Siempre le recordaré con un gran machete en la mano derecha en mitad de la jungla, soltando su poderoso brazo a diestra y siniestra, desbrozando el camino para seguir adelante. Siempre iba el primero de la fila. No había impedimento que le hiciera frenar o mirar atrás: ni las altas temperaturas, ni la asfixiante humedad, ni los mosquitos u otro tipo de animales mucho más peligrosos, ni el hambre, ni nada. Y aunque esta imagen que les acabo de describir pudiera parecerles sacada de cualquier película de aventuras de ‘clase B’, les aseguro que es real y que dibuja a la perfección la absorbente personalidad de Miguel de la Quadra-Salcedo.
Estábamos en el corazón de África, exactamente en el entonces Zaire del dictador Mobutu Sese Seko, país que recorrimos en 1983 durante tres semanas desde Khinsasa, la capital, a Kisangani, antes llamada Stanleyville, en honor al gran aventurero británico Henry Morton Stanley, prototipo indiscutible de lo que le hubiera gustado ser a Miguel si en lugar de nacer en España y en el siglo XX lo hubiera hecho en la Inglaterra victoriana del XIX.
Aunque fue un deportista de alto nivel –campeón de España de todo tipo de lanzamientos: jabalina, peso, disco y martillo; olímpico en Roma e incluso plusmarquista mundial de jabalina durante unas horas hasta que la IAAF prohibió su peculiar técnica de lanzamiento– y aunque también como enviado especial deLa Actualidad Española y como reportero de Televisión Española dio la vuelta al mundo y fue reconocido por sus reportajes y entrevistas –cubrió la Guerra de Vietnam y otros muchos conflictos bélicos, el golpe de Estado de Pinochet, recorrió el Amazonas de esquina a esquina, pisó los cinco continentes y entrevistó a los principales personajes mundiales del siglo XX– Miguel de la Quadra-Salcedo (Madrid, 1932, aunque él siempre se sintió navarro antes que madrileño) fue por encima de cualquier otra cosa un aventurero en el amplio sentido que la primera acepción del diccionario de la RAE otorga a esta palabra: "Que busca aventuras".
Las buscó durante toda su vida porque era lo que realmente daba sentido a su existencia. Cuando avanzaba por la jungla, cuando paleaba por el río Congo, cuando surcaba el Amazonas, cuando pasaba sus manos por piedras milenarias, cuando cazaba para comer, cuando explicaba el universo que nos rodea al calor de un mal café y un buen fuego de campamento, Miguel era un hombre feliz, y aunque no pudo vivir en el siglo que le hubiera gustado supo sacarle todo el partido posible al que le tocó en suerte.
Su búsqueda de aventura también abarcaba el saber. Cuando su cuerpo ya no podía llevar adelante todo lo que su imaginación le proponía, De la Quadra-Salcedo se sacó de la manga en 1979 ‘Aventura 92’, que luego se llamaría Ruta Quetzal y que hoy lleva el apellido BBVA. Se trata de un programa de estudios –declarado de Interés Universal por la Unesco– en el que jóvenes de 16 y 17 años de 58 países participan, año tras año, en un gran viaje de estudios geográficos, históricos y medioambientales por América Latina y España durante los meses de junio y julio… Y él, siempre que ha podido, ha estado presente con su sabiduría, su experiencia y sus charlas de abuelo ilustrado. Este viernes será un día triste para los casi 10.000 jóvenes de medio mundo que seguramente mirarán con nostalgia su carnet de rutero y recordarán las inolvidables veladas vividas con él.
Recuerdo el último día de aquel viaje por Zaire. Cuando aterrizamos en el aeropuerto de Barajas me dijo muy tranquilo que hiciéramos bulto al pasar la aduana, "es que me he traído una bitis gabónica y no quiero que me paren ni tan siquiera para firmar autógrafos". En el interior de su sahariana, me confesó más tarde, llevaba una víbora del Gabón muy venenosa; la habían dormido con un potente sedante para entrar en el país. Me dijo cuando vio mi cara de asombro que no me preocupara, que en el bolsillo traía un antídoto por si acaso. Nunca le creí. La bitis, en cualquier caso, pasó la aduana y acabó en el Zoo de Madrid.
Su personal bigote, su cara cuarteada en cien mil batallas, sus anchas espaldas, su voz profunda, su porte de gran aventurero le acompañaron siempre y es más que probable que cuando dentro de unos días se tope con David Livingstone, éste se dirija a él con admiración y respeto: "Miguel de la Quadra-Salcedo, supongo".