La FIBA, como en Los pasos perdidos de Alejo Carpentier, se divorció de sus clubes deslumbrada por una nueva estructura centrada en las selecciones nacionales a finales de los 90. Buscaba mayor satisfacción en forma de poder y retorno económico. Pero cuando la pasión se evaporó y trató de recuperar a su antiguo amor los clubes habían caído en las redes de la Euroliga. Un triángulo amoroso que vive su momento más tenso con amenazas que ya están en los tribunales y que, por el bien del baloncesto europeo, deberían quedarse en un farol.
¿Alguien se plantea realmente la posibilidad de un Eurobasket sin España, Serbia, Lituania, Rusia, Turquía, Grecia, Italia, Eslovenia, Croacia, Israel, Montenegro, Macedonia, Bosnia-Herzegovina, Polonia o Eslovenia?
Posible fraude
Nadie en su sano juicio puede creer que la FIBA se lo plantee en serio. Porque si este farol, que eso es lo que es, acabara haciéndose realidad en 2017 de los siete equipos clasificados por méritos deportivos sólo Francia y la República Checa podrían participar. Ni el campeón, España, podría defender título ni el anfitrión de la fase final, Turquía, podría pelear por las medallas. Mientras que los países que actuarán como locales en la primera fase (Israel, Rumanía y Finlandia) estarían legitimados para demandar a FIBA por fraude, ya que en los contratos suscritos han pagado importantes sumas -ya sea en efectivo o a través de patrocinios directos a FIBA- para que sus aficionados pudieran ver a las mejores selecciones de Europa.
Sería como pagar un millón de euros por ver jugar al Barcelona y que el equipo de Luis Enrique se presente a jugar sin ningún jugador de su once titular.
Además, esta decisión supondría una ruina económica para la propia organización, que dejaría de percibir importantes ingresos televisivos, venta de entradas y marketing directo, ya que en Eurobasket y Copas del Mundo, la FIBA crea una sociedad temporal con la confederación organizadora en la que comparte los beneficios.
El tiro en el pie
Otro argumento a valorar en la misión imposible de encontrarle un sentido al movimiento de la FIBA sería el de hacer reaccionar a las ligas nacionales en apoyo de sus federaciones. Error mayor, si cabe, que el de dispararse un tiro en el pie boicoteando los campeonatos de selecciones.
Creer en un planteamiento así mostraría un desconocimiento absoluto de la relación contemporánea entre Federación y Liga Profesional: generalmente distante cuando se habla de las selecciones que suelen ‘secuestrar’ en periodo de descanso a las estrellas de los equipos y explotar su imagen sin que los clubes de procedencia reciban contraprestaciones cuantificables.
Aunque no ver la dinamización del sector producida por los equipos nacionales sea un planteamiento torpe, la realidad es que Federaciones y Ligas privadas no han encontrado un marco en el que su colaboración sea activa en este sentido, por lo que las competiciones seguirán defendiendo, lógicamente, sus intereses. Y estos pasan por alinearse con la gestión de la Euroliga, como hasta el momento.
La desaparición de FIBA Europa, primer paso perdido
Desde que la FIBA aprovechara en 2013 el desgraciado y repentino fallecimiento del presidente de FIBA Europa, Olaf Rafnsson, para iniciar una reconquista que acabó con sus organizaciones continentales (Europa, América, Asia y Oceanía), el ansia de recuperar el poder económico en el mundo del baloncesto ha llevado a la Federación Internacional a embarcarse en un camino lleno de pasos perdidos, como la absurda modificación del calendario de selecciones nacionales con ‘ventanas’ internacionales clasificatorias para los Eurobasket en noviembre y febrero que ha dividido Europa en contra de las ideas de su ex presidente, que siempre abogó por la unión del baloncesto más poderoso del ámbito FIBA.
Libres de ataduras parecen haberse superado en su viaje hacia el absurdo, poniendo a sus socios -las federaciones nacionales- en una incómoda situación. La única lectura benévola hacia la Federación Internacional es que sus directivos no son buenos jugadores de póquer, porque este farol no hay quien se lo crea ni como intento desesperado para recuperar al amor despechado.