Cuesta dar credibilidad a los homenajes póstumos cuando se desperdiciaron tantas ocasiones en vida de honrar los logros y la persona de Ángel Nieto. Tan merecidos los unos como el otro. Desde su último título mundial en 1984 o su última carrera a lomos de una MBA de 125 cc. en 1986 han pasado más de 30 años, 30 ediciones de los Premios Príncipe/Princesa de Asturias en los que el 12+1 ha sido sistemáticamente olvidado, obviado y, por qué no decirlo, despreciado.
La admiración que Ángel Nieto (Zamora, 1947; Ibiza, 2017) levantó sobre el asfalto nunca se tradujo en un trato de favor por parte de las administraciones como sí les sucedió, y les sigue sucediendo, a muchos deportistas profesionales. O al menos esa es la lectura que nos obligan a asumir.
¿Por qué el Museo Ángel Nieto de la Avenida del Planetario 4, en Madrid, echó el cierre en 2013 y nunca volvió a abrir ni se le asignó un lugar igual o mejor? Era obligación del Ayuntamiento de Madrid velar por su legado, pues fue la administración local quien cedió aquella escueta nave de 300 metros cuadrados para más tarde cerrarla y dedicar el espacio de exhibición a construir más pisos en el distrito de Arganzuela.
Ni entonces Ana Botella ni ahora Manuela Carmena han sabido/podido/querido encontrar acomodo para las motos y los enseres con los que Nieto hizo disfrutar a una generación y crecer a otra que hoy domina el Mundial de MotoGP con puño de hierro.
Sus motos languidecen en una nave a la espera de encontrar un lugar donde quienes le vieron correr y, sobre todo, quienes no lo vieron puedan rememorar los éxitos de uno de los más grandes deportistas de nuestra historia. Porque si Manolo Santana ganó Wimbledon, Seve Ballesteros conquistó el Masters de Augusta y el British Open o Indurain ganó cinco Tours, Ángel Nieto conquistó 12+1 títulos mundiales, a solo dos de distancia de Giacomo Agostini (15), una distancia menor de la que separa, por ejemplo, a Rafael Nadal (15) de Roger Federer (19).
Y he aquí la paradoja, pues Nadal sí tiene su premio Príncipe de Asturias. Igual que Seve, igual que Indurain, igual que Arantxa, igual que Estiarte, igual que Alonso, igual que las selecciones de baloncesto y fútbol, igual que Olazábal, los Gasol, Casillas y Xavi o Javier Gómez Noya. Todos ellos merecidos, muy merecidos. Todos ellos tan dignos como Ángel Nieto, aunque el motero, como Paco Fernández Ochoa, se nos ha ido al otro barrio esperando que le dieran un premio que sí recibió Sito Pons, también merecidamente por supuesto, en 1990.
Que Nieto nunca recibiera el Príncipe/Princesa de Asturias no deja de ser una afrenta para él y para nuestro deporte, un fiel reflejo de la dualidad irreal de los premios que anualmente se conceden en Oviedo: una vocación internacional ignorada por el mundo que no tiene una traducción real en la valoración de todos los deportistas españoles.
¿Merecían los All Blacks, el Maratón de Nueva York o Haile Gebrselassie el premio más que Ángel Nieto? La respuesta sólo la tienen la Fundación Princesa de Asturias y los miembros de un jurado que deben elegir entre conceder el premio a estrellas internacionales que seguramente no vendrán a recogerlo o decantarse definitivamente por nuestros deportistas. Nunca fue recomendable el funanbulismo bienqueda de lo políticamente correcto y en el caso de Ángel Nieto dejó a uno de nuestros referentes en un limbo del que los homenajes póstumos difícilmente podrán sacar: la deshonra de los Premios Princesa de Asturias que después de 30 años amenaza a Ruth Beitia, Mireia Belmonte o Lidia Valentín.