en detalle dedicando el trofeo a todos los lesionados que no pudieron acudir.
España, la de fútbol sala, no falló. No lo ha hecho nunca y no lo hizo en la final. Cayó en semifinales hace dos años ante Rusia y, sin embargo, se repuso y voló a Belgrado para recuperar su corona. Y lo hizo a lo grande, como lo ha hecho siempre. Porque otros han fallado: en baloncesto, en tenis, en Fórmula 1… donde quieran. Pero no en fútbol sala. Ellos estuvieron allí en el año 2000 para ser campeones del mundo, volvieron en 2004 para convertirse en dueños del planeta y no han bajado el pistón en Europa: siempre han estado en el podio y se han colgado siete oros en diez ediciones que recoge el torneo continental. Una barbaridad, algo excepcional, pero que esta selección ha convertido en rutina.