El Ayuntamiento de Madrid y el Real Madrid han llegado a un acuerdo para la modernización del estadio Santiago Bernabéu. Parece desde luego una buena noticia. Varias si me lo permiten. En primer lugar, desde un punto de vista exclusivamente de la gestión de intereses: por un lado, el interés general de los ciudadanos y la responsabilidad ineludible de los actores implicados en la construcción de la ciudad y por otro, el legítimo interés del Real Madrid por renovar y sacar brillo a su feudo. La política, la gobernanza, adquiere en este caso todo su sentido estratégico como instrumento al servicio de la ciudadanía y al mismo tiempo la puesta en valor de un importante activo local.
En segundo lugar, desde el punto de vista del diseño y la propuesta de regeneración urbana. En este sentido, la nueva solución libera espacio público y zonas verdes alrededor del estadio. La piqueta esta vez no se presenta al servicio de la especulación inmobiliaria, sino como instrumento de “borrado” parcial de una edificación privada al servicio de la ciudadanía y la construcción del espacio público, una operación además sin coste para la administración local según la información facilitada a los medios por el consistorio: se urbanizan 15.000 m2 de suelo público incluyendo la ampliación de acerado en el Paseo de la Castellana con una nueva Plaza en lugar del aparcamiento actual y la liberación de 6.000 m2 de la Esquina del Bernabéu como nuevo espacio ajardinado en la Plaza de los Sagrados Corazones.
Además, se ampliarán las aceras en la avenida de Concha Espina gracias a la demolición de las torres de acceso y evacuación, que serán reubicadas, y se renovará la calle Rafael Salgado, que se convierte en una calle semi-peatonal con tráfico de coexistencia y nuevas zonas estanciales. Se agradece el esfuerzo, paga el Real Madrid. Suena bien.
Regeneración urbana
En tercer lugar, quedaría por discutir el auténtico valor del icono –el estadio / edificio resultante- como instrumento de regeneración de la ciudad. Se mantiene el uso deportivo actual y la edificabilidad vigente, quedando fuera del proyecto los usos comercial y hotelero propuestos en origen, usos que sin duda hubieran alterado aún más la complicada movilidad diaria en los alrededores del estadio. Se mejoran también la funcionalidad, la accesibilidad, la seguridad o la eficiencia de los sistemas existentes, constituyendo la nueva cubierta retráctil un atractivo especialmente apropiado a la hora de matizar la contaminación acústica y lumínica durante los días –y las noches- de partido.
A pesar de los aciertos en la gestión del “icono”, se echa en falta una mayor apertura del estadio hacia el barrio, un mayor compromiso en la concreción de un mínimo programa social del estadio a la manera de otros importantes recintos europeos (ver sin ir más lejos la nueva propuesta para el Camp Nou). Desde luego, no ayuda a la lectura aperturista o “acogedora” la fría envolvente metálica cerrada sobre sí misma y que lamentablemente oculta la poderosa historia de una construcción ininterrumpida durante décadas: la “fábrica” de Di Stefano desaparecerá para siempre bajo la nueva “carrocería” made in Germany.
Como balance general del acuerdo, y a pesar de las siempre mejorables condiciones que se presentan, debemos considerar la solución final como más que aceptable, presentando una mejora sustancial en los aspectos anteriormente descritos siempre en relación a la propuesta inicial presentada por el club blanco en el año 2014. En algo hemos avanzado, diríamos incluso que en mucho: modelo de gobernanza, modelo de regeneración urbana y propuesta de gestión ambiental de la edificación renovada. Al parecer las obras comenzarán en 2017 y el coste de las mismas ascenderá a unos 400 millones de euros. Hágase la luz.
*Director de la Escuela de Arquitectura y Tecnología de la Universidad Camilo José Cela y presidente de la Asociación de Sostenibilidad y Arquitectura.