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Bruno Hortelano (Australia, 1991), mientras se recuperaba del accidente de tráfico que tuvo hace casi dos años, ha mantenido en su mesilla de noche 'El Alquimista', de Paulo Coelho. "Me enseñó el poder de los sueños", incide. Y, pasado el tiempo, no quiere renunciar a ellos. Eso nunca. Cinéfilo empedernido (recomienda 'Sin límites') y lector voraz (no hace tanto, alternaba 'Los hermosos caballos', de Cormac McCarthy, con un ensayo de oncología), afronta el Europeo de Berlín (del 7 al 12 de agosto) en su mejor momento. Allí, llegará como vigente campeón continental y tras batir su récord en 200 (20.04). Antes, atiende a EL ESPAÑOL. Sin freno, habla como corre, pero contesta como piensa: pausadamente, sin precipitarse y calculando cada paso. Ha dado muchos durante este tiempo. Todos prefijados; todos camino de llegar lejos; y todos en una misma dirección: ganar una medalla en los Juegos Olímpicos de Tokio de 2020.
Nunca dejes de SOÑAR
— Bruno Hortelano (@BrunoHortelano) 23 de julio de 2018
Never stop DREAMING
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Hace casi dos años desde el accidente. ¿Ha contado los días?
No, no lo he hecho. Antes de Tenerife (cuando volvió a competir), alguien publicó que se habían cumplido no sé cuántos meses desde el accidente. Entonces, dije: '¡Guau, ha pasado mucho tiempo!'. Pero no era consciente. He estado involucrado en el proceso de recuperación y el tiempo se me ha hecho largo, pero al mismo tiempo muy corto…
¿Qué significa para usted el tiempo?
Sé que no me agobia. Lo he pensado muchas veces. Cuando corro, hago una preparación mental y otra física. A las dos le doy la misma importancia. Y, cuando tengo que competir, lo hago con la mente en blanco. Entonces, en el momento del pistoletazo, lo veo todo a cámara lenta. Siento cada sensación, cada paso… Sé lo que está pasando. No escucho lo de fuera, ni a la grada ni a la gente, pero sí sé lo que pasa en mi cuerpo. Es lento, pero al mismo tiempo es instantáneo. De repente, has llegado a la meta.
Estos dos años han sido así. Me puse objetivos a corto plazo y otros a largo. A partir de ahí, ya conocía la dirección y me podía centrar en el trabajo del día a día. Los minutos, entonces, se te hacen eternos, pero cuando levantas la cabeza, te das cuenta de que has acabado la carrera.
¿Una carrera en la que ha vivido malos momentos?
El proceso no ha sido ni del todo oscuro ni del todo bonito. He llorado de tristeza y de felicidad y he aprendido a sentir, a vivir las emociones. Pero yo he intentado tener una sonrisa en la cara siempre. Obviamente, pasas por momentos difíciles… Pero pasan. Son ciclos. Unas veces estás arriba y otras abajo. Y, cuando estás jodido, puedes elevarte aún más. Eso es lo que he tratado de hacer estos años.
Desde entonces, valora más la vida y afronta –ha dicho– de otra forma la muerte. ¿Cómo?
Bueno, aunque no tengo recuerdo del accidente, sí que mantengo en la mente la desorientación que sentí al despertar en el hospital. Me dolía mucho el cuerpo. No sólo en lo físico, sino también la desorientación y la incertidumbre. No sabía qué estaba pasando o cómo iba a salir de eso.
El primer día, pasé la noche en la UCI y tuve mucho tiempo para pensar. Esos minutos se me hicieron eternos. ¡Parece que estuve un mes! Sin embargo, fue una noche. Compartí la sala con un chico y me pasé mucho tiempo mirándolo. Pues bien, cuando salí de urgencias, hablé con el enfermero y le pregunté por ese chico, que tenía los ojos cerrados. Me acuerdo que tenía muchos golpes en la cara visibles. Me dijeron que había fallecido.
Compartí sala con un chico (...) Tenía los ojos cerrados. Me acuerdo que tenía muchos golpes en la cara visibles. Me dijeron que había fallecido. Eso fue como mirarme al espejo
Eso fue como mirarme al espejo. Yo podría haber sido ese chico. Eso me podría haber pasado a mí, pero tuve suerte. Me golpeé en la cabeza y tengo un corte donde no me crece el pelo. Si me hubiese dado un centímetro más a la derecha o lo que sea me habría roto el cráneo y quizás no estuviese aquí. Por eso, valoro la suerte que he tenido. Hay mucha gente que no sobrevive. De esa forma me enfrento a la muerte.
¿Llegó a sufrir depresión tras el accidente?
Hay algo que va más allá de la tristeza, que es la depresión. Es una desorientación, el ver que se han producido cambios, que no eres el de antes, que no te ves igual. Yo quería correr y no podía. Tenía planes y no pude llevarlos a cabo. He estado pasando por una transición y sigo en ella. Durante este tiempo, me ha ayudado una profesional que me ha ayudado a salir en determinados momentos. Ahora he salido de ahí, he vuelto a la normalidad. Pero no es tristeza o estar contento. Es felicidad y depresión, que son dos cosas distintas.
No es el único deportista que ha pasado por esa situación. Iniesta, en su momento, sufrió depresión; Bojan, también. ¿Es importante contarlo?
Yo lo que quiero enseñar es que, además de deportista, soy persona, hijo, hermano y muchas otras cosas. Es muy bonito ver los éxitos y ganar una medalla de oro en el campeonato de Europa. Eso es fácil de presentar. Pero la otra parte de la moneda es más complicada de mostrar. Yo la hago pública porque no quiero prescindir de esa parte. Al fin y al cabo, es parte de los éxitos y es muy importante de cara a los triunfos futuros.
¿Se le olvida al aficionado al deporte que sois humanos?
Sí. Y que tenemos sentimientos, y que pasan cosas fuera del deporte que nos afectan… Todo eso hay que tenerlo en cuenta.
¿Algún día pensó en no querer levantarse de la cama?
Eso lo dije el primer día: 'No me puedo levantar'. Después, me levanté. Y luego di un paso. Y dos. Y cinco. Y diez. Y, de repente, me puse a correr y vino todo lo demás, una liberación. La fuerza para levantarme cada día la he sacado de mi sueño de estar compitiendo bien.
¿Quiénes son los que, día a día, le han dicho: '¡Vamos, Bruno!'?
Mi familia, mis amigos, mi equipo, mi entrenador (Adrián), mi representante (Alberto), los servicios médicos, mi fisio, la Federación, gente desconocida que me ha enviado algún mensaje, personas que habían tenido problemas (un accidente, una depresión…) y se sentían inspirados en mi historia… De alguna forma, nos hemos pasado la fuerza unos a otros. Los he necesitado a todos para levantarme.
¿Ha tenido muchas pesadillas recordando el accidente?
Después del accidente sí que tenía pesadillas, recuerdos raros, cosas que pasaban… Me daba cuenta que no podía volver, que perdía la identidad, que no corría… Pero, aparte de eso, he tenido más sueños que pesadillas.
Después del accidente tenía pesadillas, recuerdos raros, cosas que pasaban... Me daba cuenta que no podía volver, que perdía la identidad, que no corría
¿Pierde uno la confianza en uno mismo?
Realmente, lo que haces es confiar en la gente que tienes a tu alrededor y no en ti. En los doctores, que trabajaron con mis lesiones; en la fisio, que me ayudó en la rehabilitación; y, por supuesto, en mi entrenador, que fijó todo lo relativo a la preparación física y la ruta para llegar a Tokio. En eso es en lo que confío: en el entrenamiento y en el plan. Lo he visto, me parece inteligente, está bien pensado y, aunque pueda pasar por buenos o malos momentos, sé que si cumplo el plan, voy a llegar lejos.
El futuro pertenece a aquellos que creen en la belleza de sus sueños.
— Bruno Hortelano (@BrunoHortelano) 11 de octubre de 2017
The future belongs to those who believe in the beauty of their dreams pic.twitter.com/zswCGGyAtw
Un plan que imagino contemplaba la recuperación muscular. ¿Algún día se miró al espejo y pensó: 'Este no soy yo'?
Sí, perdí mucha masa muscular. Me vi muy delgado y tardé mucho tiempo en volver a tener un cuerpo reconocible al compararme con el de 2016. Ten en cuenta que yo venía de estar en el mejor estado de forma de mi vida… ¡Venía de competir en unos Juegos Olímpicos! Y, poco después, lo perdí todo. Fue difícil de asimilar. No sólo el volver a tener un cuerpo normal, sino también que me reaccionara de forma natural. En velocidad, los músculos tienen que recordar cómo correr así de rápido…
Perdí mucha masa muscular. Me vi muy delgado y tardé mucho tiempo en volver a tener un cuerpo reconocible (...) Fue difícil de asimilar
Y el cuerpo, además, duele.
Son muchas cosas. Primero, tienes el dolor de las lesiones, y después está el sufrimiento de entrenar. Me preparé para el 400 primero y para eso hay que exigirse mucho. Tienes muchos dolores, necesitas trabajar la capacidad láctica y eso es mucho sufrimiento. La mayoría de los atletas no quieren hacerlo, pero nosotros lo fijamos así. Y eso es lo que hice hasta hace poco. Confiaba en el plan de mi entrenador.
¿Ha aprendido a ser paciente?
Mucho. Yo quería llegar al Mundial de 2017 –tenía invitación automática por ser campeón de Europa– y tuve que renunciar. Quise estar en el Mundial de pista cubierta y también tuve que decir que no. Si no hubiese tenido esa paciencia, no habría seguido. Pero siempre he tenido en la mente volver a la competición. Y lo quería hacer al 100%. No quería lesionarme o no rendir adecuadamente por no estar del todo preparado.
¿Alguna vez le han tenido que parar los pies?
Sí, porque hay actividades que haces solo. Por eso, aunque sea yo el que cruzo la meta, siempre incido en que hay mucha gente detrás que es la que consigue que yo sea el primero, el segundo, el tercero o lo que sea. Le doy mucha importancia al equipo. Entre mi entrenador y mi entrenadora de fuerza, que son los que han visto mi progresión, me han parado algunas veces los pies. Yo, como deportista, tengo la obligación de querer comerme el mundo y acabar el día con la sensación de que lo he dado todo. Pero, a veces, eso no conviene. Es mejor hacer un poco menos y aprovechar los siguientes.
¿En todo ese tiempo, ha visto muchas veces su actuación en Río de Janeiro?
Sí, la he visto. Fue realmente mágico, no tengo otra palabra para describirlo. Fue la manifestación de un sueño de la infancia hecho realidad. Cuando cumplí los ocho años, vi los Juegos de Sídney y desde entonces quise ir a uno de ellos. En ese momento es cuando te das cuenta que quieres volver, que los sueños se cambian, que es un momento espectacular que te cambia la vida.
¿En qué momento volvió a sonreír?
No ha habido un instante. Desde el primer día ya tuve la mente puesta en los objetivos que me he fijado. Sabía que quería estar en Tokio y, por medio, tenía que dar pequeños pasos: el campeonato de Europa, el del mundo el año que viene…
¿Le ha hablado mucho a su mano durante este proceso?
No, porque no era la mano la que me frenaba. La mano se llevó el golpe y la que tiene las cicatrices, pero fue el cuerpo el que me retuvo. Estuvo mucho tiempo parado y ha reaccionad lentamente. Necesitaba recuperar el tono muscular y la calidad de velocidad. Requiere mucho esfuerzo estar donde estoy ahora o donde estaba en 2016. Con esto, también se puede ver lo que cuesta estar a este nivel. No sólo yo, sino todos los compañeros. Parece fácil correr en 10 segundos, pero hacerlo conlleva muchas horas de trabajo y de sufrimiento.
Sigue llevando el guante. ¿Por qué?
Inicialmente porque el cirujano me dijo que me tapase la mano para que el sol no cambiara el color de las cicatrices. Fue por el injerto de piel que tengo. Pero, después, lo hago como algo simbólico, para recordar. Entreno con él y compito con él. Eso me retrotrae a todo el trabajo que he tenido que hacer. A la pista salgo con mis experiencias y, después, digo: '¡A disfrutar!'.
Y eso, disfrutar, es lo que hizo en Tenerife, en su vuelta. Cuénteme, ¿qué sintió?
He disfrutado con todo lo que he hecho desde entonces. Pero, en Tenerife, llevaba dos años sin competir y estaba nervioso. Había preparado muy bien la carrera, pero no sabía cómo iba a salir. Sabía, además, que iba a correr con chicos a los que les sacaba algunos segundos en el 400 y tenía que hacer mi carrera. Entonces, salimos a la pista y me entraron un poco de nervios. Había 100 metros y, la grada, que estaba llena, empezó a aplaudir. Mucha gente se puso en pie y me emocioné. Entonces se fueron los nervios. Esperé unos minutos para que se me pasara la emoción y encontré la tranquilidad. No sentí que el mundo me vigilaba, sino que estábamos allí para celebrar mi vuelta. Me apoyaron. Acabé la carrera, me di la vuelta, saludé a los compañeros, les di un abrazo, miré la pista y besé la calle cinco. Le di las gracias a la pista, que me ha dado muchas alegrías y puede volver a darme otras muchas. Estaba de vuelta para quedarme y seguir disfrutando.
Desde entonces, ¿qué le pide a la vida?
Le doy las gracias, sin más. Intento aprender de lo malo y disfrutar de lo bueno. No soy especialmente exigente en el día a día. Me tomo en serio lo que hago, pero no me quiero tomar muy en serio la vida. En definitiva, le doy las gracias por las pequeñas cosas, por un bonito atardecer, por una tarde de lluvia, por pasar ratos con los amigos…
¿No le pide bajar de los 20 segundos?
No, porque eso tiene que salir de mí. No puedo esperar ayuda divina o suerte. Este tipo de cosas (hacer una mejor marca o ser campeón olímpico), llega del trabajo diario. Entrenar todos los días para que si tengo la oportunidad pueda aprovecharla. Si puede ser en un campeonato de Europa, pues bien; que es un unos Juegos, genial. El trabajo es lo que me puede llevar allí.
Aun así, ¿el objetivo es revalidar el título de campeón de Europa en Berlín?
Este año sí, quiero pelear por mi título. Pero el objetivo global son los Juegos Olímpicos de Tokio.
Y, allí, repetir eso que dijo antes de las semifinales en Río: '¡Por favor, soñad conmigo!'. ¿Con qué puede soñar el público y con qué sueña usted?
Lo que puedo garantizar es que voy a hacer una buena preparación para pelear por estar en la final del campeonato de Europa. Y, una vez allí, disfrutaré y espero que pueda disfrutar España.
Y soñar mucho, como los niños pequeños.
Yo siempre creo en el poder de los sueños. Todos creemos. Pero los sueños se cuidan desde que eres chico. Los míos vienen conmigo desde que era pequeño, porque los niños sueñan mucho. No son realistas y no saben cómo funciona el mundo. Por eso, a los niños les digo que no dejen de soñar. Que sueñen, que lo hagan mucho. Y, aunque parezca muy difícil, aunque les digan que es imposible, que no renuncien a ellos. Si uno trabaja lo suficiente y de verdad, se puede conseguir todo. Cualquier cosa.