Nunca hicimos tanto con tan poco. En esta ocasión, no contábamos con los talentos ni la solidez que cimentaron nuestras gestas. La ausencia de Navarro, Pau Gasol y Sergio Rodríguez, por un lado, y Felipe Reyes y Calderón por otro -por no alargar la lista-, parecía condenar a nuestra selección al odiado, pero inevitable, momento de la transición. Sin embargo, este equipo ha incrementado la proporción de carácter en su estilo de juego de forma memorable.
Los grandes equipos se construyen con la adecuada proporción de talento y compromiso. España ha despedazado las teorías clásicas aupándose a la cima del mundo con inyecciones constantes de confianza, de deseo, de fortaleza mental y de apoyo mutuo indesmayable. La mengua de clase, maestría y pericia sublimes se suplen con determinación: la mostrada por nuestro equipo nacional ha superado cualquier ejemplo anterior para hacerse un hueco en la Historia del baloncesto.
El empeño de España ha sido tan poderoso que ha barrido a selecciones con un potencial superior sobre el papel. La defensa de nuestra canasta, ¡bendita defensa!, inexpugnable y colectiva, ha lanzado a nuestros jugadores a una victoria más, hoy frente a Australia, una de las favoritas desde que comenzó el campeonato.
El toma y daca sin tregua desembocó en un partido muy duro, con nuestros rivales desencajados por la insistencia y la sangre fría de Ricky Rubio y sus compañeros. Agazapados, resistiendo los embates de Patty Mills y Nick Kay, no desfallecieron en ningún momento a la espera de la llegada de la lucidez. Y tanto sufrir, llegó por fin con la entrada en cancha del líder silencioso de este equipo: Marc Gasol, el hombre tranquilo que apuntilló a los australianos.
España es un conjunto que desprende perfume a EQUIPO por todos sus poros. La compenetración emocional y profesional de estos jugadores es inagotable. Y la mano maestra y experta de Sergio Scariolo los dirige con la sabiduría que regala la madurez. Su repertorio táctico modula los movimientos de sus hombres y su empatía reconoce el esfuerzo de quienes como Claver y Pau Ribas se consagran a la ingrata labor que menos observa el respetable: los balones sueltos, el trabajo a destajo en los marcajes y las ayudas imposibles.
No sólo ellos, todos van y vienen, saltan y corren hasta dejarse el alma en el parqué, a pesar de que tanto bregar nos desoriente a veces durante los encuentros. No obstante, España ha afinado su carácter con tanto batallar. En el momento preciso, cuando el enemigo desfallece, el carácter del conjunto español se convierte en asesino para liquidar a unos rivales que no han visto llegar el tren que les pasa por encima. Tampoco somos mancos. Rudy es el jugador con más instinto en Europa para anticiparse al futuro y Llull…¡Por fin ha vuelto a ser Llull!
Concienciada como nunca, sincronizada sin fisuras, con sus líderes en forma y con una determinación muy pocas veces vista en una pista de baloncesto, la selección que tantas emociones nos regala cada verano acude otra vez a su cita más orgullosa que nunca.
Un orgullo parecido al que sentimos por unos hombres que se han criado a nuestro lado, en nuestras canchas y con las virtudes que acompañan a los españoles en sus mejores momentos. Ya podrían estar satisfechos, pero quieren que su hazaña se recuerde para siempre con el oro colgado de sus cuellos. ¡Mucha suerte, valientes!