Al poco de que expulsaran a Mascherano, el PP tuiteó una primera valoración de la noche en la que no querían que se metiera la política. "Hoy han ganado los cánticos de la afición del Sevilla. España está con su rey", había dicho Pablo Casado en una televisión. En esos momentos, aún había confusión sobre si el partido se encaminaba hacia la disolución del Barcelona, del procés, o del propio Partido Popular, que abría la puerta a ligar el modelo de Estado a lo que los futuros cruces de la Copa pudieran terminar haciéndole al himno. Así se gana o se pierde también al Comunio. O a la liga fantástica Marca.
Pero aunque Casado, preso en un debate, no lo estuviera viendo, había fútbol en el Calderón, donde el Sevilla de Emery embestía al Barcelona como una bola de demolición. Cayó Mascherano persiguiendo a Gameiro. Cayó Suárez, lesionado al estirarse en un control. Incluso Messi rondó la conmoción cerebral después de un cabezazo. El hundimiento parecía inevitable.
Pero del derrumbe emergió Piqué, que parecía el gigante insuperable de algún videojuego antiguo. Y también el escurridizo Iniesta, con un partido memorable. El Sevilla, que no había ido a Madrid a jugar como el Barcelona, no encontró el modo de deshilachar del todo el entramado de Luis Enrique. Incapaz de encontrar otro modo, Éver Banega probó a eliminarse con una roja. Fue un sacrificio difícil: hasta entonces Banega había dominado la pelota, había manejado el tiempo, había merodeado el gol. Pero el Barcelona aguantaba.
El Sevilla llegaba de ganar una final el miércoles remontando al favorito, y en la prórroga probó a repetir la historia. Sin embargo, en Madrid estaba Messi, que no tuvo nada que ver en la Europa League de Basilea. Después de decenas de encontronazos corriendo para sí mismo, hizo correr el balón para Jordi Alba, que fue a buscarlo al área y marcó el tanto que hasta unos minutos antes todo el mundo pensaba que marcaría el Sevilla.
El Barcelona sobrevivió hasta al árbitro, que llegó a pedir el cambio. Cuando se acercó a los banquillos a pedir un masajista, casi no se da cuenta nadie: todos miraban para otro lado, fingiéndose ocupadísimos, para evitar que les cayera una tarjeta. Un poco antes había expulsado a alguien al azar del banco del Barcelona porque había saltado una botella al campo.
No hubo mucho más, porque Messi dio otro pase que obligó a marcar a Neymar y se acabó la cosa. El Barcelona celebró el doblete, pero pese a la valoración política de Pablo Casado sigue sin estar claro qué pretendía el PP al avivar el apetito por las esteladas, y para quién trabaja exactamente Dancausa. Exploren la industria textil en la próxima filtración de papeles panameños.