La vida nos ofrece aficiones a medida y cada cual acoge o rechaza las oportunidades según sus circunstancias y querencias. Hace nueve años, una conversación con el exciclista Peio Ruiz Cabestany nos condujo a mi hermano Toñín y a mí a la Lapponia Hiihto, una emocionante carrera de esquí de fondo dividida en tres etapas de 60, 50 y 80 kilómetros. Como cada año, entre resuello y resuello, seguí desde allí la actualidad del deporte internacional de la semana pasada que, nevada tras nevada, resultó blanca, muy blanca.
La noticia más relevante fue el celebrado triunfo de Sergio García. Hace veinticuatro años, Severiano Ballesteros citó al castellonense como la mayor figura que daría nuestro deporte en una encuesta celebrada entre nuestras leyendas por un medio de comunicación. Entonces solo tenía 13 años pero ya asombraba al mundo del golf. También lo hizo recién aterrizado en el circuito americano y, enseguida, los fuertes vientos de la mercadotecnia lo vendieron como el oponente que necesitaba Tiger Woods para crear una rivalidad de leyenda.
Sin embargo, a Sergio García le pesó demasiado aquel relato. Hay muchos chicos prodigio que luego se atascan -Ricky Rubio, por ejemplo- presionados porque se espera de ellos que mantengan la progresión geométrica para siempre. Las declaraciones del golfista tras los últimos fiascos en Augusta revelaban la incapacidad de quien no es capaz de sobrellevar la presión de una precocidad asombrosa. Un hombre amargado que no aceptaba que el azar propio del deporte lo derrotase.
Por el contrario, el carácter que le faltaba en los torneos grandes le rebosaba en la Ryder Cup, en la que se mostraba como el líder más eficaz en los últimos tiempos del equipo europeo. Sergio tiene el gen del equipo que suele adornar a los deportistas españoles, por cierto, justo lo contrario que Tiger, tan arrollador en los circuitos como mediocre en los USA-Europa. Ahora, por fin, el niño prodigio ya puede presumir de un grande y de ocupar el puesto que la historia le había reservado en la línea sucesoria de la dinastía del golf español: Ballesteros, Olazábal y García. En breve, le veremos por el Bernabéu, presumiendo de chaqueta verde.
Otro seguidor del Madrid, asimismo desesperado porque no puede ganar, busca un nuevo aliciente. La noticia causó un gran impacto en Finlandia, tierra de pilotos, donde el automovilismo se sigue con devoción. Hasta Jukka, el taxista y viejo conocido de la pequeña localidad de Muonio, mil kilómetros al norte de Helsinki, me preguntó por el asunto. No es para menos, porque Alonso en las 500 millas de Indianápolis es una bomba en el mundo del motor.
Tal y como somos los españoles, dentro de nada estaremos opinando sobre los coches, los pilotos, el muro, el óvalo y lo que tiene o tuvo que hacer Fernando, si es que no gana la carrera. Y la seguiremos con devoción mientras el asturiano se mantenga en pista. Ojalá tenga suerte y que no se convierta en otro capítulo del mejor piloto de la historia que peores decisiones toma. En cualquier caso, hay que reconocer su valentía por poner en riesgo su prestigio en una modalidad tan diferente de la suya.
Y claro, cómo no, la victoria del Madrid frente al Bayern. Cada vez más en su nuevo papel de ariete selectivo, Cristiano volvió a golpear en los momentos culminantes. Como una animal enjaulado por las críticas de su presunta decadencia, se revuelve con fiereza para protagonizar los momentos de mayor repercusión. La madurez le está trayendo una estabilidad emocional inédita y hasta parece más tranquilo y generoso en el césped. Pero ojo, ni el Madrid está clasificado ni el Barcelona eliminado. Todavía queda mucha leña por cortar.
Aún y así, hay un futbolista de su equipo que está jugando mejor: Isco, lo más parecido al mejor Messi en estos días, incluido el propio Messi. Imagino que por eso encandila al Barcelona. Frente al Sporting, jugadas antológicas al margen, tuvo la virtud de desperezar al equipo de refresco, que en esta ocasión se parecieron a los titulares: salieron confiados y terminaron ganando cuando el reloj aprieta. Al fin y al cabo, esta es una de las características del Madrid de Zidane que dosifica y exprime los segundos como un consumado contrarrelojista.