¿Cómo expresa uno sus deseos de cara al Mundobasket que ya tenemos encima mezclados con los miedos ante una hipotética decepción y con una expectación ante el rendimiento de jugadores llamados a la liderar una nueva era? Ni idea. A ver qué sale.
Deseos. Deseos de que el planeta siga asombrado ante el nivel de nuestro baloncesto. Deseos de sentir orgullo de ser aficionado del baloncesto. Deseos de ser envidiados por nuestros vecinos de los pies. Deseos de, un verano más, copar, con suerte, un par de portadas de periódicos de diarios nacionales y que hasta mi tía desde el geriátrico se entere de que existimos. Deseos de que los veteranos, que hace nada era unos niños (ay, cómo pasa el tiempo, joder), den la talla y tiren del carro. De que los jóvenes, y los nuevos (que no tienen por qué ser jóvenes), den un paso al frente y, de paso, vayan construyendo la selección del futuro. Deseos de jugar bien. De llegar lejos. De rascar medalla. De ganar.
Miedo. Miedo a pifiarla una vez más. Miedo a no ser nosotros.. Miedo a que, llegado el caso, se sea injusto con este equipo. Es cierto que lejos quedamos ya de poder competir con Estados Unidos (contragafe detectado) pero no debemos pecar de ingenuidad, ya que España solo cuenta con una medalla en su haber: la dorada de 2006. El resto de participaciones se pierden en una suerte de fiascos, decepciones, fracasos absolutos o acumulación de infortunios. El caso es que incluso esta generación ochentera de la que tanto hemos presumido solo una vez pasó de cuartos.
Expectación. Tenemos el deber de disfrutar del proceso de crecimiento de este nuevo grupo como el que mira a un bebé recién nacido. Un neonato no hace absolutamente nada, se caga constantemente o emite ruidos inconexos pero le miras con orgullo al saber que en unos años te podrás tomar un par de cervezas con él. Y quizá lo mejor esté por venir. O por volver.
Lejos queda ya septiembre de 2017. Última fecha en la que vimos juntos en competición oficial a los supervivientes de aquella generación de los años 80 que tanta felicidad nos regaló. Gasol y Navarro llevaron la bandera de la primera y la última gran aglomeración de talento surgida de una misma quinta en nuestro país. Antes se fueron quedando en el camino Raúl, Cabezas, Berni, Calderón (con asterisco) o Felipe. Juntos formaron #LaFamilia. Y lo mejor de las familias es que se reproducen. Crecen. Y a veces, con suerte, mejoran. Otras, por contra, añoran la sombra de unos padres que todo lo eclipsan. Tenemos que elegir entre añorar o crecer. O crecer añorando. Crecer aprendiendo. Mirando atrás pero corriendo hacia adelante. Solo así esta nueva generación seguirá levantándonos de nuestros asientos.
Así que gloria y agradecimiento eterno a esos padres que entre finales del 79 y principios del 80 se metieron en una cama con alguna intención más allá de leerse un buen libro y charlar sobre La Transición. Pero en los 90 se siguió follando. Y follando bien. Confianza absoluta en el talento que corre, salta y y sigue volando alrededor de nuestras canastas.