"Cuando se quiere faltar a la historia, cualquier camino es burdo. La ACB se obstina en negar todo lo anterior a ella. Error grave. El récord de anotación en un partido es de Walter con 65 puntos. Muy lejos de los falsos récords. ¿Olvido o planificación?". Casi 48 horas después de la exhibición anotadora de Sylven Landesberg en el Palau Blaugrana (el jugador del Estudiantes le endosó 58 puntos al Barça el domingo), toda una leyenda del baloncesto español como Juan Antonio Corbalán se lamentaba así en Twitter. ¿Por qué? A día de hoy, un excompañero suyo es menos reconocido de lo que debería cuando se apela a la historia de nuestra canasta.
Cada vez que alguien deja unas estadísticas descollantes en puntos, rebotes o asistencias en la máxima categoría, sólo se bucea en el pasado de la ACB. De ahí que Epi, con sus 54 puntos en 1984, haya sido leyenda de aparición recurrente en los textos de los últimos días. O que Granger Hall volviese a salir a la palestra cuando Felipe Reyes se convirtió en el máximo reboteador histórico de la competición. ¿Qué pasa con todo lo sucedido entre 1957 y 1983, cuando la liga todavía era gestionada por la FEB?
Entonces no había un registro estadístico como el de ahora. Y es muy posible que las actas de los partidos anteriores a la era ACB se hayan perdido. Si todos los datos de la liga (la de antes y la de ahora) estuviesen encima de la mesa, todo sería muy distinto. Y las nuevas generaciones sabrían algo más de mitos como Walter Szczerbiak, el auténtico máximo anotador (aunque olvidado) en un encuentro de Primera División. Que 65 puntos no se encestan todos los días. ¡Y sin triples!
El emigrante que colgó el hábito a tiempo
Wolodymir (así se llama en realidad) nació un 21 de agosto de 1949 en un campo de refugiados de la Segunda Guerra Mundial situado en Hamburgo. Sus padres eran ucranianos, pero volver a la Unión Soviética no era una opción entonces. Tampoco permanecer en Alemania. Por lo tanto, la familia no tardó en emigrar a Estados Unidos.
Se afincaron en Pittsburgh, donde el cabeza de familia se puso a trabajar en una fábrica de aceros para intentar sacar adelante a sus seis hijos. En un primer momento, la vocación de Walter fue religiosa antes que deportiva. Como reconoció a Gonzalo Vázquez en el serial Históricos de la Liga Nacional, "iba para cura". Y fue precisamente en un seminario al que acudió cuando el baloncesto entró en su vida para quedarse.
Era algo que tenía que pasar: Szczerbiak era el chico más alto y atlético de su clase. Con 14 años, empezó a meterlas "casi con los ojos cerrados" y a capturar "muchos rebotes". También tenía buenas dotes para el béisbol, así que su tiro desde los laterales siempre fue excepcional. Como empezó jugando de pívot, Wilt Chamberlain fue su modelo a seguir.
Al llegar el momento de ir a la universidad, Walter se decantó por la George Washington. Allí completó los cuatro años de formación y empezó a desarrollar sus habilidades como anotador: ya tenía un promedio superior a los 20 puntos por encuentro. Aunque puede que su mejor escuela fuera la calle, ya que llegó a codearse con históricos de la NBA como Julius Erving o Connie Hawkins, más otras tantas eminencias de los playgrounds, en Nueva York. Incluso fue el mejor anotador y lanzador (porcentaje de acierto más alto) de un torneo que llevaba el nombre de la mítica cancha Rucker Park.
De ahí que la mejor liga del mundo y su gran alternativa entonces, la ABA, eligiesen a Szczerbiak en sus respectivos Draft (número 65 y 28 respectivamente). Acabaría en la competición del balón tricolor, pero por poco tiempo: apenas gozó de oportunidades en los Pittsburgh Condors, donde siguió tirando de maravilla. Después de ganar la Eastern League con los Wilkes Barre Barons, donde sí pudo brillar, llegó al Real Madrid. Era verano de 1973 y firmó cinco años con los blancos.
Pedro Ferrándiz quería tiro, fuerza, rebote y velocidad para su equipo. Y Walter no le defraudó. Ya en su primer partido, ante el Barça, anotó 47 puntos, en una victoria apabullante de los suyos (125-65). Las canastas bajo su sello no dejaron de llover, congenió a la perfección con sus nuevos compañeros y todos ellos ganaron la quinta Copa de Europa del club.
El baloncesto estadounidense aún le tentó en verano del 74, pero sin que nada cuajase. Siguió en Madrid y, con el tiempo, cayó el récord anotador por el que Szczerbiak debería ser recordado. El Breogán salió derrotado por partida doble aquel 8 de febrero de 1976: perdió por 140-48 (otro récord, en su caso de máxima diferencia en un partido) y encajó 65 puntos de Walter, que logró un 25/27 en tiros de campo y un 15/17 en tiros libres. Parece ser que el estadounidense estaba molesto con la prensa, que le había acusado de jugar mal por las mañanas una semana antes (como 'sólo' anotó 16 puntos ante el Águilas...).
"Fui a por todas. Sentí que tenía caliente la muñeca, que me entraba todo. Mis compañeros se dieron cuenta y empezaron a facilitarme pases, no de canastas fáciles pero sí para que tirase yo [...] No me gustó hacerle aquello al Breogán. Ellos no tenían ninguna culpa. Pero en el fondo no me disgustó saldar la cuenta con quienes sí llegaron a dudar de mi profesionalidad", contó a la ACB en su momento.
A partir del curso 77-78, Walter pasó a disputar sólo la Copa de Europa. Resultó fundamental para conquistarla esa temporada y precisamente bajo su nueva condición, que le obligaba, por ejemplo, a tener que entrenarse en solitario. También ganó el título europeo en 1980, aunque entonces no fue determinante en ataque, sino en defensa. Ese verano supo que no volvería a jugar más con la elástica blanca. Atrás quedaban cuatro Ligas, tres Copas de Europa, otras tres Intercontinentales y una Copa. También un promedio anotador de 30,3 puntos por partido durante sus cuatro temporadas en la Liga Nacional.
Una grave lesión en un capilar interno, cuando seguía hartándose de sumar puntos y puntos, acabó con su aventura en la segunda división italiana (Tropic Udine). Volvió a España en 1983 para jugar en el Canarias de su buen amigo Carmelo Cabrera. Allí se retiró tras un año más en las canchas.
Más tarde, Walter fue delegado de la ACB en Estados Unidos (tuvo buen ojo con Elmer Bennett y Andre Turner, por ejemplo). Además, su hijo Wally sí pudo jugar en la NBA (sobre todo en los Minnesota Timberwolves, pero también en los Boston Celtics, los Seattle Supersonics y los Cleveland Cavaliers).
A día de hoy, Szczerbiak es considerado uno de los mejores jugadores que ha pasado por la sección de baloncesto del Real Madrid. Y, sin duda, uno de sus extranjeros más ilustres junto a Clifford Luyk y Wayne Brabender. No obstante, parece que el alero de 1,97 no ha calado de igual manera en el global del baloncesto español. Por falta de datos sobre sus hazañas anotadoras o, simplemente, porque su legado se ha visto más maltratado de lo que debería por el paso del tiempo. Un olvido que, por desgracia, afecta a otras tantas leyendas de nuestra canasta.
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