Doble campeón olímpico con la selección de Estados Unidos, subcampeón de la NBA en 1997 y 1998, miembro del Salón de la Fama del baloncesto a título personal y colectivo, 10 veces All-Star, seleccionado dos ocasiones entre los cinco jugadores más destacados de la NBA, más asistencias y robos que nadie en la liga… Seguro que John Stockton valora cada hito de su palmarés. No obstante, seguro que hay otro logro tan o más importante que los anteriores para él: el título de conferencia del equipo femenino de baloncesto de la Universidad de Montana State en 2015.
Compartida, la gloria sabe mejor. Y John alzó ese trofeo junto a su hija mayor, Lindsay (Spokane, Estados Unidos, 1993). Ella participó de aquel éxito en la cancha como base, la misma posición que motivó la retirada del número 12 de su padre tras 19 años irrepetibles en los Utah Jazz. Él aportó su granito de arena desde el banquillo, como técnico asistente. Juntos llevaron a una nueva dimensión los entrenamientos que venían realizando tanto dentro como fuera de la pista desde que Lindsay tenía 12 años. Aunque, tarde o temprano, los hijos vuelan del nido paterno.
Tras cerrar su etapa universitaria, los designios de la canasta llevaron a la primogénita de los Stockton a recorrer mundo. Primero probó suerte en el 1886 Weiterstadt alemán. Desde el pasado febrero, es la primera jugadora extranjera de la historia del Grupo Tirso Igualatorio Cantabria español. Y, hasta ahora, la experiencia en Primera División (tercera categoría del país tras Liga Femenina y Liga Femenina 2) no puede ser más satisfactoria para Lindsay.
“Los dos-tres primeros meses en Alemania fueron más duros de lo que están siendo aquí. Todo el mundo es encantador y muy abierto e intenta que me sienta bienvenida”, cuenta a EL ESPAÑOL desde Santander. Vivir al lado del mar, las bondades de la gastronomía española (ya se ha rendido ante la tortilla de patata) o coincidir con su primo Riley (juega en el Igualatorio Cantabria Estela y “no estaría aquí si él no hubiese hablado de mí”) le han ayudado a adaptarse muy rápido. Está tan a gusto que ya chapurrea algunas palabras en español. “Todavía no sé ponerlas juntas en una frase, pero lo intento. Practico en casa. A ver si es posible aprender, es bastante duro”, asegura.
En cuanto al baloncesto, tampoco hay queja. Da igual que haya conceptos entendidos de forma distinta a la americana, como “las faltas y los pasos”. También que su equipo sólo haya ganado cuatro partidos (y perdido seis) desde que llegó, con la “compenetración” entre las jugadoras pendiente de mejora. Sólo con “ver a los padres de todas las chicas en la grada, especialmente cuando no tengo a mi propia familia aquí para verme y apoyarme”, Lindsay se siente como en casa.
Desde la capitana que le acogió en su casa los primeros días, Marina, hasta el último empleado del Club Deportivo BlueWhite (curiosidad: el propio entrenador, Luisma Solana, hace las veces de jefe de prensa), todos son “extremadamente atentos”. No le extraña que la hija de otra leyenda de la NBA como Scottie Pippen también compitiese en nuestro país el año pasado (en su caso, en voleibol). “Creo que todo el mundo quiere venir a España. Ahora veo por qué. Es un país precioso y fantástico”, opina Lindsay, que no duda en calificar esta oportunidad como “la mejor” de su carrera hasta ahora.
“Me gusta pasar, rebotear… Algunas veces pienso que me gustaría jugar por dentro, en el poste, pero creo que me gusta pasar primero. No me preocupa anotar todo el rato, quiero que el equipo lo haga bien”, se define a sí misma. Y sin considerarse la estrella del Grupo Tirso, ni mucho menos. “Creo que la gente está más abierta a darme una oportunidad cuando ven que vengo de una familia que es realmente buena en el baloncesto. Eso sí, cuando llego a un equipo tengo que demostrar que valgo por mí misma, como todo el mundo”, aclara.
Los Stockton, turismo y hasta una boda
La canasta y la pelota naranja han rodeado a Lindsay Stockton desde que tenía uso de razón. Claro que vivió in situ las dos finales consecutivas de la NBA entre los Jazz de su padre y los Chicago Bulls, aunque apenas lo recuerda. Incluido el épico tiro ganador de Michael Jordan en el sexto partido del duelo por el título del 98, que ha visto repetido con el paso de los años.
Cómo no, Stockton sénior le contó que el “mejor baloncesto que ha jugado en su vida” y “los chicos más talentosos que se han visto nunca” se juntaron en el Dream Team. Y a Lindsay no le hubiese importado llamarse Karl Malone para “controlar cada pase de mi padre en el poste y anotar”, “haber experimentado esa combinación, que quizá sea la mejor que se ha visto”.
Pero le tocó llevar el sello de John, cuyo mejor consejo siempre ha sido “su ejemplo”. El de “alguien humilde y trabajador” que desea que sus hijos sean “el tipo de persona que es él”. Hay similitudes con Lindsay, claro, pero más en cuanto a la personalidad. “A los dos nos encanta hacer bromas y somos muy competitivos”, desvela ella. En la pista, ni se le pasa por la cabeza superar el récord pasador del cabeza de familia: “Él ha dado más asistencias en un año que yo en toda mi vida”.
Cuando papá Stockton se enteró de la buena nueva española, “estaba tan contento como si volviese a jugar”. Quizá se pase por Cantabria para ver algún partido de Lindsay aprovechando que irá a Grecia a ver a otro de sus retoños. Porque casi todos han decidido seguir sus pasos.
“Mi hermana pequeña, Laura, juega en la Universidad de Gonzaga. Es muy talentosa, da gusto verla. Lo hace cada vez mejor. Dos de mis hermanos juegan a nivel profesional: David está en los Reno Bighorns de la Liga de Desarrollo de la NBA y Michael en el Apollon Patras de la liga griega. Y mi hermano mayor, Houston, jugó a fútbol americano en la Universidad de Montana. Somos una familia muy deportiva. Todos mis primos juegan a baloncesto también”, enumera Lindsay.
Los viajes y las visitas a monumentos y lugares históricos ocupan un tiempo libre escaso fuera de las canchas. La joven también espera poder ir a la playa ahora que la tiene más cerca que nunca. Y, como lo primero es lo primero, saca ratos de donde no los hay para hablar con su familia (al menos una vez por semana) y, sobre todo, para organizar un matrimonio inminente: el suyo. “Hablo bastante por teléfono con mi madre sobre los planes de boda. Me está ayudando un montón, así que puedo centrarme en jugar a baloncesto aquí y no preocuparme mucho por eso”, reconoce.
Jugar en la WNBA sería algo “increíble” para Lindsay, aunque cree que no está a ese nivel, “demasiado duro”. De momento, le basta con idolatrar a su padre (por si había dudas) y a Russell Westbrook. Y con aprovechar su momento español, claro. “En el futuro me gustaría tener algo consistente, no ir de equipo en equipo, pero tengo que ver las mejores opciones para mí. No estoy segura de cuánto estaré aquí, pero ahora mismo no me voy a ningún sitio”, dice con convicción.
Queda claro que a Lindsay Stockton sólo le quitan el sueño la canasta y sus seres queridos, “a partes iguales”. Dentro de unos años, quizá dirija un bufete de abogados (la profesión que le gustaría ejercer) y no el juego de un equipo de baloncesto. Pero, en el presente, carpe diem.
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