Casi al tiempo que la casta política solucionaba los problemas de los españoles tiñendo de ideología la fiesta de los Reyes Magos, el Madrid de baloncesto nos regaló los sabores añejos del Torneo de Navidad. Precisamente, el añorado trofeo -que sirvió también para inaugurar el Pabellón de la antigua Ciudad Deportiva-, vio la luz por estas fechas y no en las que se consagró como la celebración deportiva por excelencia de estos días. El encuentro contra el CSKA reunió lo que solía aquel acontecimiento: estrellas, emoción, calidad, un Palacio emotivo y una victoria madridista. Un regalo para la afición y para Pablo Laso.
De paso, la victoria enterró las pequeñas dudas que el equipo había suscitado en los últimos partidos, aunque al mismo tiempo dejó la impresión de que el increíble Llull es, además, el imprescindible. Este parece ser el único talón de Aquiles del actual conjunto blanco. Durante los últimas temporadas el Madrid ha tenido el puesto de director mejor cubierto que la Filarmónica de Berlín con Von Karajan. Ahora, en momentos de dificultad, parece echar de menos la magia de Sergio Rodríguez.
Aún así, el equipo goza de un potencial descomunal en el juego interior y cuando se concentran en su trabajo da la impresión de ser invencible. El Madrid de 2017 es un ejército que avasalla con el poderío de Hunter, Ayón, Randolph y Reyes, al que se ha sumado un nuevo Rudy en versión mariscal de campo: compacta la defensa y genera espacios para el resto en ataque, en un arranque de lucidez que compensa en parte la ausencia de El Chacho.
Más generoso aún ha sido el comienzo del año con el capricho del presidente. El hombre que fracasó en el Castilla, el entrenador de la flor, del equipo que no jugaba a nada, que sucumbía a los caprichos de la BBC y de Florentino, ha terminado por convencer a casi todo el mundo. No deja de tener su gracia que lo haya conseguido con una de sus decisiones más criticadas, y por ello, con un extraordinario zasca de vuelta para quienes lo hicieron.
El sonriente y tranquilo entrenador explicó en la víspera del partido copero frente al Sevilla que reservaría a Cristiano para el partido contra el Granada. La respuesta de la legión de expertos que nos rodea fue que “el Madrid regala la Copa”. Incluso hubo alguna más ácida, ya que “dicen que este año no vienen los Reyes Magos, que ya ha venido Zidane”.
En este mundo del fútbol, en el que las simplezas repetidas una y otra vez acaban convirtiéndose en verdades de fe, que no jueguen Cristiano o Messi equivale al apocalipsis del balompié. Parece que nadie se paró a pensar en que -con todo el respeto lo digo- apenas hay jugadores del Sevilla que puedan formar parte de la plantilla madridistas o que los ocasionales suplentes madridistas (James, Isco, Morata) son estrellas del fútbol por las que suspiran los mejores clubs del continente.
Así que, de sopetón, nos encontramos con un equipo sorprendente en el que todos corrían, presionaban y se apoyaban. Una versión nueva del Madrid, dicen que con menos pegada, pero mucho más rica en colectividad y en los matices que hacen grandes a los equipos. Ya que el esquema se repitió ante el Granada, y que los jugadores parecen haberle cogido gusto a esta forma de jugar, el Madrid ya no solo juega a algo, sino que además tiene diferentes versiones.
De un plumazo, Coach Z ha abierto los ojos a los todavía incrédulos y sitúa su figura a la altura de los mejores entrenadores blancos. Ninguno de los recientes ha conseguido lo que el francés. Hacer las alineaciones, jugar como los ángeles, ganar títulos y tener contenta a toda la plantilla, a la afición y a los medios. ¿Qué más se puede pedir? Que dure, que me imagino que debe ser lo que ahora mismo le está reclamando Florentino Pérez.