Después de conquistar el Camp Nou, el Real Madrid empezó en Wolfsburgo su conquista del Bernabéu. El plan es el mismo con el que se llevó el clásico, pero construido a escala. Un fino trabajo de orfebrería para reproducir en Alemania, cascote a cascote, una temporada que parecía el resultado de una faena de demolición. Desde el final del verano, aquel plan produjo un equipo moribundo y desubicado, que llegaba a Barcelona a derrumbarse a los pies de Cruyff. Eran las condiciones perfectas para poder celebrar luego la victoria como un título, y que el Barcelona dudara si creérselo. En Wolfsburgo, volver a empezar.
Ahora tenían mucho menos tiempo: días en lugar de meses. El desarrollo fue impecable y sólo les llevó 25 minutos, pese a que comenzaron el partido con un fuerte viento a favor. Se permitieron un par de alegrías tempranas: un medio penalti a Bale y una estupenda jugada que terminó en gol en fuera de juego de Cristiano. Suficiente. A partir de ahí, se puso en marcha la demolición necesaria empezando por el principio: Casemiro, el pilar más firme, se tropezó con un raro penalti en el minuto 17. Disolvió su solidez y, de paso, la de Keylor Navas, que no había permitido un solo gol en toda la Champions. No tardó en sumar dos.
Menos de diez minutos después, recibió el segundo, y en la foto no faltó Ramos, que llegaba tarde. Como en las peores noches del hundimiento madridista. Todo en orden. La reconstrucción podía darse por concluida, pero no se quiso dejar ahí. Antes del descanso, el Madrid perdió a Benzema. Cuando los jugadores enfilaron hacia el vestuario, bien podrían haber seguido camino hacia el aeropuerto. La tarea estaba hecha. Salvo unas cuantas raciones de frustración, hubo poco más en el segundo tiempo. Faltaba el espontáneo, pero ya.
El Madrid era de nuevo aquel Madrid vintage que siempre volvía de Alemania cargado de deudas. Una costumbre que, como la de venir de Bruselas con bombones, se disfruta sólo al llegar a casa. En la caja de Wolfsburgo habían metido dos goles en contra. Según el plan del homenaje de Cruyff, justo lo necesario para una de esas remontadas catárticas con las que todo se olvida. O se recuerda todo de golpe.