El camino que va de reinventar las chirigotas en Cádiz tirando la Copa, a la final de la Champions en Milán, lo ha recorrido el Madrid con las botas con las que Sherlock Holmes regresó de la muerte. Después de matarlo haciéndole caer por las cataratas de Reichenbach, Conan Doyle se vio obligado a recuperar al detective, pero sin que pareciera que resucitaba. En la entrega en que reaparece, cuenta que Holmes salió del hoyo, pero se cuidó de no dejar rastro. Para ello, caminó con las botas al revés, de modo que las únicas huellas conducían al fondo del precipicio. Para deshacer, puntada a puntada, el curso que parecía haber muerto en Cádiz, Zidane volvió a poner en el campo a Jesé, Lucas, Isco, James. Como si no se hubieran despeñado ya. Un conjuro.
Quien mejor ha interpretado esta labor de descosido de puntadas equivocadas ha sido Bale. En su gol se resume esa vida del revés, de hacer deshaciendo. Carvajal le echa la pelota a un punto del área por el que se esperaba que pasara, pero ese lado es antinatural. No sólo están en la banda derecha. El balón aparece a la derecha de la derecha, alejándose de la diagonal que persigue obsesionado con el disparo de zurda. Ahí, solo delante del portero, Bale lanza un centro que no coge rosca; es un tipo con las botas cambiadas de pie. Golazo en la escuadra, por el único resquicio que había dejado Hart. Un mal pase. Un acierto al revés.
El resto del partido lo emplea Bale en destejer también todos los relatos en los que aparece como figura fallida, inadaptado, frágil, incapaz de comprender el fútbol que se juega aquí. En algunas fases parece Modric, con dos entregas maravillosas que dejan solos a Cristiano, primero, y después al propio croata. Otro lance al revés: el croata, acostumbrado a lucir su majestuoso exterior, recibe él un pase mágico, y se aturulla. No entiende poder estar donde está sin que haya sucedido algo absurdo, o ilegal. Se supone en fuera de juego, controla mal, remata flojo. Se esfuma el 2-0.
En otro rato, Bale vuelve a cabecear mejor que Cristiano y Ramos. Golpea el larguero, el Bernabéu se ahoga. Pero el Real Madrid ha llegado hasta aquí para rebobinar toda la tragedia que se dio por hecha en invierno, y ese paquete incluye también aguantar un resultado ajustado sin despeñarse. Esta vez administra el 1-0. Y le basta. Con el camuflaje de los zapatos cambiados, esta vez ni siquiera ha necesitado el apretón emocional de una remontada. Ha escapado del fondo de la catarata sin que pareciera que lo hacía. Rumbo a Milán.