Leandro Pérez conoce el deporte. Como periodista/escritor y como amateur del aro en Burgos. Hay fans tranquilos de la cosa deportiva como Leandro, que ya ha cogido el primer o último bus desde Madrid a Burgos para ver en su casa, en su zona de confort, la final de la NBA.
Leandro ha ido hasta las túrdigas últimas del fútbol con aquel acontecimiento literario que fue Las cuatro torres y con el feliz descubrimiento de ese antihéroe que es Juan Torca, matón a sueldo y fiel runner. A Torca se le ha visto subir y bajar de los despachos de los directivos, pero también en el Peñón de Gibraltar desfaciendo entuertos y resolviendo la muerte de una sirena. Con su Kolia, Leandro Pérez ha querido rendir homenaje a una forma de entender el baloncesto, su "Olimpo del basket" donde "además de Magic, Bird, Jordan o Curry, o Fernando Martín, la Bomba Navarro y los Gasol, juegan Petrovic, Kukoc, Divac y ahora Doncic", que el lector más avezado entiende como un alter ego de Kolia. Al autor le apetecía que su protagonista "se sintiera burgalés y vasco, porque ha nacido en Bilbao, al mismo tiempo que orgulloso de tener un padre croata y una madre cubana. Es mulato y mestizo. En el fondo, como cualquiera de nosotros".
Amor al baloncesto
En cualquier caso, Kolia es baloncestista como podría haber sido novillero prodigio o un futbolero manufacturado por La Masía: al ponerse "en la piel de Kolia para contar su historia en primera persona", ha tenido más que presente "las trayectorias de Nadal, Ricky Rubio o Raúl, que despuntaron muy jóvenes." No es la de Kolia la novela fácil de un niño prodigio de la pelota, sino un desafío literario, "un reto. De todo lo que nos rodea se puede extraer jugo literario" , pero además en Kolia ha "pretendido mostrar el juego como lo ve un deportista: tanto cuando acierta como cuando falla, tanto entrenando como compitiendo. A Kolia el baloncesto le apasiona, como al autor. Pérez ha "intentado reflejar ese amor por el juego, y ahora le queda al lector juzgar el resultado, claro".
Kolia tiene catorce años, una vida por delante, pero también esa tragedia de la adolescencia con un padre exigente -fue internacional yugoslavo- y unos amoríos que son lo que son, en una ciudad norteña a la que llegan los cambios hormonales y un verano: "Kolia es un chaval, como tantos otros, que el fin de semana compite para ganar un campeonato, pero que el lunes a primera hora debe llegar puntual a clase y cuando llega a casa tiene que chapar para sacar adelante el curso. Vive como cualquier adolescente, pero sueña despierto porque, por sus extraordinarias cualidades, sabe que puede llegar a ser un deportista profesional. Y sabe que tiene que esforzarse muchísimo, que la altura y el talento no son suficientes, porque pronto tendrá que competir no sólo contra los mejores de su edad sino también contra adultos que llevan toda una carrera luchando. Tiene que madurar, no le queda otra".
El papel del deportista
Y cuando los papeles hablan de futbolistas detenidos por amañar partidos, es indudable sonsacarle al escritor la pregunta: si el deportista debe ser un héroe y un derroche de virtudes o, por el contrario, una persona normal con sus luces y sus sombras. Pero el narrador burgalés no tiene dudas: "Los deportistas de élite pueden ser personas ejemplares… tanto como cualquiera de nosotros. Encima de toda la presión que deben soportar en esta sociedad tan mediática, no hay motivos para exigirles a ellos más que a cualquiera de nosotros. Dicho esto, se agradece cuando alguien admirado por muchos por algo concreto, como encestar a canasta, meter un gol, tocar el piano o cocinar, se convierte en alguien admirable por su comportamiento en su labor profesional como en otros ámbitos".
Kolia es el retrato de una ambición, de una pasión por el basket que podría haber sido una pasión por cualquier otro deporte o actividad humana. Hay mucho baloncesto y mucho sudor, pero siendo un libro para un público joven es un libro maduro, ajeno a las ñoñerías de la literatura deportiva y con mucho más poso de baloncesto y de vida del que aventuran sus páginas.