Por primera vez en cuatro años, la Supercopa notó una textura distinta al ser alzada. Ya se había acostumbrado al tacto de las manos de Felipe Reyes, capitán del Real Madrid y encargado de levantar el trofeo entre 2012 y 2014. Sin embargo, la historia fue distinta en Málaga. El equipo de Laso no logró el título y ni tan siquiera se clasificó para la final. El Barcelona, su sempiterno adversario, tomó el relevo de los blancos tras derrotar a Unicaja (80-62) para disfrutar de una sensación que hacía tiempo que le era esquiva: ser el ganador del torneo inaugural del curso baloncestístico.
El perímetro fue el gran aliado de los hombres de Xavi Pascual para acabar con la sequía de títulos del año anterior. Las dos victorias del Barça en el torneo se cimentaron en los triples, sumando 25 (14 ante Gran Canaria y 11 contra Unicaja) entre los dos encuentros. La ausencia de Juan Carlos Navarro, que no jugó en todo el torneo, nunca fue menos problemática que en esta Supercopa. El acierto en el tiro exterior no se resintió en ningún momento del torneo, que coronó a los azulgrana como reyes del triple aunque Jaycee Carroll dijese lo contrario a nivel individual.
La cara más visible del juego exterior azulgrana fue Pau Ribas, que mantiene el gran momento de forma que ya mostró en el EuroBasket con la selección española. Fue el máximo anotador de la final con 15 puntos, siendo el líder del equipo en los momentos comprometidos. Su rendimiento en defensa también fue digno de mención, colocándose siempre en el lugar preciso para poder robar balones. Si los triples de Navarro no se habían echado en falta, sucedió lo mismo con su protagonismo. El ex de Valencia Basket ha asumido a la perfección el rol de estrella en las dos ocasiones que han requerido de su pragmatismo hasta la fecha. El MVP de la Supercopa puede ser otro acicate estupendo para mantenerse a este nivel.
Le acompañaron sospechosos habituales como Oleson, Satoransky o Doellman. Los norteamericanos no se achantan con el balón en las manos. Lo sueltan en cuanto tienen oportunidad, atinando casi siempre. Por su parte, el checo cada vez llama con más fuerza a las puertas de la NBA. En Washington Wizards se estarán frotando las manos por hacerse con sus servicios tras exhibiciones como la que protagonizó en la semifinal ante el Gran Canaria. Sus acciones cargadas de plasticidad junto a la canasta y su capacidad resolutiva cada vez son más habituales. Esta puede ser su temporada si confirma esa madurez a lo largo de la temporada regular y, aún más importante, cuando los títulos vuelvan a estar de por medio.
Los novatos asaltan la oficina
La pista del Martín Carpena malagueño también sirvió para que algunos de los fichajes del nuevo Barça se mostrasen en todo su esplendor. Para los pósters, quedó la intimidación de Shane Lawal. El pívot nigeriano promete convertirse en un seguro de vida en la zona azulgrana, tanto a la hora de hundirla en un mate como a la de rebotear o taponar. Si el campeón del AfroBasket ya siembra el pánico en solitario, aún provoca mayor estremecimiento lo que puede llegar a conseguir formando dupla interior con el ahora lesionado Samardo Samuels.
Alexander Vezenkov también tuvo sus minutos de gloria. Siete de los ocho puntos del ala-pívot búlgaro en la final ante Unicaja fueron decisivos para que el campeón se escapase para no volver en el tercer cuarto. Sus 20 años auguran más futuro que presente, pero sus buenas actuaciones en la liga griega, de la que fue MVP el pasado curso, rompen la ecuación. De momento, ya parece haber adelantado en la rotación interior a Moussa Diagné, que venía de rendir a un buen nivel en Fuenlabrada.
Otro “desconocido” con protagonismo en el título azulgrana fue el sueco Marcus Eriksson. Saltó a la pista en los últimos minutos de la semifinal, cuando todo estaba ya decidido. Le importó bien poco, ya que sumó 16 puntos de triple en triple para ser el máximo anotador del partido. Todo apunta a que Pascual dará minutos testimoniales a Eriksson durante todo el curso, pero su actuación es una buena muestra del cariz protagonista que puede estar tomando el banquillo del equipo.
Carlos Arroyo también ejemplariza esta circunstancia. El puertorriqueño se mueve como pez en el agua durante los minutos que salta a la cancha e incluso jugó más que Satoransky, teórico base titular, ante Unicaja. A sus 36 años, todavía le queda magia en brazos y piernas, como demuestra cada vez que pone en práctica sus cambios de ritmo. Puede que los sorprendidos por su fichaje pasen a ser devotos convencidos de su juego, veterano pero igual de astuto que siempre, más pronto que tarde.
Incluso el griego Perperoglou se unió a la fiesta. Fue el segundo máximo anotador del Barça en la final (13), añadiendo más madera a un ya de por sí poblado juego exterior azulgrana. Como se puede comprobar, las alternativas son inmensas para Pascual. Quién lo iba a decir comparando la plantilla configurada el verano pasado con la de esta temporada.
Lo importante es que la unión de todas estas piezas en armonía formó un equipo irresistible en Málaga. Si los nuevos siguen dando la razón a Creus y si los veteranos rinden como se espera de ellos, este Barça puede volver a reinar. Al menos, ya se ha ganado un voto de confianza en la carrera por ser el Coyote más avispado a la hora de dar caza al Correcaminos madridista.