Una de las grandes películas de todos los tiempos sobre juicios es la magistral Veredicto final (The verdict) de Sidney Lumet, estrenada en 1982. La interpretación de Paul Newman como el abogado Frank Galvin fue quizás su mejor trabajo, y la Academia de Hollywood fue, una vez más, muy arbitraria, al no concederle a Newman la estatuilla y sí otorgársela a Ben Kingsley por su Gandhi por una interpretación cuyo mejor valor era la caracterización y el maquillaje.
En la película, Newman está ante el caso de su vida como abogado de la acusación, pero todo está contra él: no tiene medios, se enfrenta a un poderoso bufete de abogados de Boston cuyo cliente es un afamadísimo hospital privado, no tiene testigos que presentar, lucha contra su pasado de recientes fracasos (uno personal tras su divorcio y otros profesionales, ya que nadie confía en sus capacidades) y contra un alcoholismo galopante. Tan sólo cuenta con apoyo de su viejo maestro, profesor de derecho.
Por si fuese poco, el juez del caso está claramente en su contra por antiguas envidias y confrontaciones entre ellos. La parte contraria le ofrece un pacto pero él, pese a todo lo que tiene en contra, prefiere rechazarlo (una buena indemnización económica), ya que piensa que debe de luchar hasta el final por una causa justa aunque ello signifique perder el juicio y enemistarse con su propio cliente -dispuesto a aceptar el acuerdo-.
Dando vida al íntegro Frank Galvin, en numerosas ocasiones durante la película Newman se lamenta de no haber pactado, se siente solo y desesperado. Incomprendido. Incluso traicionado. Todo hace pensar que Galvin se enfrenta a su último juicio y que su futuro se verá abocado a un desmoronamiento total.
Claramente, el personaje de Paul Newman en Veredicto final es el Real Madrid. Está solo. Ante todos. Jueces, sistema, parte contraria, opinión pública. Incluso parte de su afición (en este caso, su chica y su cliente) no le apoya siempre incondicionalmente y prefiere entretenerse escuchando las críticas a las que lo someten a diario.
La causa del Real Madrid es la justa. Es un club de fútbol que sólo pretende competir con el objetivo final de conseguir la victoria. Muchas veces lo consigue, por supuesto, por calidad y por poderío. Pero por una serie de circunstancias, llamadas a veces Señorío, a veces incluso Franquismo (se sigue mencionando esto en pleno 2017 cuando lo cierto es que está más que documentado y demostrado que Franco jamás favoreció al Madrid, al contrario que a otros clubs). El Real Madrid, por ser el más grande -y mayormente por envidia- nunca puede quejarse de nada: ni del césped, ni de los rivales, ni de los estamentos, ni muchísimo menos de los árbitros, pese a tener múltiples razones para ello.
Las últimas informaciones (grabaciones) destapadas sobre los tejemanejes en la RFEF, con graves implicaciones que salpican incluso al CSD y al TAD, dejan entrever una trama que ha podido incluso influir en la limpieza de algunas competiciones. Pues bien, en ese entramado al menos sospechoso no ha aparecido nunca el nombre de nadie relacionado con el Real Madrid, pero sí de otros equipos como el FC Barcelona (Gaspart, Soler) o el Atlético de Madrid (Cerezo). Pero, curiosamente, en los diarios deportivos nacionales este tema está pasando de soslayo. Se podrá decir que no son asuntos estrictamente deportivos, ciertamente. Tampoco lo son los problemas de Cristiano Ronaldo con Hacienda y han sido objeto de numerosas portadas a toda plana en diarios deportivos o de información general.
Lo mismo ocurre con las estadísticas en número de penaltis a favor y en contra señalados desde 2004, que es la fecha en la que Joan Laporta traicionó a la Liga de Fútbol, apoyando en última instancia la candidatura de Villar a las elecciones de la RFEF pese a que el resto de los clubs apoyaba a Gerardo González.
Desde esa fecha –con la excepción de los 2 años y pico que Ramón Calderón presidió el Real Madrid–, las estadísticas de penaltis y tarjetas a favor y en contra favorecen de forma escandalosa al FC Barcelona vs. Real Madrid. Tan sólo nos enteramos de estas estadísticas sangrantes gracias al esfuerzo de varios esforzados tuiteros como @Maketo Lari o @juanpfrutos, porque ni los diarios deportivos ni los medios audiovisuales (emisoras de TV o de radio) mencionan estos datos. Debe de resultarles muy aburrido y de poco impacto mediático.
Por mencionar unos pocos datos, decir que el último penalti señalado en contra del Barcelona en Liga fue hace más de 19 meses (un penalti intrascendente además en un partido Barcelona-Celta que acabó 6-1 a favor de los culés); que Luis Suárez no ha sido aún expulsado en la Liga española (ha jugado más de 100 partidos), o que el último penalti señalado a Mascherano fue hace casi 5 años.
Volviendo a la película, Newman consigue en última instancia un testigo a su favor, aunque tanto el juez como la parte contraria se encargan de desmantelar su testimonio. Newman, desesperanzado por tener absolutamente todo en contra (como el Real Madrid), utiliza como último cartucho un espléndido alegato ante el jurado de 12 personas. Esas 12 personas representan a mi entender a la mayoría silenciosa, aquellas que entienden que ha habido una injusticia que hay que reparar, pese a que no hay pruebas claras ni contundentes para ello. La causa justa, aunque no se pueda quejar nunca de nada, precisamente por la grandeza que tiene, es la del Real Madrid.
Este es el alegato final del abogado Galvin ante los miembros del jurado: “La mayor parte del tiempo, estamos perdidos. Decimos: 'Por favor, Dios, dinos lo que está bien, dinos cuál es la verdad'. No hay justicia. (…) Nos cansamos de oír mentiras. Y, poco a poco, nos vamos muriendo. Parte de nosotros muere. Nos vemos como víctimas. Y nos convertimos en víctimas. Nos hacemos débiles. Dudamos de nosotros mismos, de nuestras creencias. Dudamos de las instituciones. Dudamos de la ley. Pero hoy, ustedes son la ley. Ustedes son la ley. No lo son ni los libros, ni los abogados. No es una estatua de mármol, ni la parafernalia de un tribunal. No son más que símbolos de nuestro deseo de ser justos. Son, en realidad, una oración. Una oración ferviente y temerosa. (…) Si queremos tener fe en la justicia, solo tenemos que creer en nosotros mismos, y actuar con justicia. Creo que hay justicia en nuestros corazones”.
A todos aquellos que no han visto la película, se la recomiendo fervientemente, pues no es éste lugar de hacer spoilers. En cualquier caso, siempre es recomendable luchar por aquello en lo que creemos. Pese a las circunstancias. Pese a que pueda parecer que es una causa perdida. Al fin y al cabo, incluso predicar en el desierto merece siempre la pena.