Al contarlas, todas las jugadas de los goles de Jamie Vardy son más largas que aquella "de todos los tiempos" de Maradona. El sábado, con Inglaterra, le marcó a Alemania en el Olímpico de Berlín tres minutos después de entrar desde el banquillo, pero los relatos fueron a buscar el nacimiento del tanto a 2007. El gol a Neuer fue una maravilla: un taconazo a la carrera para rematar un pase desde la banda; el 2-2 después del 2-0 inicial. Con Vardy, eso no basta. Cada gol del delantero de 29 años del Leicester lleva adosado su historial. No puede marcar sin que se recuerde, por ejemplo, que hace cuatro años trabajaba en una fábrica y jugaba en la quinta división. Cuando un gol de Vardy alcanza la red, ya es un anciano venido de lejos.
En estos partidos internacionales rumbo a la Eurocopa de Francia, sus jugadas empiezan siempre en el verano de 2010, en un pub, donde vio los partidos del Mundial. Cada vez que se acerca a la selección, se recuerda dónde estaba mientras otros ingleses de su edad (23) jugaban en Sudáfrica. Estaba donde estábamos todos: en el bar. La insistencia en recordar de dónde viene no es tanto la manifestación de una duda (¿será algo fugaz?), como un cierto consuelo. Cuando Vardy marca, lo hace también un poco por todos los que nos quedamos en el bar. No todo está perdido.
Después de su partido de esta temporada con el Chelsea, Mourinho se acercó a él desesperado: "¿Nunca dejas de correr?", le dijo. Y no. Precisamente porque viene de muy lejos. Cuando tenía 20 años y jugaba en el octavo escalón del fútbol inglés, vivía con una pulsera electrónica ganada en una pelea en un pub. Se perdía partidos fuera de casa porque no podía alejarse más de 80 kilómetros de Sheffield, y en muchos otros debían cambiarle a las cuatro y cuarto. Tenía toque de queda a las seis y sus padres lo esperaban para llevárselo. Una tarde que no marcaba, no quiso salir a y cuarto, y sus amigos lo recuerdan saltando la valla un cuarto de hora después: Cenicienta a la carrera hacia el coche de mamá. "Nunca pensé que fuera a llegar a la Premier", dice.
Ahora está a siete partidos de ganarla, y quizá lo más interesante de esta hermosa historia sea ver hasta cuándo se le recuerdan sus días de operario de una fábrica de prótesis cada vez que brilla. Y si se hace por el consuelo que supone en el bar, o si en el fondo se trata de un rasgo de resentimiento (que sepa adónde debe volver). A él no se le olvida: "Lo mejor de ser jugador de la Premier es no tener que levantarse a las siete de la mañana".