La explotación de la figura de Gerard Piqué no es sino otro síntoma de la crisis del periodismo: todo ha de ser rápido y simple en la pelea por la atención de una masa para quien la información es un bien gratuito y, por ende, poco valioso. Se desperdician palabras como quien deja el grifo abierto: nunca tuvo tanta vigencia el dicho de que más vale pedir perdón que permiso.
Piqué está lesionado y acudió este martes a Londres, entre otras cosas, para estar con sus compañeros de selección en Wembley. Unas horas antes, se fue a ver el partido de Djokovic en la Copa Masters. Un periódico madrileño vio la foto del jugador en el O2 Arena y advirtió otra posibilidad de conseguir tráfico (ergo, dinero) con el futbolista español más mediático: el catalán abandonaba a sus compañeros, igual que hace unos meses se había cortado las mangas para eliminar el escudo español de su camiseta.
El pueblo se queja (muchas veces con razón) del descenso de calidad sufrido por el periodismo digital. Es infrecuente, sin embargo, encontrar lectores (usuarios, según el catecismo contemporáneo) que quieran pagar por contenidos de calidad y asegurarse una dieta informativa nutritiva. Las listas de piezas más leídas, en todos los medios, están copadas por el periodismo de sangre y semen: cotilleos, desgracias, sucesos, vídeos sexuales. El “acoso” a Piqué, cuando existe, es hijo de esta miseria colectiva: si nadie paga por la información y los lectores (usuarios) demandan basura, acaban recibiendo una versión rebajada del producto que excita sus bajos instintos.
Es difícil escapar a la tentación de ser el primero en ofrecer basura rentable: al fin y al cabo, aunque a veces se olvide, los periodistas no trabajamos gratis. Piqué ha llamado “mentiroso” al periódico que le acusó de no ir a ver a sus compañeros a Wembley y las barras de los bares se llenan de conversaciones sobre uno de los mejores defensas centrales del mundo. Su protagonismo es muchas veces buscado; se ha metido en numerosos jardines solo. Pero esta vez tenía razón él y no los periodistas. Lo que empieza a faltar es alguien, o algo, que le recuerde al pueblo que la culpa, en el fondo, es de todos. Tenemos los medios que nos merecemos.