En una demostración de los valores del deporte, Paolo Guerrero se llevaba protegido a su compañero Christian Cueva, que ha sido de lo mejor de Perú en esta Copa América Centenario, pero es joven y además su penalti se le fue arriba. La andadura de Perú en el torneo terminaba ahí. Ni siquiera tuvo tiempo de probar suerte la estrella peruana, que se reservó para el último intento.
Mientras por el túnel de vestuarios salían como podían Guerrero y Cueva, sobre el césped James Rodríguez le gritaba a Ospina: “¡Eres el más grande!”. Y no le falta razón al madridista. El guardameta salvó a la selección colombiana en el descuento, con una mano de otro mundo ante un cabezazo desesperado de Christian Ramos a la salida de un saque de esquina que fue la última bala peruana. Ya en la tanda de penaltis –solo hay prórroga en la final–, Ospina detuvo el tercer lanzamiento, el de Miguel Trauco, con una patada de kárate.
James ya había gritado antes, fue en el himno, haciendo un guiño a una nación que cada día cree más; y también en la jugada más peligrosa del primer tiempo, cuando un derechazo suyo acabó en el palo. Bacca pudo adelantar a Colombia en el rechace pero el balón le llegó demasiado escorado.
El partido, salvo en un par de momentos de lucidez como el anterior, fue anodino, robusto y crudo. Muy crudo. Ayudó Pekerman, desde la alineación inicial, dejando en el banquillo a Sebastián Pérez y apostando por La Roca Sánchez para atascar el centro del campo hasta las últimas consecuencias.
No hizo mal partido Cuadrado en Colombia, sigue sumando minutos que ayudan y liberan, engranando bien con Cardona y Bacca. Alberto Rodríguez, por su parte, dirigió la defensa peruana con sobradas garantías. Nadie y nada pudo aportar algo que hiciera pedazos el equilibrio táctico de dos fuerzas que, aunque Colombia partía como favorita, sobre el terreno se igualaron a la baja.
Tanto Pekerman como Gareca, buenos estrategas, resistieron con su once inicial hasta el tramo final. No cedieron ni un milímetro en su idea prefijada de partido. Todos los cambios llegaron en el último cuarto de hora, y no hubo mucho margen para que alguno de ellos supusiera un giro a un aburrimiento mastodóntico.
La tanda de penaltis, eso a lo que muchos llaman lotería, le vino muy grande a Perú. James, desde la capitanía, sirvió como modelo para todos sus compañeros, haciendo lo que durante los noventa minutos precedentes no le habían permitido: echarse la eliminatoria a la espalda. Sebastián Pérez, el joven pivote creador de Atlético Nacional, solo disfrutó de los últimos diez minutos del choque, pero anotó el cuarto –que luego sería definitivo– penalti colombiano, recordando a Pekerman que está aquí para quedarse.
Luego llegaron las lágrimas polisémicas y bidireccionales, ley de vida y de este juego. Colombia aterriza en la semifinal con más sufrimiento de lo que se podía imaginar, y aguarda al ganador del cruce más vibrante: México-Chile. James y Ospina esperan también, con una buena inyección de patria y confianza.