El curso que Rafa Benítez empezó con la mejor plantilla de su carrera lo termina sopesando cómo esquivar el descenso. Y este trayecto del Real Madrid al Newcastle puede leerse como un gesto de tenaz resistencia, un auto rescate. Eso que dijo de "la mejor plantilla" de su vida salió en realidad de un asentimiento cansado. Algunos periodistas le preguntaron hasta que dijo sí. También le sucedió con lo de Cristiano es el "mejor jugador del mundo"; que parecía aquello la época en que el Pulitzer esperaba a quien consiguiera que Zapatero dijera "crisis".
El Madrid al que llegó Benítez era un lugar en el que de él se esperaba que confirmara todo aquello de lo que creían estar seguros; o querían estarlo. El Newcastle es un sitio ávido de que les digan aquello en lo que ya no creen ("Somos suficientemente buenos para quedarnos en la Premier", les consoló). He ahí el salto a través del que se puede descifrar su inusual paso de la Champions a elegir la permanencia. Porque a Newcastle ha ido voluntariamente. Se trata de un abismo del mismo tamaño que el que separa el rellenado de formularios ("Sí, es el mejor del mundo") de la escritura.
Para ello, Benítez ha tenido que trasladarse al peor (o casi) de los futuros. Aterrizar en el penúltimo clasificado de la Premier, a falta de diez jornadas, es como haber descendido de golpe todos los escalones de la desintegración madridista a la que se pronosticaba que conducía su mandato; y detenerse justo al borde del precipicio. Puede leerse como una íntima revancha: verán que si todo hubiera salido aún peor, también habría sabido qué hacer.
Para el salto adelante en el tiempo se ha escogido un momento oportunísimo, porque en el futuro le espera la muestra de que algo así puede salir bien. El primer partido del Newcastle de Benítez, este lunes, es contra el Leicester, que la temporada pasada merodeó el descenso y que, después de la llegada de Ranieri en verano, ahora circula al frente de la liga.
Por disparatado que pueda parecer, en el vuelo que va del brillo de Cristiano y Bale a la angustia de la grada de St. James Park, Benítez tiene mucho que ganar. Quizá sea el único lugar en el que podría encontrar este curso algo que ganar: la intensa alegría de la salvación. La del equipo en apuros terminales, y la suya propia. La redención de todas las renuncias íntimas que empezaron en verano y le depositaron en enero en su casa de La Moraleja a esperar el final, totalmente solo. Ahora ha encontrado diez partidos ingleses con los que volver a empezar.